ABC 03/02/16
ANTONIO BURGOS
· Majestad: tenga al pleno del Congreso encerrado, a pan y agua, y verá qué pronto tenemos presidente
NO sé si es una verdad o una leyenda urbana. Es decir, un embuste de grande como el Edificio España que los chinos iban a comprar, pero que se han echado para atrás cuando han mirado los muros de la patria mía y visto la carmenada nuestra de cada día, dánosle hoy, de la alcaldesa de Madrid. Es más: no sé si es una leyenda urbana vaticana. En cuyo caso puede tratarse de un embuste «urbi et orbi»: mayor que el globo terráqueo. Y en caso de que no fuese ni leyenda urbana ni embuste, como trátase de vaticana materia, quizá fuese una de tantas tradiciones de la Santa Madre Iglesia (muchas de ellas, como el uso litúrgico del latín, patrimonio cultural de la Humanidad) con las que acabó la indigestión de Concilio que cogieron muchos tras el Vaticano II.
A lo que quiero referirme con tanto rodeo, vamos al turrón, es a lo que se contaba de los consistorios cardenalicios para la elección de Papa. Que cuando los purpurados mareaban mucho a la perdiz, no terminaban de ponerse de acuerdo, ninguno sacaba los votos de rigor y acababan con toda la leña al fuego necesaria para que saliera humo negro por el teletipo de la chimenea pontificia, el camarlengo los rebajaba de rancho a todos, castigados sin postre y sin comida alguna, y los ponía a pan y agua hasta que sacaran por mayoría a un nuevo sucesor de Pedro. (¿A que la lista de papas suena a negocio antiguo, galdosiano o barojiano: «Sucesores de Pedro, Sociedad en Comandita»?).
Esa es la fórmula que deberíamos aplicar para la investidura del presidente del Gobierno. Coger a todas sus señorías los diputados del Congreso, clausurar la cafetería donde Iglesias desayuna poco más o menos por lo que decía ZP que costaba un café en la calle, y tenerlos a todos allí encerrados, a pan y agua, hasta que elijan a un presidente del Gobierno como Dios manda, con la Constitución en la mano como persona de diplomacia. Vería usted cómo íbamos a dejar tranquilito a Su Majestad, que lo tenemos al hombre echando horas extras, mañana, tarde, noche y madrugada aguantando el rollazo que le quieran contar los que con tal de echar a Rajoy son capaces de matar a su padre y con tal de salir elegidos presidentes del Gobierno son capaces de matar a su Madre España: que ya la tienen malusconcilla en Cataluña y quieren aplicarle a la pobre la eutanasia en forma de referéndum de autodeterminación. ¡Ni que esa parte de la Corona de Aragón fuera el Sahara Occidental, joé, con tanta autodeterminación!
Majestad: tenga al pleno del Congreso encerrado en el «hemicirco» de la Carrera de San Jerónimo sin comer, nada más que a pan y agua, y verá qué pronto tenemos presidente del Gobierno investido, Señor, hartos de que se pongan unos a otros vestidos de limpio y haciendo en los escaños el juego de la gata parida para echarse mutuamente del poder.
Ah, y si no se aplica mi Operación Consistorio Cardenalicio y seguimos como estamos, y hay que convocar nuevas elecciones, que sus señorías los diputados vayan devolviendo todo lo que han recibido de gañote en el Congreso, ¿eh? Que como los hermanos menores heredan la ropa de los mayores y antes la Enciclopedia Álvarez pasaba de unos a otros, que los que habrán estado apenas unos meses de diputados vayan entregando todas las mamelas y mamandurrias en especie que ya han trincado, para entregárselas a los nuevos. A saber: la cartera como ministerial de Pseudo Loewe que da el pego, que parece buena y no de polipiel; el teléfono móvil; la tableta; el ordenador portátil; el acceso a internet con correo electrónico gratis; el vale de taxis y el carné para viajar de gañote en avión en tren. Después de que no se han puesto de acuerdo para investir presidente, ¿se van a llevar ese gran mangazo a su casa por su bella cara? Nada, a devolverlo: ¡que es de Huelva! Y póngase en práctica urgentemente lo cardenalicio de ponerlos a pan y agua, verán ustedes lo pronto que tenemos fumata blanca de presidente.