Lo creo sinceramente. Les falta ambición. Reducir la jornada laboral de 40 a 37 horas y media es una medida demasiado modesta, muy pacata, corta de vuelo. Un Gobierno progresista como Dios manda debería haber caminado hacia las 30 horas como mucho, quizá menos, las 24 horas, tres días a la semana de curro y cuatro de libranza, eso sí que hubiera sido una exhibición de fuerza, una iniciativa revolucionaria, ahora sí que sí, incluso podríamos empezar cual experiencia piloto por enviar a los funcionarios a casa (muchos ya lo están de facto) y mandarles la paga al banco mientras atienden a la prole o podan el jardín, porque eso sí sería “vivir mejor” como promete la gran Yolanda, esa fascinación de mujer, los ojos fijos en la pantalla, como hipnotizados, ojos ahítos de rojo, mientras discursea sobre conceptos tan alambicados que tú nunca llegarás a entender por mucho empeño que le pongas. Los funcionarios y los trabajadores del sector público, empezar por ahí, y luego llamar a Garamendi para que la CEOE comience también con las 24 horas semanales en las empresas del IBEX. 37 horas y media “sin reducción salarial”, nos aclaran Pedro y Yolanda, la pareja del siglo. Pues mal, muy mal, escaso afán, ¿qué menos de un 10%, incluso un 20%, de aumento de sueldo ligado a esas 37,5 horas? Eso sí hubiera sido una medida a la altura de un Gobierno socialcomunista que, si bien en funciones, sigue tomando decisiones como si tal cosa.
Y quien dice la reducción de jornada dice el aumento del permiso retribuido por paternidad. Añadir 4 míseras semanas más a las 16 actualmente en vigor, y además sin mejora de sueldo, me parece muy poquita cosa, muy decepcionante. Un Gobierno ambicioso como el vuestro, dispuesto a asombrar al mundo, debería elevar esa regalía hasta el medio año, incluso el año entero, con la paga completa en casa, que seguro que así aumentábamos la productividad de las empresas españolas. Otro sí digo de la aprobación de permisos remunerados para la conciliación familiar. Cuatro semanas al año parece cosa raquítica. Lo normal en un Gobierno tan progresista como el que Pedro y Yolanda nos anuncian hubiera sido decretar un permiso de una hora diaria para que el personal pueda ir a casa a poner el cocido en el puchero y atizar la lumbre. Item digo con la Sanidad: poner un tope a las listas de espera (¿pero cómo no se nos había ocurrido antes?) está muy bien, pero de nuevo había que haber arriesgado más, ser más ambiciosos, acabando con ellas de un plumazo por Real Decreto ley y asunto resuelto.
Llevar el Impuesto de Sociedades al 15% efectivo suena a rendición incondicional ante el colectivo empresarial, esos malvados vampiros del sudor ajeno
Y, ¿qué decir de la fiscalidad? Llevar el Impuesto de Sociedades al 15% efectivo suena a rendición incondicional ante el colectivo empresarial, esos malvados vampiros del sudor ajeno refugiados en sus imponentes fortines de La Moraleja, Somosaguas o Puerta de Hierro (¿de dónde sacan, para tanto como destacan?), parece casi un regalo. Ana Botín acaba de anunciar que este año piensa llevar el beneficio del Santander hasta los 11.000 millones, y ahí es donde hay que apretar las clavijas, Pedro, tú lo vales rey moro, y no importa que la mayor parte de esa suma se logre en el exterior, hay que seguir apretando las tuercas a banca y eléctricas con más impuestos extraordinarios hasta que de rodillas pidan perdón, y hay que echar encima de los ricos, cualquier tipo de rico, cualquier persona a quien las cosas le vayan medianamente bien, a los mastines de la Agencia Tributaria para que le frían a impuestos (¡Enhorabuena, Xabi Alonso!), seguro que esta es la mejor forma de atraer capital extranjero o de hacer que aquellos nacionales que lo tienen, lo tenían, lo inviertan en España y no se lo lleven a Luxemburgo.
Para convertir España definitivamente en Argentina hay que deprimir mucho más la economía (la OCDE acaba de mostrar la senda de perdición que lleva la española), hay que asfixiar a las empresas, qué diablos, qué digo, hay que acabar con ellas, terminar de liquidar a las clases medias, empobrecer a la gente del común, privarla de cualquier alternativa en el libre mercado y convertirla en 100% dependiente de la paguita, del subsidio, de la ayuda, de forma que llegue un momento en que a Juan Español no le sea posible concebir su vida sin la mano salvadora del Estado detrás, sin el aliento del Gobierno de izquierdas en el cogote, sin rendir pleitesía y empeñar el voto en favor del aventurero sin escrúpulos que en ese momento se haya apoderado del aparato del Estado dispuesto a manejar con total liberalidad la caja de caudales colectiva. Y cuando España termine por convertirse de una vez en una Argentina II, que ya estamos cerca, que le falta cuarto de hora, entonces le será posible a Pedro, diantre, incluso a la pobre Yolanda, ganar elecciones por muy aguda que sea la crisis política, muy tensa que se muestre la polarización social y muy calamitosa que luzca la economía. Al fin y al cabo es el milagro que Sergio Massa acaba de hacer realidad en Argentina el domingo pasado. Massa podría enseñarle a Pedro, incluso a Yolanda, cómo se pueden ganar unas generales siendo el ministro de Economía que ha llevado la inflación al borde del 150% anual, que ha deprimido el valor de la moneda local desde los 50 pesos por dólar que cambiaba cuando él llegó al ministerio hasta los 1.100 que ahora te atizan por el billete verde en el mercado negro, que ha colocado a la mitad de la población argentina por debajo del umbral de pobreza, y que apenas puede sacar la cabeza para respirar asfixiado por los escándalos de corrupción.
Cuando España termine por convertirse en una Argentina II, entonces le será posible a Pedro, diantre, incluso a la pobre Yolanda, ganar elecciones por muy aguda que sea la crisis
¿Y cómo se hace eso? Pues Massa os lo explica en media hora, Yolanda, Pedro. En agosto de este año, la coalición gobernante Unión por la Patria que encabeza el “peronista moderado” Massa logró un pobre 27,2% del voto en las primarias argentinas, el peor resultado del peronismo desde 2011. Y Massa se puso las pilas. Cogió la llave, abrió la caja y ordenó al Banco Central ahogar con la emisión de papel moneda un país que cuenta con 18,7 millones de personas que reciben dinero del Estado, entre jubilados, pensionistas, receptores de ayudas sociales, etc., un universo en el que se encuadran unos 3,8 millones de empleados públicos. El programa de compra de votos de Massa se articuló en torno al “Plan Platita” (¿no es maravilloso? Asombra la falta de prejuicios de ese peronismo que ha hecho de la corrupción más obscena su modus vivendi desde hace casi 40 años). Y hubo hasta 3 planes “Platita”, porque había que dar a cada uno lo suyo, dispuesto como estaba Massa a gastar hasta 3 billones de pesos en subsidios de distinto porte o el equivalente al 1,5% del PIB argentino. El tipo decretó la supresión del IVA (21%) de las compras en supermercados para todo tipo de alimentos o productos, ya fuera una barra de pan o un costoso electrodoméstico; aplazó el aumento de las tarifas energéticas y de transporte; decretó un bono de miles de pesos para parados y otro, cinco veces superior, para “empleados informales” (“discontinuos”, que diría nuestra sin par Yoli); lanzó un plan de ayuda para autónomos; un refuerzo mensual para jubilados, y hasta una suma fija para empleados del sector privado, entre otras regalías cuya enumeración resultaría fatigosa. Y acaba de aprobar una nueva ley de exime del pago del IRPF a sueldos medios y bajos. ¿Hay quien dé más? Eso es ambición.
En Lomas de Zamora, un distrito deprimido del conurbano bonaerense donde el peronismo ha sido siempre particularmente fuerte, el alcalde puso en marcha un programa de venta de neveras, lavadoras, bicicletas y otros bienes duraderos, luego extendido a otros municipios del gigantesco extrarradio de Buenos Aires, en 24 cuotas fijas, algo que cabe calificar de regalo en un país peligrosamente asomado a la hiperinflación. A este programa se adhirieron 7 millones de personas, muchas de ellas de clase media y media alta. ¿Resultado? Supermercados y tiendas de electrodomésticos llenas. “A Massa le funcionó el plan platita, y le funcionó el plan miedo”, escribía Ricardo Roa en Clarín el lunes 23. Porque la compra masiva del voto mediante el uso fraudulento de fondos públicos vino acompañada de una tremenda campaña en los medios afines, que lo son casi todos, contra Javier Milei (La Libertad Avanza) y Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio). “Vienen por todo, vienen por tus derechos”, rezaba la propaganda del oficialismo. Con total desahogo, sin ningún tipo de complejo. “Si no votas peronismo, tu vida será un calvario”. Y la combinación de miedo y regalos funcionó: Massa sumó más de 3 millones de votos a los que su coalición oficialista había cosechado en las primarias de agosto. “El objetivo se logró con creces, y mañana Dios dirá”, celebraban el domingo en el búnker de Massa. Funcionó el miedo y también los errores de sus rivales, que se olvidaron del verdadero enemigo, ese peronismo/kirschnerismo que ha sumido a Argentina en la miseria, y que se empeñaron en atacarse mutuamente. ¡Cuántas enseñanzas en la epopeya argentina para nuestros Núñez Feijóo y Abascal, obligados a mirarse en el espejo de lo ocurrido en Buenos Aires el domingo pasado!
Funcionó el miedo y también los errores de sus rivales, que se olvidaron del verdadero enemigo, ese peronismo/kirschnerismo que ha sumido a Argentina en la miseria
Razón por la cual parece más urgente que nunca proponer a Yolanda un postgrado en Buenos Aires al lado de Massa para aprender a ganar elecciones en las peores circunstancias posibles. Pedro no lo necesita, doctorado como está en esa ciencia infusa populista que con tanto desparpajo manejan los autócratas de este mundo. Se echa en falta, con todo, un “Plan Platita” español, imprescindible para el caso de que al aventado de Waterloo le dé por enviarnos a nuevas generales. Ambición, Pedro. Ambición. ¿Qué fue de aquel proyecto de regalar 20.000 euros a todos los jóvenes al cumplir la mayoría de edad? ¿Qué ha sido de esa genial idea? “A este gobierno de coalición le daban dos días, pero llevamos cinco años y vamos estar otros cuatro años más”, proclamó este martes el sujeto en un Reina Sofía convertido en Teatro de la Comedia. Cuatro años más son muy pocos, Pedro. De nuevo falta ambición. Estamos ya muy cerca de la tragedia argentina, pero para rematar la faena probablemente te hagan falta algunos más. No desesperes. Tienes detrás a ese Comité Federal que ayer se rompía las manos aplaudiendo tu torticera manipulación de la verdad, esa obscena pretensión de hacer coincidir los intereses de España con los tuyos personales. El socialismo es un sistema de creencias, una religión secular en la que juega un papel decisivo el sentimiento de pertenencia. Un sistema de creenciasinmune a la mentira, la traición, la corrupción y la evidencia. Hay un vínculo histórico, muchas veces familiar, y un vínculo emocional con el partido y su líder que van más allá del riesgo de ruptura de la unidad nacional. Un drama para España.
«Nunca seremos cómplices de las mafias que destruyeron este país. Tenemos la convicción de que Argentina debe abandonar el populismo si quiere crecer y terminar con la pobreza», escribió el domingo noche una derrotada Patricia Bullrich. “No hay dólares. No hay rumbo. No hay futuro” se lamentaba un empresario local. Lo ocurrido en Argentina desmiente aquello tan manido de que es la economía, estúpido. No lo es. Tampoco lo es la corrupción por grande que sea. Ni siquiera la ineptitud de ministros de Economía como Massa, en Argentina, como Calviño en España. Es la decadencia, estúpido, de sociedades que se deslizan por la pendiente de la servidumbre, sociedades enfermas que prefieren perseverar en el “facilismo” y se niegan a soportar cualquier sacrificio para volver a la senda de un crecimiento sano, conformándose con vivir a la sombra del todopoderoso Estado. En España estamos ya muy cerca de Argentina. A escasos metros de caer en esa “fatalidad del fracaso” que decía Carlos Fuentes. Vale la pena recordar unas frases de Ronald Reagan: “Nuestra revolución fue la primera en la historia de la humanidad que realmente cambió la dirección del Gobierno. Con tres pequeñas palabras (we the people, nosotros, el pueblo”). Nosotros, el pueblo, somos el conductor, y el Gobierno es el automóvil y somos nosotros los que decidimos a dónde debe de ir, qué ruta seguir y a qué velocidad. Casi todas las constituciones son documentos en los que el Estado les dice a sus ciudadanos cuáles son sus derechos. Nuestra constitución es un documento por el cual nosotros, el pueblo, le decimos al Gobierno lo que está permitido hacer. Nosotros, el pueblo, somos libres”. Es el viejo dilema entre tiranía y libertad, la vieja negativa de las sociedades libres a someterse a los dictados de unos déspotas empeñados en decirte cuántas horas tienes que trabajar, si tienes que viajar en tren o en avión, qué debes o no comer, cómo debes vivir y qué estás autorizado a pensar. Es la negativa del hombre libre a permitir que nadie esclavice su vida.