JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 15/04/14
· Ese inservible PSC es el que ahora pide que se ejercite el derecho a decidir, que es el de autodeterminación.
Creamos a Rubalcaba cuando en los micrófonos de Catalunya Ràdio rechaza la autodeterminación y explica que su propuesta de reforma constitucional no prevé tocar los artículos 1 y 2 de la Constitución. Creámosle porque lo dice en un medio adverso, separatista y acostumbrado a que le alegren los oídos. Creámosle por razones metodológicas. Bien, una vez creído Rubalcaba es urgente que los representantes del PSC asuman públicamente la misma posición sobre este asunto, el más urgente y peligroso de cuantos nos ocupan. O bien que se desmarquen de las tesis del PSOE y vayan preparando, ellos sí, la secesión… de su partido.
Desde el antiguo caso de Banca Catalana, exhibición liminar de la identificación de Cataluña, de lo catalán y del catalán con una ideología específica, la historia del PSC se resume en una desnaturalización paulatina. Todavía gobernaba con tranquilidad Felipe González y el PSC ya trataba de limitar la presencia en Cataluña del líder al que los socialistas catalanes debían sus votos y sus cargos. La conversión del partido favorecido por el cinturón industrial de Barcelona, donde se concentra la mayor parte del voto catalán, en un clon nacionalista empeñado en confundirse con el adversario viene de antiguo.
El cénit (y el nadir) de esta estrategia llegará con Maragall, su alianza con ERC y sus dos tripartitos, que a la compulsión del gasto unieron modalidades de ingeniería social de cariz nacionalista más agresivas de lo que jamás había osado la propia CiU. Baste recordar las multas a los comercios que rotulan solo en castellano, basadas en normas apenas aplicadas durante la era Pujol y que empezaron a contarse por centenares con Maragall. De entonces procede asimismo la radicalización de TV3, cuya línea política pasó a depender de ERC, para convertir los medios públicos en ariete de un nacionalismo excluyente, sectario y obsesionado con la identificación de enemigos y con la fabricación y uso político de agravios sin cuento.
Con Montilla se materializa el sueño de Pujol, al ver en el poder a un componente de «los otros catalanes» siguiendo a pies juntillas las premisas claudicantes establecidas por don Jordi a lo largo de su dilatada vida política. Ahí estaba su sueño: había dotado de alma a quien no la tenía. Sueño, por cierto, más viejo que Pujol; la preocupación por la baja natalidad catalana venía del siglo XIX, y la «solución» de conferir un alma (catalana) a quienes llegaban de otras partes de España fue durante mucho tiempo la principal preocupación del padre del nacionalismo catalán contemporáneo.
La operación no era fácil, pues «el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido […], es generalmente un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual […]. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña». Estas cosas escribía un Pujol más joven.
En una reciente mesa redonda sobre la «inmigración» (envenenada petición de principio), Pujol celebró que en el movimiento independentista hubiera «chonis» y gente apellidada Fernández. Montilla, el pobre, siguió dando las gracias y recordando el lejano día de 1971 en que llegó a Barcelona en un autocar. Ese inservible PSC es el que ahora pide que se ejercite el derecho a decidir, que es el de autodeterminación (eso sí, de acuerdo con el gobierno), y una reforma constitucional que lo incluya, algo imposible si se mantienen los artículos 1 y 2. Y ahora, ¿creemos a Rubalcaba o creemos al PSC?.
JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 15/04/14