Jorge Vilches-Vozpópuli
- Asusta que el Ejecutivo, el de Sánchez, pretenda ser absoluto, sin límites terrenales, e irresponsable ante el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y el Parlamento
Dos hechos vienen a confirmar que los socialistas desprecian el Parlamento. El primero es la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la inconstitucionalidad de la suspensión de las libertades, no en sus fines, sino en sus medios. La forma no era el Estado de alarma, sino de excepción, que obliga al control parlamentario, cosa que disgusta al sanchismo. Es más; está al caer la inconstitucionalidad de la prórroga de seis meses. Esto es tan demoledor que el Gobierno trató de condicionar el voto de los magistrados y luego, habiendo fracasado en su “influencia”, intentó retrasar su publicación.
El segundo hecho que demuestra el desprecio general y profundo de la izquierda al parlamentarismo es el nombramiento de Rafael Simancas como secretario de Estado de Relaciones con las Cortes. El socialista se ha distinguido esta legislatura solo por dos cosas: pactar con EH-Bildu la reforma laboral para conseguir su apoyo a la inconstitucional prórroga del Estado de alarma, responsabilizando al PP de dicho pacto, y por insultar a la derecha parlamentaria hasta la extenuación. Claro, que Simancas ya dijo que la culpa de la pandemia la tenía Madrid.
Han roto el parlamentarismo. No me refiero solo al ejemplo de Rafael Simancas, cuyo carácter demuestra que no ha superado el “tamayazo”. Va más allá. Las Cortes ya no son una escuela de líderes y gestores para la izquierda porque allí están los diputados como números. Prefieren para el Gobierno los “fichajes” de la judicatura y del poder local. El resto, los diputados de a pie, los parlamentarios, solo aspiran a repetir legislatura, a servir al partido como el partido diga, y esperar no acabar como Ábalos.
Los parisinos peleaban en los bulevares, sí, pero no contra los nazis, sino entre ellos para coger sitio y ver desfilar a las tropas alemanas por la ciudad
Lo peor de todo es que uno tiene la sensación de que a la gente, en general, le importa un higo que se carguen el parlamentarismo. No dejo de pensar en aquella escena del París de junio de 1940 descrita por Chaves Nogales -escritor ahora despreciado por los comunistas y los lepenistas españoles porque dijo la verdad-. Los parisinos peleaban en los bulevares, sí, pero no contra los nacionalsocialistas, sino entre ellos para coger sitio y ver desfilar a las tropas alemanas por la ciudad.
Entre izquierdistas y nacional-populistas han destrozado el parlamentarismo. La pérdida de la tradición de la libertad a manos de totalitarios y autoritarios, de personajes que blasonan una enferma superioridad moral, es lo que ha debilitado el Parlamento, y no solo en España. Ambos, izquierda y nacional-populismo, creen que la democracia es el dictado de la mayoría, encarnada en un Ejecutivo, en un Gobierno “popular”.
Este democratismo ha enterrado el liberalismo porque supone que es el Estado quien concede y retira los derechos, quien nos hace libres al reglamentar todas las facetas de la vida pública y privada. Ese culto al Estado, ese estatismo corrosivo, ha dado una vuelta de tuerca. Ahora es más agresivo y engreído, más supremacista y tirano. No quiere réplicas. No está dispuesto a dar explicaciones. Tampoco las necesita porque la mayoría de la gente está agradecida de que el Estado vele por su vida. Hemos llegado al punto de que muchas personas necesiten el reconocimiento de su vida privada y sentimental por el Estado.
Este nuevo totalitarismo, mucho más sutil y profundo que el del siglo XX, desprecia a los árbitros institucionales, como el Tribunal Constitucional, tanto como a los cuerpos intermedios, la familia, y los contrapesos. En concreto: no soporta un poder judicial independiente, unas Cortes vivas, y una libertad de expresión crítica en los medios. No hace falta más que ver lo que ha pasado desde enero de 2020, cuando se aceleró notablemente la destrucción de la democracia y del orden constitucional en beneficio de quienes lo desprecian.
Parece un signo de los tiempos, que es conveniente observar sin nostalgia, ese sentimiento dañino que enturbia el análisis, y sí con preocupación. El liberal tiene un compromiso político explícito con la defensa de las instituciones de un gobierno limitado y responsable. Y este no lo es.
Por eso asusta que el Ejecutivo, el de Sánchez, pretenda ser absoluto, sin límites terrenales, e irresponsable ante el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y las Cortes. Desde luego, el concepto de responsabilidad no es lo suyo. Quizá es porque son socialistas y la culpa siempre la tiene otro.