Bieito Rubido-El Debate
  • Ayer era feliz cerca de Donald Trump. Él querría ser como Meloni. A él, y a su esposa, le gusta Manhattan. O codearse con los líderes de Wall Street. Estarían encantados de ser invitados a Mar-a-Lago, la residencia de descanso del presidente americano, en Palm Beach, Florida

Le sorprenderá al lector el titular de este astrolabio, pero es la verdad. Lo que ocurre es que ustedes no conocen a Sánchez, ese hombre que perdió las elecciones y, sin embargo, gobierna, como lo conozco yo. Pedro Sánchez, el ocupante de la Moncloa, es un hombre al que lo que de verdad le gusta es la derecha y hubiese estado encantado con apoyar a Israel y no a Palestina. Le hubiese vuelto loco hacerse amigo de Trump y que Begoña compartiese armario con Melania. El azar y el mal sistema electoral español lo arrojó en manos de la extrema izquierda, pero él querría que hubiese sido otro el resultado. No pudo ser.

Ayer estuvo en Egipto, en Sharm el-Sheij, allí ocupó un papel secundario. Algo que su narcisismo congénito lleva fatal. Trump le dedicó apenas, en el apretón de manos, diez segundos de reloj. Después, en su intervención posterior, le recordó que tenía que comprometerse con el resto de los países a dedicarle el cinco por ciento del PIB al gasto en Defensa. Otro día nos ocuparemos de cómo se está invirtiendo el poco dinero que desde la Hacienda española se dedica a esta cuestión.

Volvamos a la pasión trumpista de Pedro Sánchez. No se equivoque, el fervor izquierdista del actual presidente del Gobierno es absolutamente impostado. Es un medio más para mantenerse a cualquier precio, pero estaría dispuesto a defender lo contrario si con ello lograse mantenerse toda la vida en la Moncloa. Él quiere ocupar el poder, no transformar la sociedad. El bien común es algo que le importa un pito. La convivencia pacífica entre españoles se lo pasa por el forro. De lo contrario, no hubiese sido el presidente que más ha contribuido a crear las dos Españas, con el francomodín incluido.

Ayer era feliz cerca de Donald Trump. Él querría ser como Meloni. A él, y a su esposa, le gusta Manhattan. O codearse con los líderes de Wall Street. Estarían encantados de ser invitados a Mar-a-Lago, la residencia de descanso del presidente americano, en Palm Beach, Florida. A él, en realidad, Junqueras, Rufián, Otegui o Pablo Iglesias le parecen de cuarta división. Los aguanta porque no tiene más remedio. Conozco a personas significadas de la vida de España que han despachado con él y que pudieron escuchar de su boca el desprecio que tiene por cada uno de ellos. Conozco también a uno de sus mayores protectores-impulsores, quien me dibujo hace años el perfil de su compleja personalidad. Por eso sé lo que le gusta y lo que le disgusta. Como muy bien solía decir Rubalcaba, que lo detestaba, «este era el liberal que iba a llevar el PSOE al centro». Pues en el centro estamos, pero del huracán social.