Editorial-El Español
Los caprichosos resultados electorales del pasado domingo han convertido a Carles Puigdemont en el personaje más poderoso, o al menos más decisivo, de la política española a pesar de que el independentismo catalán en su conjunto ha perdido nueve diputados y diez senadores con respecto a sus resultados de 2019.
Porque el líder de Junts, un prófugo de la justicia, tiene hoy en sus manos la posibilidad de darle la presidencia a Pedro Sánchez o de bloquear la formación de Gobierno y enviar a los españoles a unas segundas elecciones.
Ese es, paradójicamente, más poder del que Puigdemont atesoró entre 2016 y 2017, cuando era presidente de la Generalitat y aún no había cometido ninguna ilegalidad. Un síntoma más de la degeneración de la política española, donde ya se asume de forma rutinaria la posibilidad de que un partido constitucionalista como el PSOE pacte la investidura del presidente con delincuentes indultados y prófugos de la justicia.
Carles Puigdemont, que ha visto como la posibilidad de quitar o poner presidente ha dividido en dos a Junts entre posibilistas y maximalistas, tiene hoy tantos incentivos para hacer presidente a Pedro Sánchez como para dejarlo caer.
Y uno de sus incentivos más poderosos es la evidencia de que ERC se ha desplomado en votos en Cataluña tras una legislatura de posibilismo que ha llevado a los republicanos a conseguir los indultos de los líderes del procés, la eliminación del delito de sedición y la reforma del de malversación. Privilegios notables que, sin embargo, han sido percibidos por las bases independentistas como «beneficios de y para políticos» que no acercan ni un solo milímetro el verdadero objetivo del secesionismo: la independencia.
No son menores, sin embargo, los incentivos para hacer presidente a Pedro Sánchez. Aunque sólo sea porque provocar la repetición de las elecciones podría llevar a la Moncloa a Alberto Núñez Feijóo, previsiblemente menos receptivo a las demandas del independentismo que el hoy presidente en funciones. Sobre todo si su gobierno depende de los votos de Vox.
Aunque el incentivo máximo es, por supuesto, la posibilidad de que la debilidad extrema de Sánchez le lleve a aceptar algún tipo de consulta que, sin configurarse como un referéndum de independencia en sentido estricto, convierta a Cataluña, de forma oficiosa y a los ojos del mundo, en sujeto soberano frente al «Estado español».
Pero más allá de las cábalas está la evidencia de que Junts, un partido que ha perdido la mayor parte de su poder territorial en Cataluña, incluida la alcaldía de Barcelona a manos del PSC, necesita sea como sea un golpe de timón que le vuelva a dar el liderazgo moral del independentismo y de sus dos millones de votantes.
A Carles Puigdemont, en fin, le importa mucho más la Generalitat que la posibilidad de que Sánchez sea o no presidente. Y por eso no cabe ninguna duda de que su decisión final dependerá de qué escenario (Sánchez presidente o repetición de elecciones) considere más favorable a sus intereses. El problema para el PSOE es que el escenario más favorable para Junts en Cataluña es también el más perjudicial para ERC, cuyos votos son tan necesarios para Sánchez como los de la corte de Puigdemont.