Como diría un castizo, me “comí” estupefacto la polémica sesión de Investidura de Pedro Sánchez. En un mundo lleno de retos que se nos vienen encima y tras llevar muchos años manteniendo, a duras penas, una economía de primer orden, palabras básicas para lograrlo como inversión, empleo, empresa, crecimiento, industria o tecnología no fueron apenas citadas en las muchas horas e intervenciones que se sucedieron aquella jornada en las Cortes. Predominó en la discusión un estatismo anacrónico, unos conceptos de justicia social y fiscal empleados de una manera que lo que sugerían eran más cargas para el castigado contribuyente español y, por supuesto, un auténtico laberinto en materia autonómica.
Sólo quedaba en el aire que vuelven a subir los impuestos, ya de por sí infernales para los relativamente pocos ciudadanos productivos que quedan en España
La clase media y los pequeños empresarios españoles han hecho un esfuerzo tremebundo para salir de la crisis que arrastramos desde el año 2008. Han salido a vender al extranjero sin apenas ayuda del Estado. Otra vez -como los indianos- a coger la maleta, esta vez llena de muestras, para sacar el país adelante y han hecho una profundísima devaluación interna para mantener la competitividad. Ha sido durísimo. La destrucción de empresas y la pérdida de clase media no ha tenido parangón en nuestra historia. Pero, al parecer, a los políticos del bloque de la investidura, que hablaban y hablaban en el Hemiciclo, poco les importa. Sólo quedaba en el aire que vuelven a subir los impuestos, ya de por sí infernales para los relativamente pocos ciudadanos productivos que quedan en España. La desmoralización es absoluta.
Amnistía y referéndum son las dos palabras mágicas que han permitido ensamblar un Gobierno inmoral. Porque inmoral es que tenga el apoyo explícito, y negociado, de Bildu y ERC. No hace falta profundizar en las razones, son obvias. Sólo añadiría que no hay un sólo partido de Gobierno en Europa que se haya prestado o pueda prestarse a negociar su investidura con dos partidos de la calaña de los mencionados. Suelo afirmar que tenemos la peor izquierda de Europa, y es difícil convencerse de lo contrario.
Amnistía para generar más privilegios aún a unos individuos juzgados y sentenciados que volverán a sus carreras políticas como si lo que ocurrió en Cataluña durante el ‘prusés‘ fuera una simple gamberrada. Probablemente este era el consenso al que apuntaban todos (Soraya y Rajoy incluidos) como había ocurrido con el anterior referéndum de 2014. Pero Vox se cruzó en el camino y con su querella puso en marcha el procedimiento que llevaría a la condena de Junqueras y compañía.
Ansias independentistas
También se habló de un referéndum, que lo habrá, con una pregunta compleja (esperemos que al menos conlleve una hipotaxis inteligente) que contentará a todos los que avalaron a Sánchez y respetará, de alguna manera, el marco legal aunque sea en el burdo trazo en el que nos movemos, para que la democracia prime sobre la legalidad. Un referéndum que, de salir bien para nuestro país, calmará durante algún tiempo las ansias independentistas. Será un tiempo breve, como nos anuncian ejemplos como el de los independentistas escoceses, que piden la repetición de su referéndum apenas pasados cinco años.
Si sale mal, la cosa se complicará muchísimo, pues sólo la imposibilidad de ampliar la UE con un nuevo territorio (lean el sensacional trabajo de Darius White en la Universidad de Bristol sobre el internal enlargement en la UE) disuadirá a los nacionalistas catalanes, y los vascos, de proseguir a corto plazo en su obsesión. Pero la secesión será de facto, sólo faltará el último empujón formal. La declaración de Companys de un Estado catalán en la, al menos de momento, Monarquía federal española será un hecho.
Hablamos de un referéndum que no va a contar con el apoyo del bloque de la derecha, que no le otorga ninguna legitimidad más allá que la de servir de base para colmar las ambiciones personales de Sánchez. En Escocia el referéndum se convoca con un gobierno tory y, en cambio, quien se convierte en el gran defensor de la Unión es el ex primer ministro laborista, Gordon Brown. Seguí aquella campaña y la recuerdo como de lo mejor que he vivido en política, pues el talento y la energía de Brown se podrían considerar como épicas. Visto lo visto, no veo a Arrimadas cumpliendo el mismo papel cuando la causa del referéndum es un capricho de Sánchez para llegar al poder. Se ha deslegitimado él solo arrastrándonos a todos a un lío monumental.
Y es que la inconsciencia de Sánchez no sólo afecta a la economía, sino también a un mínimo de cultura política. El nacionalismo no funciona con criterios racionales. El nacionalismo tiene un solo objetivo: el Estado propio. Y es un proceso largo, persistente y muy oportunista. El nacionalista tiene que ir por fases; algo que parecía inconcebible debe convertirse en posible y lo posible en probable. Son tres fases muy claras que pueden durar eternamente. El sentimiento secesionista de Quebec, por poner un ejemplo, no ha evolucionado apenas desde el referéndum de 1995. El de Escocia parece que tampoco, aunque el Brexit puede tener algún efecto que está por determinar.
Hasta llegar a enfrentarnos a la investidura, era inconcebible (o una posibilidad remotísima) una secesión de Cataluña, pero Sánchez con su disparatada frivolidad lo ha acercado a lo probable. Reitero que es una irresponsabilidad supina que hayamos pasado de lo inconcebible a lo probable sin apenas transitar por una etapa intermedia, como es que sea considerado por la población como una mera posibilidad sin fecha. Lo normal es que las fases se agoten cuando la presión nacionalista es insalvable, no que se ceda espacio por una pura necesidad o ambición personal. Esto último es imperdonable.
No veo a la derecha apoyando cuando se convoque el referéndum. En estos días se ha visto un Sánchez lamentable en su soberbia e incapacidad para generar la más mínima confianza. Un Sánchez sumamente divisorio que ha generado una profunda desconfianza en la mitad del electorado. Un Sánchez que no es ni mucho menos el personaje adecuado para el reto histórico que él y sólo él nos ha impuesto.