Ignacio Camacho-ABC

El método menos aconsejable en este momento es el de dar palos de ciego con medidas espasmódicas sin garantías de éxito

Es posible -sólo posible porque nadie sabe a ciencia cierta cómo va a comportarse la epidemia- que el Gobierno esté acertando con su muy «marianista» postura de no tomar decisiones sobre el coronavirus. Al menos hasta que estén más claras las pautas del contagio y su impacto real sobre la población y sobre el sistema sanitario, al que conviene preservar de un eventual colapso. Hay muchas personas acostumbradas a ser dirigidas, gente que necesita que las autoridades le digan lo que tiene que hacer y que le ordenen o prohíban cosas, porque así experimentan una cierta sensación de seguridad, una ficción de certezas relativamente acogedoras. Pero en Italia, por ejemplo, se han expedido mandatos contundentes, casi extremos, y han resultado

un desastre manifiesto; el país está paralizado, las calles desiertas, han cerrado las universidades y los colegios y la infección continúa creciendo mientras buena parte de la opinión pública duda de que sus gobernantes hayan hecho lo correcto. Cuando no existen axiomas palmarios quizá la fórmula menos aconsejable sea la de dar palos de ciego adoptando medidas espasmódicas sin garantías de éxito. Entre los políticos y los expertos, más vale que se equivoquen los que al menos trabajan con un método.

Eso sí: el Gobierno español tiene la suerte de que la oposición no lo está hostigando. Esos partidos tildados de fascistas, de ultraultradecha crispadora, de nostálgicos de Franco, respetan escrupulosamente las directrices oficiales y guardan un silencio responsable y sensato para que las instituciones trabajen con el sosiego necesario. No se les ha pasado por la cabeza devolver a sus adversarios el trato que recibieron durante el brote -mínimo- del ébola de hace unos años, cuando el PSOE y Podemos agitaron con oportunismo incendiario una crisis de pánico porque una enfermera, una sola, se había contagiado. Y es así como debe ser porque éste, sea cual sea su alcance, es un asunto en el que no cabe jugar con instintos sectarios ni maniobrar con intereses de corto plazo que pongan en riesgo la salud física y el equilibrio emocional de los ciudadanos. También en eso los italianos se han extraviado en conflictos ventajistas entre los poderes regionales y el Estado, con consecuencias autolesivas que no han logrado sino incrementar el caos.

Siendo sinceros, no estamos ni de lejos en las mejores manos para afrontar un problema serio. Sobran prejuicios ideológicos y falta experiencia y conocimiento. Pero aun así, por respeto elemental a los enfermos, es importante que dure este mínimo consenso y que la política resista la tentación de echarse en cara los probables muertos. Es pronto para saber de veras si el virus se va a quedar poco o bastante tiempo; lo único seguro es que sus efectos serán peores en una sociedad moralmente inmunodeprimida, atenazada por los nervios. Y que nadie va a ganar nada por ponerse histérico.