CARLOS HERRERA-ABC

  • Si la mayoría no ha querido echar a Sánchez ahora, con todo el florilegio de indecencias conocido, puede que tampoco lo haga dentro de un año

Si algo más de siete millones de personas han votado directamente a Sánchez, es que hay algo más de siete millones de personas que aprueban y aplauden cada una de las fechorías políticas que ha ido cometiendo a lo largo restos cuatro largos años. Punto. Antes podíamos decir que nada de lo que venía haciendo lo había presentado como opción a sus futuros votantes; ahora, en cambio, todo el que ha votado sabía lo que votaba y, por lo tanto, daba su conformidad con indultos, sediciones, pactos, políticas económicas y ocupación de todos los resortes del Estado. A todos ellos, por lo tanto, no les habrá de importar que quien decida investirlo sea el delincuente fugado al que había prometido apresar, y tampoco pondrán en cuestión todo aquello que el personaje sea capaz de conceder a quienes le presten sus votos para hacerle presidente de nuevo, sea amnistías, sea referéndums, sea ventajas financieras, sea lo que sea. Uno de los que quiere destruir España es quien va a permitir la investidura de su presidente. Como me decía ayer un viejo socialista: «Puigdemont es el caballo de Troya de la política. Y Sánchez no lo quiere ver».

Hasta el día 17, el perdedor de las elecciones suspenderá toda gestión en abierto a sabiendas de que su rival, el que ha ganado, no tiene margen de maniobra. Tan solo una sorpresa que –una vez volcados los votos del exterior y recontado algunos del interior– proporcionara un par de escaños mas a la derecha, y por tanto superase con Vox, UPN y CC a la amalgama sanchista, podría tener importancia cara a las gestiones ante el Rey y en una hipotética segunda votación. También algunos ilusos creen que el ‘pool’ empresarial vasco –o con sede en Bilbao– apretará al PNV para que llegue a un acuerdo con Núñez Feijoó; incluso se escriben entre ellos: «¿Y si sí?». Desengáñense los votantes del lado diestro: de las tres posibilidades, gobernar Feijoó con Vox o sin Vox con apoyo vasco, gobernar Sánchez con Sumar o convocatoria de nuevas elecciones, la inmensa mayoría de probabilidades está en la segunda opción. Cuánto podrá durar ese gobierno es ya otra cuestión: con recortes inevitables, con Bruselas poniéndose el traje negro, con reivindicaciones de sus socios imposibles de cumplir –a menos que Conde-Pumpido incumpla su juramento de velar por la Constitución, lo que no habría de extrañar a nadie–, un gobierno tiene muy difícil conseguir la estabilidad por mucho que se agarren unos a otros como los borrachos de madrugada. Las elecciones que podrían convocarse en diciembre, en realidad podrán tardar algo más de un año, si es que la tormenta es inaguantable. Pero incluso en ese caso, Sánchez podría sobrevivir de alguna manera: su plan consiste en manejar el país un par de legislaturas más, y puede lograrlo: si la mayoría no ha querido echarle ahora, con todo el florilegio de indecencias conocido, puede que tampoco lo haga dentro de un año. Ya que, visto lo visto, a España le cabe un buque.