- La amenazante nariz de Díaz se elevaba como un piolet tenebroso, pero azucarado
Comienza la campaña electoral y Yolanda Díaz, guevarista y bolivariana, presenta su plataforma Sumar. De inmediato, se extiende por España, o al menos por el mundo político y mediático español, un hedor mitad efluvio fecal mitad tufo de esclavos felizmente rumiantes. Conozco bien ese hedor. Es el que inundaba las reuniones de los CDR, o las asambleas en los centros de trabajo de la isla pavorosa. En ellas se elegía al obrero de vanguardia que tendría derecho a un ventilador ruso que estallaba no más conectarlo a la corriente eléctrica. O a un televisor también ruso, más parecido a un tractor que a un televisor, con un solo canal donde siempre aparecía en medio de una bruma gris, difusa y menguante, Fidel Castro. Junto al hedor, percibo la misma humillación uniformada, la misma indignidad perfectamente disfrazada de dignidad, superioridad moral y sacrificio heroico. La misma sumisión vacuna. La misma obediencia aplaudida. La misma mierda.
Eso sí, en el caso de Yolanda Díaz, el fétido efluvio se presenta enmascarado de blanco camisa blanca de la meliflua canción de Ana Belén. Uno de los grandes misterios españoles es cómo han sobrevivido los españoles a la música progre española.
Un país en manos de la zafiedad de una banda de analfabetos a sueldo de un lidercillo vacuo, carente de esqueleto moral, de claras tendencias autoritarias
Cómo ha llegado la democracia española a esto. ¿A qué nos enfrentamos? Me decía. Pendiente del escenario. Cómo la España que emergió vital y vívida de la estupidez clerical franquista, que despertó sedienta de libertad del letargo dictatorial, pudo convertirse en tan poco tiempo en un país seducido por el feísmo y la vulgaridad populista, en un país en manos de la zafiedad de una banda de analfabetos a sueldo de un lidercillo vacuo, carente de esqueleto moral, de claras tendencias autoritarias.
Bueno, he aquí la respuesta. Ha llegado a esto, en primer lugar, porque permitió ingenuamente que las tribus catalana y vasca manosearan a favor de las tribus la Constitución de todos los españoles. La Constitución que debió ser, y nunca ha sido, la Constitución de los ciudadanos españoles libres e iguales. Ha llegado mediante la corrupción política generalizada, el bipartidismo vendido a las mafias tribales a cambio de poder y negocios, ha llegado mediante la degradante cobardía ante el terrorismo etarra: “We cannot possibly adjust enough to please the fanatics, and it is degrading to make the attempt”. Bien lo dijo Christopher Hitchens. Ha llegado mediante una educación doctrinaria, antiespañola y progre, mediante la compra de sindicatos y votos adjuntos, al cultivo intensivo del clientelismo, la hipertrofia del funcionariado agradecido, mediante la cría de generaciones de jóvenes revolucionarios de lujo, malcriados, intelectualmente fofos, culogordos, porretas y botellón. No se puede explicar la juventud progre española sin tener en cuenta que, para la cultura española, la drogadicción es una especie de gracieta. Ha llegado a esto, mediante la traición, vil, sostenida y bipartidista, del noble propósito de una España de ciudadanos libres e iguales. Mediante la pusilanimidad ante la guerra contra el gran idioma español, declarada por vascos y catalanes, y la renuncia a combatir la imposición de lenguas menores y periféricas a los ciudadanos españoles, los únicos ciudadanos que hay en España.
Miraba entre aterrado y hastiado el grupo de tarados que en el escenario, de la mano del sanchismo, amenazaba con convertir España en una de las cloacas políticas y morales que tanto han prosperado en Hispanoamérica en las últimas décadas. La amenazante nariz de Díaz se elevaba como un piolet tenebroso, pero azucarado. Del vacío craneal de Alberto Garzón supuraba una cancioncilla obrera que remitía a una montaña de cadáveres antes rojos y ahora de color lila lírico, verde ecológico, amarillo futuro comunista luminoso. Resonaban los aplausos. Todo el feminismo coño fruncido y la izquierda culogórdica y chochoecológica, enemiga de los españoles libres e iguales, bullía de entusiasmo. Y recordaba que Yolanda guevarista y bolivariana es, en las encuestas, el líder político más valorado. Sí, ya sé que las encuestas son sólo encuestas. Pero. ¡La más valorada!
Y mientras en el escenario reinaban la ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto y la estupidez, recordé, un tanto angustiado, las palabras del gran Simon Leys: «La ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto o la estupidez no son el resultado de simples carencias, son todas fuerzas activas, que se afirman furiosamente en cada ocasión, y no toleran ninguna derogación a su tiranía. El talento inspirado es siempre un insulto a la mediocridad. Y si eso es verdadero en el orden estético, tanto más lo es en el orden moral. Más que la belleza artística, la belleza moral parece tener el don de exasperar a nuestra especie. El deseo de rebajar todo a nuestro miserable nivel, de manchar, de burlarse y degradar todo lo que nos domina con su esplendor es probablemente uno de los rasgos más desoladores de la naturaleza humana».
A eso nos enfrentamos.