Cristian Campos-El Español

 

Nueve de las trece noticias de la portada de EL ESPAÑOL en el momento de escribir esta columna hablan del caso Koldo. Las otras cuatro, de Rafael Nadal. Si el tenista no se hubiera retirado hoy, es probable que toda nuestra portada estuviera dedicada en exclusiva a la trama de corrupción que sobrevuela hoy la cabeza de Pedro Sánchez.

Al menos dos de esas noticias habrían provocado ya la dimisión de cualquier otro primer ministro de cualquier otro país de la Unión Europea.

La primera de ellas, la noticia de que Pedro Sánchez autorizó personalmente el viaje a España de Delcy Rodríguez cuando la vicepresidenta de la dictadura venezolana tenía prohibida su entrada en el territorio de la UE.

La segunda, la de que el hombre clave de la trama Koldo, el comisionista Víctor de Aldama, y el ex CEO de Globalia, Javier Hidalgo, se reunieron con la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño, y con el vicepresidente de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), Bartolomé Lora, para negociar el rescate de Air Europa con 475 millones de euros.

La UCO llega a insinuar en su informe la participación directa de Pedro Sánchez, al que los miembros de la trama se refieren como «el 1», en el rescate de Air Europa.

La primera de esas noticias no sólo coloca a Pedro Sánchez en una posición muy incómoda respecto a Bruselas, sino que dinamita las presuntas buenas intenciones de la gestión realizada por el Gobierno para la llegada a nuestro país de Edmundo González.

Al «¿qué le debe el PSOE a Marruecos?» habrá que sumar pronto un nuevo latiguillo: «¿Qué le debe Pedro Sánchez a Nicolás Maduro?».

Cabe preguntarse también, y es evidente que esta es una pregunta retórica puesto que la respuesta la conocemos todos, si la intención del Gobierno fue la declarada frente a los medios, o si más bien fue la de devolverle un favor a la dictadura venezolana. Un favor que, maquillado de buena voluntad diplomática, le permitió a Edmundo González salvar la cara frente a los venezolanos; a la dictadura, atrincherarse en el poder sacándose de encima al ganador legítimo de las elecciones; y al Gobierno español, fingirse pacificador mientras pitaba a favor del equipo de Maduro.

La segunda de esas noticias no es menos delicada. Porque rellena uno de los socavones en ese camino de migas que lleva desde Koldo hasta el despacho de Pedro Sánchez, e incluso hasta Begoña Gómez y las reuniones que mantuvo con Javier Hidalgo meses antes de la concesión del rescate de Air Europa.

Recordemos además que la Audiencia de Madrid ordenó esta semana continuar investigando a la esposa del presidente con una única excepción, la del caso Air Europa, «en tanto en cuanto no aparezcan hechos verdaderamente nuevos de contenido incriminatorio y valorados en resolución judicial motivada».

Y esos «hechos verdaderamente nuevos de contenido incriminatorio» están hoy ya sobre la mesa. No es descartable, por tanto, que el caso Air Europa vuelva a ser en un futuro más o menos cercano objeto de investigación de nuevo en relación con Begoña Gómez.

La sensación hoy en Madrid, excepción hecha de esa prensa monclovita que será la última en saltar del Titanic sanchista, es que las grietas son ya irreparables, que el agua está entrando a borbotones en la sala de máquinas, y que muchos de los implicados en la trama tienen cada vez más motivos para hablar y menos para seguir callando. Otra cosa es cuánto tiempo resista Sánchez atrincherado en su burbuja.

Sería prematuro decir que Pedro Sánchez está muerto. Pero también sería absurdo negar que de una acumulación de evidencias como la actual no se salvó ni siquiera Richard Nixon.

Pocos recuerdan hoy, sin embargo, que el escándalo del Watergate no acabó con el presidente republicano con la publicación de la noticia del espionaje a sus rivales demócratas, sino tras dos años de investigación y cientos de artículos publicados tanto en el Washington Post como en otros periódicos americanos.

El paradigma del presidente que cae «por la publicación en la prensa de un escándalo» es en realidad el paradigma de lo mucho que es capaz de resistir un presidente antes de que el aluvión de noticias escandalosas agriete no tanto la fe de los ciudadanos en su inocencia, como sus apoyos políticos.

Nixon no cayó porque los americanos se manifestaran en masa frente a la Casa Blanca, sino porque Barry GoldwaterHugh Scott (líder de la minoría en el Senado) y John Rhodes (líder de la minoría en la Cámara de Representantes), los tres republicanos, se reunieron con Nixon para comunicarle que le retiraban su apoyo.

Recordemos, finalmente, que Sánchez sólo ha sufrido dos derrotas políticas «existenciales». La primera, cuando su propio partido le obligó a renunciar a la secretaría general del PSOE. La segunda, cuando ERC le retiró su apoyo y le obligó a convocar elecciones generales en 2019.

Con Sánchez, por tanto, no han acabado nunca sus enemigos, sino sus «amigos».

Hay un segundo detalle del caso Nixon que no suele recordarse hoy. Gerald Ford perdió las elecciones de 1976 por su decisión de indultar a Richard Nixon.

Téngalo en cuenta, señor Feijóo. Y tenga sobre todo en cuenta que tanto indulto es lo que hizo Pedro Sánchez con los líderes del procés como permanecer inerte cuando eres el líder de la oposición y las circunstancias te obligan a dar un paso adelante por tu país, por los ciudadanos y por el Estado de derecho.