TONIA ETXARRI-El Correo

  • El afianzamiento de Sánchez en La Moncloa depende del escenario electoral catalán

Inmersos ya en capilla de la tercera ola de la pandemia. Aún sin evaluar. Pero esta vez sabemos dónde estamos. Con las vacunas en el presente y la inyección de los fondos europeos para ir tirando, la imagen de la unidad y coordinación de la UE ha sido contundente. Y tranquilizadora, a pesar de los errores logísticos iniciales.

Un estímulo donde refugiarse a la hora de buscar un manual de estilo sobre cómo deben hacerse las cosas. Y evitar los errores que, a estas alturas, no deberían repetirse. El ‘efecto Navidad’ ha disparado el nivel de contagios y hay que esperar todavía a que pase la festividad de Reyes, una efeméride asociada también a la entrega de regalos que no se la saltan ni los republicanos más recalcitrantes.

Que las más de trescientas personas que participaron en la fiesta ilegal en la población barcelonesa de Llinars del Vallés, sin mascarillas ni precauciones, fueran desalojadas al cabo de dos días por culpa de las diferencias de criterios entre los dos partidos que gobiernan en la Generalitat, da la medida del desvarío que puede provocar una disputa partidaria. Pero así fue. Esa bomba de relojería, que desafiaba al virus desde la más absoluta inconsciencia e irrresponsabilidad, permaneció latente durante dos días por culpa de la inacción de los Mossos. Así, no.

Que el ministro/candidato Salvador Illa no admita, ahora, las enmiendas de la oposición sobre el decreto ley para la nueva normalidad, incumpliendo su propia palabra, revela que el grado de cálculo político eclipsa cualquier plan sanitario relegando las necesidades prioritarias a un segundo plano. Así, no.

En este año pandémico, el Gobierno de coalición socialcomunista ha añadido a su estructura zurcida con no pocos tirones, los complementos de ERC y Bildu. Para contrariedad del PNV, que sigue exhibiendo su medalla de socio ‘preferente’ de un presidente que ha llamado al grupo de Otegi «verdaderos patriotas». En contraposición al PP. Esa circunstancia seguirá obligando a Sánchez a estirar su política de cesiones al independentismo. La pregunta es si tendrá algún límite. Si habrá un ‘Stop’ que le impida seguir derribando las líneas rojas que él mismo se había impuesto, cuando era candidato. Se admiten apuestas.

No se trata ya de comprobar quién gana las elecciones sino quién es capaz de formar gobierno

Del escenario electoral catalán dependerá el afianzamiento de Sánchez en La Moncloa. Ya hemos podido comprobar que no hay mayor necesidad que altere en este presidente una declaración de intenciones (los principios son otra cosa) que una cita electoral que pueda asegurarle más cuota de poder.

Amarrados ya los Presupuestos, con la operación Illa como candidato, quiere contribuir a garantizar que, después del 14 de febrero, ERC gobierne en un tripartito sin Junts per Cat. Sostenido por los ‘comunes’ de Podemos y por los socialistas. Por eso se ha instalado en el tensionamiento del debate y la radicalidad de su política. Aprobando leyes tan fundamentales como la de educación y la eutanasia sin dialogar con la sociedad civil. Confinando la agenda del rey Felipe VI. Preparando los indultos y la rebaja del delito de sedición para los condenados del ‘procés’. Tiene que asegurarse la supervivencia con ERC. No se trata ya de comprobar quién gana las elecciones sino quién es capaz de formar alianzas de gobierno.

La idea de dividir a los independentistas parece lógica. Pero la bolsa de indecisos en ese mundo podría decantar la balanza. Aún no han hablado las urnas en Cataluña. Y en el resto del país, preocupados por la tercera ola de contagios, esperando un milagro.