ABC-IGNACIO CAMACHO
Los separatistas sueñan con cocinar otro procés a fuego lento. Y esperan encontrar en Sánchez un nuevo Zapatero
NO por repetido resulta menos irritante el espectáculo de los diputados separatistas blasonando en el Congreso de su rol esencial en la gobernabilidad del Estado. De un Estado con el que quieren romper y cuyo orden jurídico y político –o sea, la Constitución– no sólo detestan y desafían sino que se permiten calificar de infrademocrático. Pero allí están ellos, disfrutando de la libertad que les concede ese raro aparato de opresión –además de otras prebendas más prosaicas– para por un lado denunciar su supuesto carácter autoritario y por el otro decidir quién debe gobernarlo. Sería ingenuo denunciar la contradicción de este cinismo tan propio de los nacionalistas, que ellos consideran simple sentido pragmático. Los viejos comunistas lo llamarían «entrismo», la táctica de combatir desde dentro al adversario. Pujol la utilizó desde el primer momento pero al menos se molestó en simular una cierta lealtad, aunque en Cataluña y en privado presumía –como luego Mas– de su astucia para el engaño. Rufián y compañía, en cambio, proclaman su falta de compromiso sin el menor reparo y se permiten lanzar ultimátums ufanándose con desdeñosa soberbia de tener la sartén agarrada por el mango. En esto bien llevan razón: ni siquiera la quiebra del bipartidismo ha logrado que dejen de ser aritméticamente necesarios.
Ese exhibicionismo provocador y arrogante debería avergonzar o más bien sublevar a Pedro Sánchez, si quedase algo de dignidad política en el personaje. Le están diciendo sin sutilezas ni ambages que lo apoyarán porque lo suponen receptivo a sus intereses: complaciente, dúctil, manejable. Que quieren un presidente que bajo la benévola etiqueta de dialogante se muestre comprensivo con su voluntad de separarse, y que mientras encuentran el modo o la oportunidad de hacerlo no les agobie con demasiadas exigencias legales. Alguien, en suma, que les dé margen para preparar su siguiente demarraje, que no se inmiscuya en sus asuntos, que les quite de encima a jueces y fiscales y que no sea escrupuloso con sus propias responsabilidades.
Al independentismo, lo dijo Otegi, le conviene la coalición entre el PSOE y Podemos. Tampoco es que la vayan a colmar de favores: como primera providencia, en cuanto salga la sentencia del Supremo se apresurarán a montar un buen tiberio, y se harán valer a cara de perro en cada ley y cada presupuesto. Pero es lo mejor a lo que pueden aspirar: eso que Borrell llamó política de ibuprofeno. En su estrategia más sensata, la de Junqueras y los exconvergentes más posibilistas, el procés necesita un replanteamiento que pasa por seguir construyendo estructuras de secesión y ampliar su base social con el tiempo. Para reformular su proyecto les viene bien un gobernante que les deba el puesto y no estorbe mientras cocinan un nuevo envite a fuego lento. Y eso es lo que esperan encontrar en Sánchez: un clon de Zapatero.