REBECA ARGUDO-ABC

  • Mientras la tauromaquia sea por ley patrimonio nacional y considerado arte, el debate será cultural

Con la tauromaquia me pasa como con la monarquía, con el catolicismo y con el azúcar. Ni soy monárquica, ni soy creyente, ni me entusiasma el azúcar en el café. Y no he ido nunca a los toros. Pero, desde que parece que lo único moralmente aceptable en este país es ser republicano, ateo, pedir panela y despreciar la fiesta nacional, estoy más a favor que nunca de que se pueda ser monárquico, católico, aficionado a los toros y tres de azúcar, cuanto más refinado mejor. Así que, no soy aficionada, pero lo estoy: me declaro taurina por delegación de competencias.

Y, como taurina por subrogación, sigo con mucha atención los debates al respecto. En realidad no son debates, son monólogos sucesivos. Leo columnas a favor y leo columnas en contra. Veo a unos quejarse de que el debate sosegado es imposible porque les acusan de incultos para, a continuación, acusar de insensibles y torturadores a los que discrepan. Y, a los otros, acusar de ignorantes justo después de quejarse de que les tachan de salvajes.

Si algo me interesa de la conversación pública, más que llegar a una avenencia, que me parece a mí sobrevalorado el consenso y valoro más el respeto (tiene ese ‘chin’ de tolerancia y pluralidad que me gusta), es ver los términos en los que se desarrolla. Y en esto de los toros advierto cierta querencia por una parte de arrastrar el diálogo al terreno de lo moral. Y aquí a mí me parece que la trampa es manifiesta. ¿Por qué debería ser un debate moral y no económico? ¿Por qué moral y no cultural? ¿Por qué moral y, no sé, ya puestos, esotérico? Hagan la prueba la próxima vez que vayan a discutir con alguien por el motivo que sea. En cuanto le expongan un argumento, cuanto más elaborado mejor, sentencien que el debate no es, me lo invento, sociosanitario sino moral. Deje al otro ahí, macerándose en la impotencia por lo inservible de sus argumentos, mientras usted se barniza con el brillo impagable de haberle juzgado ya como despreciable e inmoral. ‘Knockout’.

Pero, como esta es mi columna, voy a aprovechar lo que me queda de ella para reconducir el debate al marco de lo cultural. Porque aquí de lo que se está hablando es de que un ministro de Cultura haya decidido retirar el premio Nacional de Tauromaquia con base en sus propios gustos y particulares juicios, cosa que no se entiende fuera de la ideología y el fanatismo. Mientras la tauromaquia sea por ley patrimonio nacional y considerado arte, el debate será cultural. Porque estamos hablando de eso, de arte y de cultura. Y si lo quieren arrastrar al terreno de lo moral, sería necesario entonces abordar el tema sin ambages, plantearse la derogación de la ley que protege la tauromaquia y el dejar de considerarla una de las bellas artes, con las herramientas previstas para ello por nuestra democracia. Y que no son, desde luego, las íntimas convicciones de nadie de su irreprochable moral frente a la muy reprobable de quien discrepe. Mientras tanto, esto claro que va de cultura. Y de respeto.