Miquel Escudero-El Imparcial
En los últimos años, el historiador Ricardo García Cárcel -una garantía probada de seriedad, rigor y veracidad- ha recalcado que nunca los intereses políticos han determinado tanto el oficio de los historiadores como ahora. Es frecuente que, desde instancias oficiales, el interés de un proyecto político pase por encima de la realidad del pasado y no se dude lo más mínimo en tergiversarlo; se hace primar la ideología (ya sea nacionalista, religiosa o política) sobre cualquier análisis objetivo (condición fundamental del método científico).
Hay lugares donde se pretende que los historiadores sean antes que nada nacionalistas; no que los nacionalistas sepan Historia. Óscar Uceda, presidente de la asociación ‘Historiadors de Catalunya’ afirma que el historiador que en Cataluña no abrace el dogma nacionalista “carece de los medios y del apoyo institucional para hacer llegar sus investigaciones al gran público”; lo destaca en su último libro Cataluña, la historia que no fue (Espasa). Sin embargo, las subvenciones con dinero público rebosan para quien divulgue el credo oficial. Hace tres años el diario británico The Guardian se hacía eco en sus páginas de los tres millones de euros que la Generalitat concedió a una asociación que afirmaba que Shakespeare fue catalán, entre otros disparates a cuál más increíble y ridículo. De lo que se trata es de favorecer la máxima exaltación patria, siempre ingenua, y disponer de una amplia parroquia de crédulos incondicionales.
Para esta última labor se necesita orquestar una propaganda de difusión de sentimientos naturales e inevitables, para ello se emplea una técnica de construcción de desaires y agravios (mejor si contiene alguna parte de verdad, pero ocultando que todos los bandos practicaban las mismas fechorías). Se desvirtúan figuras como Rafael de Casanova; se oculta a otras, como la de Francesc Nicolau de Santjoan, y se deja en la penumbra a alguien como el leal general Batet, quien el 6 de octubre de 1934 reprimió la sublevación que ERC encabezó contra el orden republicano y a quien Franco mandó fusilar, dos años después, por no secundar la suya particular.
Mediante una conspiranoia selectiva, se resaltan hechos como la masacre del Roser en Lérida, en 1707, para activar emociones negativas hacia el poder español, omitiendo datos no convenientes. Como señala el historiador leridano Uceda, la teoría de aquella matanza está plenamente descartada en el ámbito académico, pero en el político, festivo y periodístico no deja de conmemorarse como un suceso atroz. En contraposición, se oculta el sanguinario asedio de Lérida por las tropas napoleónicas que, en 1810, produjo una hecatombe. El asunto es diseñar y ajustar un relato lo más eficaz posible para el imaginario colectivo, una composición de narcisismo y victimismo en alianza íntima, glorias hurtadas. Así, para los nacionalistas catalanes es un ‘hecho indiscutible’ que, desde tiempos remotos, Cataluña era campeona de la democracia y las libertades. Quien niegue la ‘evidencia’ será un enemigo y quien afirme lo que hay que afirmar será aceptable. Claro que no hay manera de salir de esta clase de enredos
Es bien sabido que el primer presidente de la Generalitat fue Francesc Macià y, no obstante, no deja de repetirse que ha habido ya 132 presidentes, en la ignorancia clamorosa de que la Diputació del General era cosa bien diferente de lo que pasó a ser desde 1931.
En una historia de ficción, se recrean y repiten mitos de bailes, danzas, canciones, costumbres y fiestas. Lo que importa es insistir y hacer que ‘la verdad’ sea vista como una trola injuriosa y que la ficción sea una realidad innegable e indiscutible.
Son numerosos e interminables los ejemplos. El historiador Carlos Martínez Shaw ha demostrado de forma fehaciente que no hubo exclusión a los catalanes del comercio americano. En especial, hace mención de la Real Cédula Pragmática del 3 de enero de 1596, de Felipe II, que reza: “Se declara por extranjeros de los reinos de las Indias y de sus costas, puertos e islas adyacentes para que no puedan ni estar ni residir en ella los que no fueren naturales de estos nuestros reinos de Castilla, León, Aragón, Valencia, Cataluña, Navarra y de las islas de Mallorca y Menorca por ser estas de la Corona de Aragón”.
El periodista y escritor bohemio Pompeu Gener (1848-1920) es considerado hoy de ideas ‘progresistas y catalanistas’. ¿Es posible? En 1887 hablaba de la raza superior indogermánica (por consiguiente, otras eran inferiores) y confesaba dudar desde hacía tiempo de que la mayoría de España fuera capaz de progreso a la moderna. Por si faltaba poco, agregaba: “Hay demasiada sangre semítica y bereber esparramada por la península para que pueda generalizarse en la mayoría de sus pueblos la ciencia moderna”. Así estamos. Hay mucho que hacer: poner en marcha la realidad y desactivar los robots engañadores.