Hay que leer la entrevista con Miquel Iceta que publicó EL ESPAÑOL el pasado domingo. Esto dice el ministro en ella: «Yo siempre digo que en Cataluña no dormíamos pensando en si nos adelantaba Madrid. Bueno, pues ya nos ha adelantado. ¡Pero igual ahora empezamos a no dormir pensando que quizá nos adelanta Valencia!».
Estos asuntos hay que explicarlos con un ejemplo para que se entiendan mejor.
En Alemania, el país europeo más semejante en su estructura territorial a España, no existe un ministerio similar al de Iceta. Pero, suponiendo que existiera, ¿imagina alguien a su ministro escandalizándose en una entrevista con el Frankfurter Allgemeine Zeitung por la posibilidad de que el länder de Baviera sea sobrepasado por el de Baden-Württemberg o, ¡peor aún!, por el de Baja Sajonia?
¿Y dónde está escrito que el länder catalán merezca, por derecho divino inalienable e intransferible, la condición de motor de la economía española?
¿Y por qué un ministro que debería representar a todos los españoles considera que la posición de preeminencia de la que disfrutó Cataluña durante cuarenta años gracias a los privilegios concedidos por el franquismo a las elites regionales debe seguir siendo garantizada en democracia a costa del progreso del resto de regiones españolas?
¿Entiende Iceta que garantizar políticamente el liderazgo económico de Cataluña implica, en justa correspondencia, garantizar políticamente la condición de colista de Extremadura, Andalucía, Canarias o Castilla-La Mancha?
¿O Valencia sí puede superar a Madrid, pero no a Cataluña, como una liga en la que el puesto de campeón está garantizado antes siquiera de empezar a jugar y en la que el resto de equipos compite únicamente por la segunda posición?
Un segundo ejemplo, 100% hipotético.
El de Bruno Le Maire, ministro de Economía y Finanzas francés, amenazando a la Isla de Francia (la región de París) con elevar sus impuestos para que el empresariado normando, que ha perdido los últimos diez años apoyando una revuelta contra el orden constitucional liderada por los corruptos políticos regionales, pueda recuperar el terreno perdido. Pero no haciendo crecer su economía, sino hundiendo la de París.
Lo que en Alemania o Francia sería interpretado como un suicidio económico (por no entrar en valoraciones morales o políticas) es abanderado en España por los ministros del Gobierno como si no existiera ninguna otra opción razonable a su alcance.
Por ejemplo, la defendida por Isabel Díaz Ayuso: que las pérdidas contables del nacionalismo, y entre ellas las de Andreu Mas-Colell, sean financiadas por aquellos empresarios y ciudadanos que lo han apoyado o se han puesto de perfil frente a él.
No hace falta tener un máster en catalanismo para saber que, como explica hoy Alejandro Fernández en EL ESPAÑOL, el nacionalismo no tiene ni tendrá jamás la fuerza suficiente para romper España, pero sí tiene la necesaria para boicotear gravemente su progreso. Para saber que, como dice Arcadi Espada, entre dos opciones, una buena y una mala para Cataluña, los nacionalistas escogerán siempre aquella que más perjudique al resto de España. Aunque también sea la peor para ellos.
La segunda fase del procés ya está en marcha y pasa por entregarle en bandeja al nacionalismo catalán la cabeza de la Comunidad de Madrid. Es la autoestima del fracasado que exige que se le corte una pierna al líder de la carrera para que él pueda atravesar la línea de meta en primera posición.
La hoja de ruta está escrita y pasa por una armonización fiscal en el sentido más dañino posible para Madrid y por una reforma de la financiación catalana que nacionalice sus deudas, pero regionalice sus beneficios.
Un negocio redondo para ese empresariado catalán que el lunes aplaudía a Pedro Sánchez en el Liceo, pero que cuatro años antes aplaudía entusiasmado a Manuel Valls en su presentación en el CCCB de Barcelona y que en 1990 aplaudía con el mismo entusiasmo a Jordi Pujol tras financiarle los Ferrari a sus hijos mediante el 3%.
Es el mismo empresariado que aplaude a Ada Colau mientras reza para que la bola de demolición que Podemos y el PSC ondean con furia de titán beocio desde el Ayuntamiento de Barcelona caiga en el negocio del vecino y no en el suyo.
Todo esto ocurre en el peor momento posible para Madrid y Andalucía. Es decir, para la locomotora española y para la comunidad llamada a convertirse en la California del sur de Europa si el PP logra uno o dos ciclos electorales más de margen para devolver a la región a ese carril del progreso del que el régimen socialista la descarriló hace mucho.
La opción de convocar elecciones autonómicas anticipadas en Andalucía (y en Castilla y León) para cortar de raíz la actual degradación institucional está ya sobre la mesa de Pablo Casado. «Pero sería a partir de septiembre» dicen en el PP. «Y, de hecho, es lo que más interesa en Génova para añadir al efecto Ayuso un efecto Moreno que consolide el crecimiento del PP».
«Es, de hecho, lo que ocurrió en 2011 con Mariano Rajoy. Rajoy, como Casado, tampoco tenía tirón electoral. Pero el éxito en las municipales tiró del partido. Y por eso le conviene al PP convocar elecciones en Andalucía: para consolidar la idea de que no es Ayuso la que tira del partido, sino el partido el que ha tirado de Ayuso y de Moreno».
«La cosa está en qué nos conviene más» dice una segunda fuente del PP. «Si aprovechar el efecto indultos + Ayuso + sondeos o jugar a lo amarrategui y agotar la legislatura. ¿Mi opinión? Amarrategui, salvo que alguien nos dé un motivo para convocar. Quizá no tan flagrante como el de Murcia, pero sí lo suficientemente poderoso como para justificar las elecciones anticipadas».
¿Qué haría Pedro Sánchez si estuviera en la posición de Pablo Casado? Convocar anticipadas en Andalucía para abortar la hoja de ruta de su rival, como hizo Ayuso en Madrid. «Pero nosotros somos un partido de orden», me dicen desde el PP, «y no hacemos lo que hace el PSOE». Lo de Ayuso, en fin, fue un ayusismo. Que funcionara como un reloj es harina de otra costal y el análisis en Génova del porqué de esa victoria no dista mucho del que hace el PSOE.
Son precisamente esos complejos, que confunden el tacticismo con la marrullería, los que hacen que el PSOE esté hoy en la Moncloa y el PP en la oposición. El día que el PP aprenda a ser un partido de poder además de un partido de orden, algo que el PSOE tiene claro desde que Felipe González tomó al asalto el Poder Judicial en 1985, tendrá el camino despejado hacia una hegemonía de 30 años como la cebada en Madrid por Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes e Isabel Díaz Ayuso.