- Si el modo de seguir en el poder exige alianzas con partidos como Unidas Podemos, se corre el riesgo de que sea España la que se queda atrás.
Los periodistas solemos comentar que es más fácil que un político te diga la verdad si antes ha pactado que no le vas a citar. Y es más fácil llegar a los hechos si hablas con un exministro o un futuro ministro que si lo haces con quien ya lo es.
Uno d los actuales me dijo cuando no lo era que el secreto de la relación entre PSOE y Unidas Podemos era la representación: «Hacemos como que llegamos a acuerdos, los dilatamos al máximo y, al final, dejamos dormir el asunto en un cajón o los enmendamos».
Así ha ocurrido con la Ley de Vivienda, o sigue ocurriendo, y con la derogación de la Ley Mordaza, por ejemplo. Pero la táctica no siempre triunfa. Entre otras cosas porque, como también me confesó este ministro, de vez en cuando tienen que sentir que ganan algo. O la coalición morirá.
Y en ésas estamos con la Ley de Derechos de los animales, que el PSOE tuvo que enmendar; con la Ley Trans, que lo intentó pero no pudo; o con la del sólo sí es sí, de la que Pedro Sánchez pensó que era necesaria como pegamento para que sus socios no lo echaran de Moncloa. Tanto como para sacar a Carmen Calvo del círculo de poder. Primero del Gobierno y después de la secretaría federal de Igualdad, en la Ejecutiva del PSOE.
Decimos los periodistas, también, que llevamos unos años en los que hay demasiadas noticias de apertura. Es decir, que pasan tantas cosas y tan gordas, que muchas de ellas no alcanzan el tratamiento que merecen.
No pasaba así hace cinco años: le quedaban apenas tres meses en el Gobierno a Mariano Rajoy cuando, el 8 de marzo de 2018, España se echó a la calle en defensa de la igualdad. Entonces él no lo sabía: nadie vislumbraba una moción de censura y, mucho menos, que ésa triunfaría llevando a la Moncloa, de sustituto, a un tipo que no era ni diputado. Tampoco Sánchez se lo podía imaginar. Y alguien como él ha demostrado ser el paradigma de que la verdad que sale de la boca de un político español es inversamente proporcional al poder que ejerce.
Hoy, el feminismo está tan roto que este miércoles, nadie sabía a qué marcha acudir. Entre otras cosas, porque la que representa aquello que defendía el PSOE de Sánchez cuando llegó al poder era, precisamente, a la que no iban los ministros de Sánchez. Se anunció que estarían en la otra, ésa que Pablo Iglesias les amenazó con volver en su contra.
Otro de los temas que PSOE y Podemos están dejándose pudrir es el de la reforma de las pensiones. Este martes se manifestaron tres millones de personas por las calles de Francia contra la reforma de Emmanuel Macron. Pero es importante señalar qué defendían estas personas: jubilarse a los 62 años… o lo que es peor: seguir jubilándose a los 62 años.
Los españoles lo hacemos a los 67, y el problema está en que ni así el sistema es sostenible, lo que pone en riesgo no ya la coalición de Gobierno, sino que Bruselas siga confiando en España para mandar los fondos. Para no quedarse atrás. Un mantra del Gobierno de Sánchez. Pero no puede hacerlo porque los socios se lo impiden, como con la ayuda militar a Ucrania, o porque él se lo impide a los socios.
Miremos el feminismo español, que era pionero en el mundo hace cinco años, y hoy lo está matando la incompatibilidad entre PSOE y Unidas Podemos. O el Estado del bienestar, en el que se está poniendo en riesgo la sostenibilidad de las pensiones y la fiabilidad misma de España ante sus socios.
Veremos qué hace Macron, pero él ya no se juega nada, porque no puede repetir mandato y gobierna en solitario… Sánchez no es el demonio: quiere seguir en el poder para seguir haciendo cosas. Pero si el modo de seguir en el poder exige alianzas con partidos a los que hay que tratar así, dejando que haya cosas que salgan más o se pudran, la que se queda atrás es España.