MANUEL MONTERO-EL CORREO
- El ‘procés’ puede resucitar. La base social independentista sigue existiendo y el poder de movilización de la ANC y Omnium es inmenso
Más de 30.000 aficionados del Eintracht de Fráncfort invadieron Barcelona el pasado abril. La marcha de los seguidores al Camp Nou es, con la excepción de la manifestación de la Diada, la mayor movilización social de este año en una capital catalana en la que hace menos de un lustro las concentraciones se sucedían semana tras semana. El partido, que certificó la eliminación del Barça de la Europa League, quedará en la memoria de los aficionados azulgranas como una de las noches más negras de la historia de su club. Al equipo barcelonés se le avisó: ocultarse tras el mito del ‘jogo bonito’ y fiarlo todo a la figura de Leo Messi solo conducía al fracaso, como finalmente sucedió. El independentismo catalán ha sufrido algo similar: gobernar a base de relatos heroicos y figuras mesiánicas solo conduce a la frustración y la ingobernabilidad. La salida de Junts del Govern, que muchos ideólogos independentistas se han atrevido a calificar como el final del ‘procés’, es el último episodio de la crisis crónica del secesionismo. Y esta no se puede solucionar con palancas financieras.
Junts, que incluso con todas las ‘consellerías’ clave nunca creyó en ser la fuerza subalterna de un Gobierno encabezado por ERC, optó por salir del mismo tras una consulta interna en la que un 55% de la militancia avaló la decisión. Pese a los intentos de los consejeros y los amagos de Jordi Turull, el sector de Carles Puigdemont y Laura Borràs ha conseguido sepultar al viejo espacio posconvergente. Los ultras han devorado lo poco que quedaba del liberalismo independentista clásico en Cataluña en un episodio singular de la crisis mundial del centro derecha.
El sector puigdemontiano apostaba por abandonar el Govern, ya que considera que no cumple el acuerdo de investidura y no camina hacia la independencia. Sin embargo, ante la pregunta de qué haría Junts en la presidencia, se limita a responder con el leit motiv de «reivindicar el legado del 1 de octubre». Sin que nadie sepa cómo poner en marcha el ilusorio mandato de 2017 y con la ANC alentando a una sociedad frustrada, uno ya no sabe si es más realista el pactismo mágico con el Estado que busca ERC o repetir ilusorias declaraciones unilaterales de independencia por si alguna funciona.
Ante la salida de Junts, Pere Aragonès ha tenido que recurrir al mercado de fichajes. Con la incorporación de exaltos cargos del PSC, el PDeCat y Podem, el ‘president’ afirma que su nuevo Ejecutivo representa los consensos del 80% de la ciudadanía, otro de los viejos mantras independentistas que no reposan sobre ninguna encuesta reciente. Por lo tanto, el mandatario que fue investido por la mayoría del 52% ahora afirma que gobernará para un 80% que se desconoce si existe, y en realidad solo cuenta con el apoyo de 33 diputados. El actual Govern es extremadamente débil, está en minoría y además no contempla buscar el apoyo del PSC para unos Presupuestos que debe aprobar con urgencia.
Los actuales Presupuestos del Govern de la Generalitat son los aprobados antes del 1 de enero desde 2010, cuando José Montilla ocupaba la presidencia. Cataluña no puede asumir la inestabilidad política como normal y su Gobierno debe intentar contar con unas Cuentas públicas actualizadas. La posible prórroga a la que se refirió Oriol Junqueras denota el infantilismo de una Esquerra con miedo a ser acusada de traición por pactar con los socialistas, incluso cuando quien pronuncia la acusación gobierna la Diputación de Barcelona con el PSC. Los fondos de recuperación y las ayudas para paliar la crisis energética no pueden depender de las esperas de Aragonès a Junts, que reclama su cabeza a través de una cuestión de confianza.
El PSC tiende la mano, aunque en realidad busca dar el abrazo del oso, a unos republicanos decididos a arrebatarle las áreas metropolitanas en las municipales de mayo. El PSOE, con su acercamiento a ERC, ha conseguido frustrar a Junts hasta el punto de hacerle abandonar el Govern y convertirse en una fuerza central en Cataluña: un ‘tripartit’ en diferido es la única forma de evitar el adelanto electoral. El nuevo rol socialista en la política catalana, unido a la permanencia del PSE-EE en el Gobierno vasco, aleja las crisis territoriales durante la presidencia de Pedro Sánchez.
Ahora bien, quien crea que el ‘procés’ no puede resucitar, yerra. La base social independentista sigue existiendo y, aunque menor que hace años, la capacidad de movilización de la ANC y Omnium es inmensa. Con una Moncloa con la gestión bien valorada, pero malas perspectivas electorales debido a sus socios -la fractura del 1 de octubre y la violencia de ETA siguen presentes en la sociedad española-, las tentativas de no avanzar en la mesa de diálogo hasta después de las elecciones generales serán grandes. ERC, en cambio, necesita resultados para validar su apuesta. De momento el partido, al igual que los Presupuestos, apunta a la prórroga.