EDUARDO ÁLVAREZ-El Mundo
No ha dado tiempo aún de digerir los resultados de las generales y el presidente en funciones ya ha convocado para la próxima semana a sus principales rivales el 28-A a reuniones bilaterales en La Moncloa para tomar la temperatura y negociar la investidura.
¿Pero en calidad de qué los cita? ¿Acaso ha echado las cartas Rappel al socialista y le ha asegurado que será él el próximo presidente? Claro que en buena lógica lo conseguirá. Porque el reparto de escaños le sitúa en una posición envidiable. Pero insistamos en la importancia de las formas. De momento, Sánchez sólo es el líder del partido vencedor. No debe ni correr tanto ni tener tantas prisas, y debe aguardar las formas hasta que el Rey proponga a un candidato para someterse a la investidura gubernamental. Y, Felipe VI, que sí respeta con escrúpulo las reglas, debe esperar para ello a que suceda lo que establece la Constitución. A saber. Primero se tiene que conformar el nuevo Congreso. Y, sólo entonces, con el refrendo del nuevo presidente de la Cámara Baja, el Monarca iniciará la obligatoria ronda de contactos con los representantes de todos los partidos políticos. A partir de ahí, encomendará a algún aspirante la formación de Gobierno, cuando las circunstancias lo permitan. Quién sabe si harán falta antes varias rondas de conversación, tal como ocurrió en 2016.
¿Quiere esto decir que hasta que se renueven el Congreso y el Senado el próximo 21 de mayo no cabe sino estar de brazos cruzados? Desde luego que no. Y en estas cuatro décadas de democracia hemos asistido ya a procesos de negociación de investidura de todos los calibres. Pero éste es el momento de los partidos. Es a ellos a los que corresponde la iniciativa de explorar posibilidades, de abrir vías de diálogo, de encontrar cauces de entendimiento, de transaccionar fuera de los focos… Y eso incluye a los líderes de esas formaciones. Que cite Sánchez para estos menesteres a quien quiera, y a la hora que le convenga, en la sede del PSOE, o en algún despacho del Parlamento. Pero que establezca una ronda de esta naturaleza en Moncloa –sin otro asunto en la agenda– a imitación de la que le corresponde al Rey en Zarzuela es una falta de consideración por las formas democráticas y un nuevo desplante al Jefe del Estado. Tampoco hemos visto que Casado o Rivera, no digamos Iglesias, hayan tenido remilgos. Moncloa no puede estar al servicio de un partido.
En sus 10 meses en el Gobierno, Sánchez ha suplantado a Don Felipe en la más alta representación de España en el exterior, acaparando él solito casi todos los viajes al extranjero. Ha ejercido de jefecillo de Estado bis en ceremonias como el homenaje ante su tumba al presidente de la República Azaña, o en la Cumbre de líderes mundiales en París por el centenario del armisticio que puso fin a la I Guerra Mundial –Begoña Gómez incluida–. El colmo es que también quiera dejarle sin su rol en la formación de Gobierno, algo que se estableció en la Transición durante el debate constitucional. Que no se olvide Sánchez: esto sigue siendo una Monarquía parlamentaria. Y democracia siguen siendo sus formas.