- El Kremlin infravaloró la eficacia de las sanciones económicas de Occidente, que están haciendo que los aliados de Rusia se lo piensen dos veces antes de apoyar la invasión de Ucrania.
Si algo bueno tenía la Guerra Fría, además de sus películas de espías y la zurra de Rocky a Iván Drago, era la simpleza a la hora de leer el mundo merced al choque de carneros entre dos bloques antagónicos. Hoy, el análisis del escenario geopolítico que amanece tras la brutal invasión rusa de Ucrania es mucho más engorroso y complejo.
«Las sanciones económicas convertirán Rusia en un paria internacional», dijo el presidente Joe Biden pocos días después del comienzo del terror. La soga de medidas económicas, cierto es, augura un panorama ominoso para la economía rusa (aunque todavía le estamos pagando a diario por su preciado gas). Habrá que ver, además, cómo se recupera de la tremenda crisis de reputación y prestigio un país convertido, por mérito propio, en un apestado.
La fortaleza energética y militar de Rusia, su enormidad geográfica y su arsenal nuclear no parecen suficientes para afrontar lo que se le viene encima. Las sanciones de Occidente se están revelando además como un efectivo correccional para el gran oso de pies de barro, lejos del efectismo de las bombas de esa respuesta armada reclamada por algunos, y como un Radamantis inexorable cual Parca.
Vladímir Putin necesita aliados, por lo que procede plantearse hasta qué punto es posible que Rusia se quede aislada. Hace menos de un mes contaba con una amplia red de alianzas con otros países, desde América hasta Asia pasando por Europa y África.
Pero los hechos se han desencadenado vertiginosamente, en ocasiones con notable sorpresa, para desagrado del Kremlin. Y es que los amigos de Rusia no se están revelando tan fiables ahora que Putin requiere con urgencia alternativas a su creciente asfixia. Sólo han cerrado filas en torno a Moscú un puñado de Estados, algunos del todo irrelevantes en el panorama internacional, como Eritrea.
Más allá de las afinidades tradicionales o recientes, es más diáfano tomar como termómetro de la actual popularidad de Rusia la histórica votación de la resolución ES-11/1 en la Asamblea General de Naciones Unidas, que ha sido respaldada por 141 de 193 países, que «deplora la agresión rusa contra Ucrania» y que exige la retirada total del Ejército ruso de Ucrania.
Se opusieron a la resolución la ya mencionada Eritrea, Siria (Bashar al-Ásad le debe el cargo a Putin desde 2015), Corea del Norte y, por supuesto, Bielorrusia.
Aleksandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, es el aliado más firme de Moscú. De hecho, su papel en la invasión de Ucrania está siendo clave, al haberle abierto el frente del norte.
La relación entre la madre Rusia y la Rusia blanca es difícil. Aunque fiel escudero, Minsk es en realidad un Estado tapón que teme ser engullido por Rusia. De hecho, antes de las protestas sociales de 2020, el dictador Lukashenko se atrevió a distanciarse de Putin. Pero la ayuda rusa para sofocar los levantamientos ha renovado la servidumbre del último dictador de Europa.
El 27 de febrero, Lukashenko celebró un referéndum de reforma constitucional para legitimar la permanencia de tropas rusas y de armamento nuclear en su territorio. Rusia es el socio comercial más importante de Bielorrusia, sobre todo como proveedor de gas y petróleo, por lo que Minsk acabará sufriendo las mismas sanciones que su vecino.
Pero las miradas están centradas, cómo no, en China, que está practicando desde el principio un complicado funambulismo. Pekín se abstuvo en la votación de la ONU y no reconoció la independencia del Donbás, pero jalea la guerra desinformativa de Moscú.
Los americanos han filtrado que, ante los numerosos e inesperados problemas sufridos por su Ejército en Ucrania, los rusos han solicitado apoyo militar y económico a su gran socio estratégico. Rusia necesita a China más que China necesita a Rusia, pues Pekín es fundamental para Moscú en las áreas económica, tecnológica, militar y geopolítica.
Para los chinos sería terrible ser sancionados económicamente y ver mermado su prestigio internacional en caso de posicionarse abiertamente junto a Putin. Y de ahí que todo apunte a que el verdadero objetivo de Pekín a corto plazo es erigirse en mediador y «salvador» del conflicto.
«En Europa, Putin también parecía tener aliados, en partidos simpatizantes como Vox, Unidas Podemos, la Liga Norte o el Frente Nacional»
Dentro de Europa, Putin también parecía tener firmes aliados, desde partidos simpatizantes como Vox, Unidas Podemos, la Liga Norte en Italia o el Frente Nacional en Francia, hasta países que parecen haberse alejado progresivamente de él a pesar de haber mantenido buenas relaciones hasta la invasión.
Serbia, por ejemplo, cuyo presidente Aleksandar Vučić siempre se ha referido a Moscú como «su hermano mayor», tiene una amplia dependencia energética de Rusia y se convirtió en el primer país europeo en firmar un acuerdo de libre comercio con la Unión Económica Euroasiática (UEE), impulsada por Putin en 2015.
Pero Belgrado también es candidato al ingreso en la Unión Europea (UE). Vučić llegó a declarar que, si Ucrania condenaba los ataques de la OTAN contra Yugoslavia en 1999 por la guerra de Kosovo, haría lo propio con Kiev. Sin embargo, votó a favor de la resolución de la ONU.
Otro ilustre al que persiguen los focos estas semanas es el primer ministro húngaro Viktor Orbán, que busca su reelección el próximo 3 de abril y que es un evidente aliado de Putin en el seno de la UE. Orbán compró reactores nucleares rusos, importó la vacuna Sputnik desafiando a Bruselas y disfruta de un precio especial por el gas ruso. A pesar de que el presidente magiar, János Áder, comparó la invasión rusa de Ucrania con la de su país por parte de la URSS en 1956, Hungría ha sido uno de los últimos países de la UE en condenar la invasión.
El otro gigante natural al que mira Putin es Irán, igualmente devastado por las sanciones económicas. Teherán se ha desmarcado del fervor belicoso de Putin, pero se abstuvo en la votación de la ONU.
En cuanto a India y Pakistán, dos Estados enfrentados entre sí por Cachemira, pero con buenas relaciones con el Kremlin, ambos se han declarado neutrales. Ni Nueva Dehli ni Islamabad van a renunciar a su relación con Moscú, dadas sus necesidades energéticas y militares. Pero tampoco romperán sus acuerdos con los Estados Unidos.
Las exrepúblicas soviéticas también están sorprendiendo tras haberse puesto de perfil. Especialmente Kazajistán, a la que Putin envió en enero tropas para controlar las protestas sociales, pero que se ha negado a devolverle el favor en Ucrania, así como a reconocer el Donbás. Astana es particularmente relevante para Moscú ya que es productora de petróleo y gas, y una posible vía de escape a las sanciones.
Los otros -istán (Uzbekistán, Turkmenistán y Kirguistán), Azerbaiyán y Georgia tampoco han defendido al Kremlin, estos dos últimos con casos muy similares al ucraniano en Osetia del Sur, Abjasia y Nagorno Karabaj.
Por su parte, Armenia está muy unida a Rusia por lazos religiosos, económicos y culturales, pero desde 2017 está asociada a la UE.
Respecto a los africanos, la mayoría de países que se abstuvieron (Argelia, Angola, Burundi, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Madagascar, Malí, Mozambique, Namibia, Senegal, Sudáfrica, Sudán del Sur, Sudán, Tanzania, Uganda y Zimbabue) son clientes habituales de Moscú en lo que a energía, pero sobre todo a armas, se refiere.
Mención especial merecen Egipto y Libia. El Cairo es, detrás de Argelia, el mejor cliente de los rusos. Desde que ayudaron a aupar a Abdelfatah El-Sisi al poder, el Ejército ruso dispone de bases aéreas egipcias. Putin tiene firmada además la construcción del primer reactor nuclear del país. Sin embargo, Egipto aprobó la resolución de la ONU. También lo hizo Libia, un puesto clave en el Mediterráneo, con estrechos vínculos con Moscú.
«Maduro apoyó la invasión, pero está por ver que salga en ayuda de su aliado cuando Washington podría convertir el petróleo venezolano en una alternativa al ruso»
Dando un buen salto en el mapa, una de las salidas más beneficiosas de Putin sería la ayuda de sus socios americanos. Venezuela es el más evidente, unidos como están por una siniestra relación de amor desde 2005 a través de acuerdos militares y energéticos. Caracas sufre también las sanciones por su desprecio a los derechos humanos y Moscú ya ha prestado más de 17.000 millones de dólares al régimen bolivariano.
Nicolás Maduro apoyó tanto la independencia del Donbás como la invasión, pero está por ver que salga en ayuda de su aliado cuando suenan algunos cantos de sirena de Washington para convertir el petróleo venezolano en una alternativa al ruso.
Tras Venezuela están Cuba, Nicaragua, Brasil y Argentina, a quienes Biden ya ha amenazado con consecuencias en caso de ayuda a Rusia.
Cuesta pensar que Rusia invadiese Ucrania del todo confiada en que no se producirían represalias. Pero sí parece demostrado que la contundencia de las sanciones ha desnortado a Moscú. Es probable que sean sus propios aliados y afines los que no lo consideran un socio atractivo en estos momentos. Putin puede amortiguar los efectos de las sanciones por el momento, pero cada día que aguantan los ucranianos es uno menos de oxígeno para el Kremlin.
*** Andrés Ortiz Moyano es periodista y escritor.