Rebeca Argudo-ABC
- Lo que no podremos decir es que no lo vimos venir. Están todas las cartas sobre la mesa: sabemos que la democracia y la paz les importan poco
Ala izquierda más radical (la de la política del gesto y el mohín) y su batucada constante de causas justas, la actualidad internacional le ha pasado por encima como un camión de mercancías lo haría por encima de una liebre despistada cruzando la autovía por donde no toca. Tenía que pasar tarde o temprano, pero hay que ser especialmente virtuoso para la impertinencia para hacerlo del modo en que ha ocurrido. Tanto que el acuerdo de paz entre Israel y Gaza les ha pillado con un llamamiento a la huelga instalado en el cielo del paladar y la ‘flotilla Biodramina’ en repliegue con coste al erario. Así, de manifestarse por Gaza pese a todo (bien porque las pancartas y las kufiyas del chino ya estaban pagadas y habrá que amortizarlas, bien porque no vamos a dejar que la realidad nos enmiende) no va a quedar muy claro si la manifestación es por la paz o en contra de ella. O si es que el tan cacareado genocidio les importaba en realidad un rábano y lo importante era el capital moral que les proporcionaba la protesta. La autopromoción, ya saben: tú a ‘Malas Lenguas’, yo a ‘En boca de todos’; tú a un observatorio, yo a una asociación.
Lo mismo con el Nobel de la Paz. El ciudadano Iglesias (un tabernero con alma de tertuliano, pasado político y empadronamiento en urbanización de postín) lustraba con su rencor ideológico el subsuelo del mínimo pundonor al comparar el galardón para María Corina Machado con un Nobel póstumo a Hitler. Ya saben, para el vicepresidente devenido en cantinero y tuitero (auge y caída de Pablo Perrin) todo el que no piense como él, del mínimamente discrepante al abiertamente contrario, todo es nazismo, caos y desolación. Así, cuando es la realidad la que le confronta, es que, como en el chiste, todos desfilamos mal excepto él. Todos nos equivocamos. Todos nazis. Más allá del chiste, que se cuenta solo y algunos ya nos lo sabíamos, el cabreo de la extrema izquierda con el mundo hoy sirve, sobre todo, para que caigan al suelo las caretas:
El primero, el enojo por la paz en Gaza, evidencia que los pobres civiles inocentes les dan igual y que camuflan bajo la pátina de moralidad irreprochable un antisemitismo preocupante. Ha quedado claro, porque lo han dicho abiertamente, que lo que buscan es la desaparición de Israel por encima del entendimiento entre pueblos y que la paz solo les sirve si es bajo el yugo de un grupo terrorista, Hamás, al que asimilan al pueblo palestino como si ambos fueran lo mismo.
El segundo, el enfado por el Nobel a Machado, que la democracia solo les sirve si son ellos los que gobiernan, gracias al método democrático pero sin ningún compromiso con su ideal. Y que prefieren una dictadura de izquierdas a una democracia con un gobierno de derechas porque, en realidad, los valores democráticos (que incluyen la pluralidad política) no les merecen ningún respeto.
Lo que no podremos decir es que no lo vimos venir. Están todas las cartas sobre la mesa: sabemos que la democracia y la paz les importan poco.