Bien está que se arrope a Maixabel Lasa cuando la banda arremete contra ella. Pero no nos engañemos. Si todo lo que tiene que decir el Gobierno Vasco a ETA es que se marche y luego se manifiesta en contra de que se ilegalicen las ramificaciones políticas e institucionales de la banda, no tiene ningún valor.
No hace falta que el Gobierno Vasco diga a ETA que se marche, de una vez, porque ése es el «clamor de la sociedad». La banda hace ya mucho tiempo que se dio por enterada de que los ciudadanos vascos quieren vivir libres, sin estar sometidos a sus amenazas. Desde el terrible verano del 97 en el que estaban secuestrados Cosme Delclaux y José Antonio Laray que terminó con el secuestro y asesinato del concejal del PP Miguel Ángel Blanco, los terroristas conocen perfectamente el desprecio del pueblo que se lanzó a la calle, como nunca, no sólo para protestar por el asesinato sino para denunciar, animados por el compromiso del lehendakari Ardanza, a los cómplices del terrorismo «que habitan entre nosotros» y que, entonces, como ahora, no eran otros que los dirigentes del entorno de Batasuna.
Así es que los mensajes de la portavoz Miren Azkarate dirigidos a ETA no aportan nada nuevo que otros, mucho antes de que llegara Ibarretxe al Palacio de Ajuria Enea, lo hubieran hecho ya. Decir a ETA «márchate», no es que no sea contundente; es que resulta retórico e inútil. ETA no escucha. Le importa un bledo la presión del pueblo en nombre de quien dice actuar y sólo reacciona cuando el Estado despliega todos sus aparatos de coacción democrática, la Justicia, la Policía para ponerlos en su sitio, lejos de la coacción a los ciudadanos que no quieren vivir sometidos al pensamiento único.
Si el Gobierno Vasco quiere que ETA se marche conoce perfectamente los mecanismos para evitar que su entorno viva del cuento. Cuando la organización terrorista desplegó su terror en la noche en la que cometió el doble atentado contra la sede de la Caja Vital en Vitoria y contra la comisaría de la Ertzaintza en Ondarroa, el lehendakari tardó más de treinta horas en reaccionar. Hechos son amores. Bien está que se arrope a Maixabel Lasa cuando la banda, insaciable después de haber asesinado a su marido, Juan Mari Jáuregui, arremete años después contra ella porque, desde su labor institucional les ha podido hacer más daño que otros muchos estamentos oficiales. Pero no nos engañemos. Si todo lo que tiene que decir el Gobierno Vasco a ETA es que se marche y luego se manifiesta en contra de que se ilegalicen las ramificaciones políticas e institucionales de la banda, no tiene ningún valor.
Hace ya siete años que el magistrado José María Lidón cayó asesinado. Y ayer sus compañeros pudieron recordarlo en Bilbao, arropados por Gesto por la Paz. Sus amigos y su hijo insistían en que no hay mejor deslegitimación del terrorismo que activar la memoria sobre los atropellos que ha cometido ETA contra tantos ciudadanos inocentes. Pero, a veces, el recuerdo del horror resulta tan incómodo que muchos sectores de la sociedad vasca prefieren aislarse en su burbuja.
La película que Iñaki Arteta acaba de estrenar, El Infierno Vasco, retrata una parte de la historia de Euskadi verdaderamente dura. Tan incómoda que en San Sebastián ninguna sala de cine ha querido proyectarla de momento. Sin embargo en el Festival de Cine de Valladolid, unos espectadores vascos, amantes del cine, agradecieron al director que esté paseando su documental por toda España porque «dudamos que ETB la emita ; y si lo hace será a las tres de la madrugada». Ésta es nuestra realidad. Recordarla, es cierto, a algunos les incomoda.
Tonia Etxarri, EL DIARIO VASCO, 8/11/2008