Fernando Savater-El País
Es la misma música que cantan en el País Vasco, con el estribillo «ni vencedores ni vencidos»
Cuando se ven enfrentados por un conflicto civil, los hombres sensatos tratan de encontrar un punto medio de acuerdo en que todos cedan algo y ninguno lo pierda todo. Es una actitud prudente que siempre cabe recomendar. ¿Siempre? Hay ocasiones en que el mérito moral o político de las posiciones enfrentadas es tan disímil que tratar a ambas partes como equivalentes agravia a una de ellas. Lo cual conlleva el peligro de que ese acuerdo disparejo sea aún peor a la larga que la misma discordia. Quienes en todo caso, se trate de lo que se trate, recomiendan que se parta lo cuestionado en dos mitades iguales entre los litigantes para que ninguno quede humillado por el otro, quizá no lo hagan por equidad -que también puede ser ciega- sino por pereza acomodaticia. Cuando Salomón ordenó al sicario que partiese al niño en dos no lo hizo porque creyese que ambas supuestas madres tenían el mismo derecho a él sino para descubrir a la que merecía el hijo entero. Un caso práctico: si para bajar de un octavo piso unos aconsejan saltar por la ventana y otros utilizar la escalera, descender cuatro pisos con cada uno de los métodos no obtendrá buen resultado, por equitativo que parezca.
Estas inocentes reflexiones surgieron al leer la entrevista a Iceta en este periódico, en la que recomienda lo que él mismo tiene por imposible, un gobierno de concentración en Cataluña para que un 50% de catalanes no se imponga al otro 50% (el resto de españoles no sé dónde queda). Es la misma música que cantan en el País Vasco, con el estribillo «ni vencedores ni vencidos». Entonces recuerdo temblando al que dijo: «Entre la humillación y la guerra, habéis preferido la humillación. Tendréis humillación y guerra». Ojalá no.