EL CONFIDENCIAL 31/05/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· La opinión publicada sabe que Iceta y su ejecutiva garantizan determinados principios, pero la opinión pública se deja guiar por imágenes y percepciones que, como el domingo, no coinciden con aquellos
Miquel Iceta es un buen político que debe lidiar una complicada situación en Cataluña. De cuando en vez, sin embargo, incurre en errores. O sea, pierde el difícil equilibrio en el que deben manejarse él y su partido. El domingo, el PSC cometió el error de acudir a la convocatoria sindical y de organizaciones independentistas para protestar contra la suspensión del Tribunal Constitucional de dos leyes del Parlamento catalán recurridas por el Gobierno de Rajoy. Una suspensión que no es discrecional del tribunal sino automática por mandato legal y que se prolonga, como mínimo, cinco meses.
La manifestación se transformó como era de prever en algo diferente a una protesta social: gritos independentistas, banderas esteladas y acaparamiento de la expresión de rechazo por el secesionismo, del que forman parte, por más que sea de manera discreta, sectores del sindicalismo en Cataluña. Es verdad que la suspensión recayó sobre dos leyes llamadas ‘sociales’ (pobreza energética y emergencia social), pero también es cierto que en ambas hay apariencia de invasión competencial por parte de la Generalitat.
Los socialistas catalanes podían haber manifestado de otra manera menos contaminante su apoyo a una regulación justa de determinadas situaciones sociales que requieren amparo de los poderes públicos. Era innecesario hacer bulto con el independentismo después de situarse como lo han hecho el PSC y el propio PSOE a su margen y en su contra. Los socialistas, además, no pueden desconocer la significación que hoy por hoy tiene en Cataluña manifestarse contra el Tribunal Constitucional después de su sentencia sobre el Estatuto en 2010.
Comienza a sugerir la posibilidad de que haya vuelto por los vericuetos de la ambigüedad que tan malos resultados le han dado y que C’s ha aprovechado
Por sí misma, la presencia socialista en la manifestación del domingo no debiera preocupar. Pero puesta en el contexto con otras decisiones, comienza a sugerir la posibilidad de que el PSC haya vuelto por donde solía, es decir, por los vericuetos de la ambigüedad que tan malos resultados le han dado y de la que Ciudadanos, con rapidez, se ha aprovechado para robar sufragios que antes fueron fieles a un socialismo que se preció de mantener, después del desgarro del abandono de los dirigentes y cuadros proclives a las tesis de ERC y de CDC, una nueva personalidad, más minoritaria, pero también mucho más coherente.
Es inevitable, en este contexto, recordar, al menos, otras dos determinaciones del PSC (y del PSOE) que despistan a su electorado. Por una parte, la presencia en el ‘Gobierno en la sombra’ de Pedro Sánchez de Nuria Parlón, alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet, firme partidaria del derecho a decidir, y, por otra, el pacto, en un momento muy significativo en la ciudad de Barcelona, del socialismo con Ada Colau. Un pacto de gobierno municipal que corresponsabiliza al PSC con la gestión de los ‘comunes’ barceloneses sin margen de autonomía para implementar medidas municipales que hagan reconocible el sello de los socialistas.
El catalanismo de Iceta y de su partido no se incrementa -al contrario- al tratar de alimentarlo con estas medidas, que remiten más a una sensación de desconcierto táctico y estratégico que a una buena planificación de ausencias y presencias coherentes con el discurso socialista en y fuera de Cataluña.
Muchas veces, el PSC y el PSOE cometen errores de graves consecuencias por el temor, y la aversión, a coincidir con el PP y, en menor medida, con C’s
A dónde se va y qué se quiere conseguir, las dos cuestiones irremisiblemente concatenadas, son cuestiones que a estas alturas el PSC debe tener claras. La opinión publicada sabe en términos generales que Iceta y su ejecutiva garantizan determinados principios, pero la opinión pública se deja guiar por imágenes y percepciones que, como ocurrió el domingo, no coinciden con aquellos.
En coyunturas como la catalana, y de la misma manera que los secesionistas no hacen la más mínima concesión visual ni verbal, tampoco deberían regalárselas los que se oponen a sus planes. El PSC es una pieza clave de la estrategia reformista para solucionar en un futuro la cuestión catalana. Es deseable que no se equivoque o que no ofrezca ocasión para que otros lo hagan. Muchas veces, el PSC y el PSOE cometen errores de graves consecuencias por el temor, y la aversión, a coincidir con el PP y, en menor medida, con Ciudadanos. Este prejuicio, generalizado, es un comportamiento muy condicionante y con frecuencia conduce a a la adopción de decisiones confundidas.
Ni CDC, ni mucho menos ERC, se plantean, o no lo han hecho en los momentos decisivos, escrúpulo alguno en coincidir y pactar hasta con la CUP, que se ha convertido en un paradigma de los contravalores del sistema democrático. Pues bien, el PSC y el PSOE no deberían ser tan exquisitos como para acompañar a los secesionistas antes que coincidir con el PP y Ciudadanos. Los complejos, tanto en la vida ordinaria como en la política, se superan con la seguridad en la propia estima. A veces, el socialismo catalán no se tiene a sí mismo la que las circunstancias requieren. Es cuantitativamente menos que hace unos años, pero cualitativamente juega un papel decisivo.