Isabel San Sebastián-ABC
- Si será aberrante la «ley Trans», que hasta las feministas partidarias del aborto libre para las menores han puesto el grito en el cielo
La sección podemita del Gobierno está haciendo aportaciones impagables a la huella que dejará en los manuales de Historia (si es que la asignatura sobrevive a Celaá sin ser sustituida por propaganda falsaria como la que ya se enseña en Cataluña). La primera fue la Ley de Igualdad, que no ha reportado beneficios a ninguna mujer, salvo Irene Montero y sus enchufadas. Ya nadie habla de ese texto inútil, que era menester aprobar con carácter de urgencia a fin de exhibirlo cual estandarte triunfal en las manifestaciones del 8-M causantes de un verdadero estallido pandémico. Su gloria fue tan fugaz que la maquinaria del partido morado tuvo que ponerse a trabajar a destajo. Y así fue como nació el esperpento conocido como «ley Trans», cuyo borrador está generando una fascinante polémica entre los dos integrantes de nuestro Frankenstein patrio.
Fiel a la más pura tradición totalitaria, magistralmente analizada por Hannah Arendt, Podemos produce y promueve ese pensamiento ideológico, ajeno a la realidad contrastable, que dio lugar el siglo pasado tanto al nazismo como al comunismo. Lo suyo no es la gestión, sino las consignas. Ninguno de sus dirigentes sabe lo que es ganar un euro, o mucho menos crear un puesto de trabajo, fuera del presupuesto público. El propio Sánchez reconocía que la idea de verlos sentados en el Consejo de Ministros le producía pesadillas… hasta que la pesadilla de no alcanzar la Presidencia se le hizo más insoportable. Dicho lo cual, son maestros en el arte de alimentar falsos debates, como el que se ha desatado a propósito de esa creación dialéctica denominada «identidad de género» en torno a la cual prospera un floreciente negocio alimentado con nuestros impuestos.
Vayamos a los datos. La población transgénero en España apenas alcanza el 0,01 del total, y sus derechos están reconocidos en la Ley desde el año 2007. Cincuenta mil ciudadanos, de cuarenta y siete millones. ¿Merecen el respeto debido a cualquier minoría? ¡Desde luego! Pero de ahí a elevar su caso a categoría y pretender que cada cual decida, según el momento, el sexo al que quiere pertenecer, dista un abismo. Todo esto de la «autodeterminación sexual» no pasaría de ser un circo grotesco, si no fuese porque hay quien pretende otorgarle rango de ley y porque en muchos colegios de España se imparten talleres cuyo propósito es confundir a los niños obligándoles a poner en cuestión lo que para ellos resulta obvio, hasta el punto de crear graves problemas donde no los había. ¿Y cómo se resuelven esos problemas? Abriendo la mano a que criaturas de 16 años decidan mutilarse de por vida sin ni siquiera consultar a sus padres. Si será aberrante la propuesta, que hasta las feministas partidarias del aborto libre para las menores han puesto el grito en el cielo.