Estefania Molina-El Confidencial
- De forma atemporal, la posición de Garzón sirve de metralla para una derecha dispuesta a robarle la bandera del pueblo a la izquierda, como hizo Isabel Díaz Ayuso en los comicios de 2021
A Pedro Sánchez le ha entrado el complejo de la izquierda pija en año electoral, y eso explica el frente abierto que mantiene el ala socialista del Gobierno en estos días frente a Alberto Garzón, en el lío de la carne. Esto es, la idea de que la izquierda no se estaría centrando en esos temas que «verdaderamente importan a los ciudadanos» como es el caso del empleo, la factura de la luz y salir de la precariedad agravada por la pandemia. A saber, que la España rural será decisiva en los próximos comicios regionales y generales, por lo que hay que evitar cuestiones que suenen a alejadas del pueblo.
Tanto así, que es la segunda vez que el Ejecutivo deja tirado al ministro de Consumo en un ámbito que parecía de acuerdo en la coalición de socialistas y morados. Ya en verano salió a la luz que parte de la estrategia 2030 de la Moncloa era precisamente la reducción del consumo de carne. Sánchez saldó la polémica entonces con su frase del «chuletón imbatible» dejando en evidencia a uno de los ministros más débiles del ala morada, con su aviso sobre la salud pública.
De forma atemporal, la posición de Garzón sirve de metralla para una derecha dispuesta a robarle la bandera del pueblo a la izquierda, como hizo Isabel Díaz Ayuso en los comicios de 2021. De ahí que varios cargos del PP, en un ejercicio populista, se dedicaran en agosto a colgar fotos comiendo chuletones, chistorras… en barbacoas diversas. De ahí también, que varios barones rurales del PSOE se hayan tirado en plancha contra Garzón en las últimas horas, sin piedad.
La construcción del relato seguiría como sigue, en el terreno de la batalla de ideas en que estamos inmersos: «Existe una derecha que te deja hacer lo que te plazca, la derecha libertaria que no se mete en tu vida, que se preocupa por tu trabajo, frente a una izquierda donde todo son imposiciones, autoritaria, regañona… que encima quiere arruinar a los trabajadores con sus dejes pijos» como expliqué aquí.
Ello es clave para el imaginario que el PP quiere construir en las siguientes elecciones. De un lado, plantándole cara a una España Vaciada que podría penalizar a la derecha en el reparto de escaños rurales. Del otro, rentabilizando la precarización social, la inflación, y una recuperación económica que no sea tan boyante como vaticina Nadia Calviño. Es decir: el humor del ciudadano medio.
Pero la política no es tanto Ciencia como oportunidad democrática
Con todo, España es uno de los países donde más carne se consume de toda Europa. Según datos de la plataforma El Orden Mundial, ello supondría unos 98,79 kilogramos por habitante, seguido de Portugal (94,68), Italia (81,69), Francia (79), Alemania (78,75) y Bélgica (54,71). Es decir, que la recomendación del ministro tampoco caía en saco roto. Del mismo modo, tampoco es falso que las macrogranjas contaminan, en perjuicio además de otros tipos de ganadería.
Pero la política no es tanto Ciencia como oportunidad democrática. Sánchez frente Ayuso tal vez aprendió que los relatos que suenen a alejados en contextos de necesidad material tienen todas las de hundirse en las urnas. La izquierda de PSOE y Unidas Podemos se dedicó a hablar de «fascismo», un relato etéreo que los llevó a pique, aupando a Más Madrid y Ayuso, aunque desde espectros muy distintos. Los primeros, la única izquierda que habló de desigualdad tangible. La segunda, la única que garantizaba el empleo en pandemia.
Por ello, el desdén del PSOE es síntoma de hasta qué punto la izquierda ha renunciado a hacer pedagogía sobre su ideario. No es que Garzón haya perdido los papeles, como tampoco cuando recomienda reducir el consumo de azúcares. El problema es que el PSOE le ha comprado a la derecha que ahora no les toca hablar de cosas que a la gente tal vez le suenen fuera de onda. E incluso, que el buen comer, así como las energías verdes, caen en muchos sectores todavía como privilegios de unos pocos.
Se sabe que la Transición ecológica tiene unos costes en la alimentación, y en el encarecimiento de energía en el reto de la plena descarbonización que propugna la Unión Europea para 2050. Ahora bien, la vicepresidenta Teresa Ribera se ha quitado del medio de esta polémica, dejando un vacío pedagógico sobre un asunto del que quizás ella caería del lado del ministro de Consumo. Pero, en cambio, huye de explicar la injusticia social detrás del cambio climático y la contaminación que lo agrava.
El titular de Consumo tiene mínimas oportunidades de lograr visibilidad, en tanto que su ministerio fue otrora una mera secretaría
Si bien, el caso Garzón reviste de especial gravedad porque además este ni siquiera dijo las palabras que una parte de la derecha ha utilizado para nutrir el mismo relato al que el PSOE se ha sumado con soltura. Tiempo ha tenido en estos meses el presidente del Gobierno de hablar con Díaz para evitar este sainete de desautorizaciones, si es que el PSOE no estaba conforme con sus ideas.
Ahí se superpone otro elemento fruto de las lógicas orgánicas e internas del Gobierno. El titular de Consumo tiene mínimas oportunidades de lograr visibilidad mediática, en tanto que su ministerio fue otrora una mera secretaría de Estado. Es decir, con escasas competencias, con pocas acciones que llevar a cabo más allá de un fuerte impacto mediático. Tanto quiso Sánchez laminar el poder de Unidas Podemos en la configuración del primer Gobierno, que ahora se le ha vuelto en contra.
A la postre, el caso Garzón tampoco pareciera de agrado para la vicepresidenta Yolanda Díaz, llamada a ser candidata electoral de la izquierda alternativa. Si alguien es pragmática y materialista en ese Ejecutivo es Díaz. Esta suele tamizar todos los debates relativos a lo «posmaterial» (derechos, libertades, ecología, feminismo…) bajo el halo del conflicto capital-trabajo. Se despachó a la sazón con un tuit sobre fomentar la ganadería sostenible, distinto al reproche intenso que se habría esperado de Pablo Iglesias a los socialistas.
Quizás, porque el complejo de izquierda pija tiene ramificaciones más profundas y transversales a izquierda y derecha, que la mera batalla entre Sánchez y Unidas Podemos. Es decir: que hay una izquierda que teme perder la bandera del pueblo a manos de la derecha, y con ello las elecciones, sea Sánchez, o Díaz.