Francisco Rosell-El Debate
  • El PSOE, por medio de su sector negocios (PSC), le prepara un sucesor a Isidro Fainé, a la espera de que su marcha coincida con la vuelta de La Caixa a Barcelona y reponerle así la condición de buen catalán tras vejarlo el soberanismo como si fuera un traidor –un «botifler»–

Coincidiendo con una invitación al lingüista estadounidense Noam Chomsky, gran tótem de la izquierda totalitaria, Hugo Chávez jugó con el título de una de sus obras que ya éste había publicitado en la ONU. Así, con un ejemplar de «Hegemonía o supervivencia. La estrategia imperialista de EEUU», el autócrata sentenció: «Entre la hegemonía y la supervivencia, hemos escogido la supervivencia». Aquende del Atlántico, Pedro Sánchez ni siquiera se planteó ese dilema para ser presidente con menos votos propios que ningún otro inquilino de La Moncloa e hizo de la supervivencia su manual de resistencia arropado por una baraúnda de minorías que lo aupó presidente en aquella «moción de censura Frankenstein» contra un Rajoy que creyó que, haciendo el Tancredo en el pedestal de La Moncloa, no iban a embestirle hasta derribarle quienes hoy dictan la suerte de Sáncheztein.

Hoy, a la espera de acudir a Waterloo a ganarse el jubileo de Puigdemont, el prófugo al que prometió entregar a la Justicia le hace perder votaciones a borbotones con recochineo incluido de su portavoz, Miriam Nogueras, que cubre de improperios –trilero, pirata y gandul– a un Sánchez que lo soporta en silencio, aunque con incomodidad lógica al asentar sus posaderas en el banco azul. Esto se patentizó el miércoles en su sonada derrota parlamentaria, aunque él pusiera tierra de por medio marchando a Davos. Allí, en la «Montaña mágica», de Thomas Mann, se emplazó, escoltado por medio Consejo de ministros, con aquellos a los que atemoriza con intervenirlos o poner en riesgo sus balances usando el BOE como una veleta caprichosa.

Así, esas mercantiles del Ibex que se transformaron en multinacionales a raíz del proceso de liberalización económica de Aznar y que luego sufrieron en Latinoamérica a los populismos nacionalizadores regresan a ese futuro de pesadilla en la propia España con un «brics» Sánchez podemizado que secunda los desmanes del Grupo de Puebla. Ahí está el abordaje a Telefónica por una casta política que, mientras descalifica como «tecnocasta» a los dueños de esas tecnológicas con los que tan solícitos se mostraban cuando orbitaban alrededor de Joe Biden y su distopía woke, se adueña de las españolas a las que, batallando contra Trump, situarán inexcusablemente a éstas en la esfera china.

Como la cuesta de la Carrera de San Jerónimo se le empina a Sánchez, con una mayoría parlamentaria echada a perder como un vino picado con socios que se avinagran contra él y entre ellos, éste asalta empresas e instituciones hasta demoler el último bastión del Estado de derecho que son esos jueces que comprometen su horizonte penal. Si la cara es el espejo del alma, el rostro de vinagre de Sánchez no engaña, aunque sea en alguien tan ducho en el arte de mentir, pero al que apremian sus socios y acecha la corrupción familiar y de partido, así como las operaciones monclovitas para destruir a una adversaria. A la par, afloran evidencias de como la satrapía venezolana financió la conquista de Sánchez de la jefatura de la Internacional Socialista rodeando el sanchismo de la misma espesa niebla que el equipaje de Delcy Rodríguez en su viaje a España con la entrada prohibida por su criminalidad.

En esta encrucijada, un presidente digamos del cuarto turno, esto es llegado a La Moncloa por la gatera por la que quiere colar de rondón a mil jueces sin prueba objetiva que valore su mérito y capacidad, sino que deban sus puñetas al favor de quien ya no necesitará decirles quien manda, como anima el novelista Millás a Sánchez, se apresta a presentar resistencia para afrontar con posibilidades de pervivir en La Moncloa unas elecciones cuyas papeletas ya ha encargado por si acaso. Para estos planes, Cataluña desempeña un papel capital como fortín electoral en el que un incoloro, inodoro e insípido Illa capitaliza las cesiones de Sánchez al separatismo tras dejar éste en manos del PSC todas las empresas públicas, así como el designio de Banco Sabadell para librarse de la Opa del BBVA o de la Fundación La Caixa, con CaixaBank y Criteria en su vientre.

Tras valerse de La Caixa para la encerrona de Pallete en un cubil de La Moncloa, en el que un subalterno de Sánchez le comunicó su defenestración como presidente de Telefónica, saltándose todos los procedimientos y sin que la Comisión del Mercado de Valores diga esta boca es mía, el PSOE, por medio de su sector negocios (PSC), le prepara un sucesor a Isidro Fainé, a la espera de que su marcha coincida con la vuelta de La Caixa a Barcelona y reponerle así la condición de buen catalán tras vejarlo el soberanismo como si fuera un traidor –un «botifler»– por salvar a La Caixa del tsunami secesionista. En este sentido, qué mejor oficiante que Illa para que luego el PSC se haga con la herencia de un Fainé que no sólo evitó que La Caixa acabara como la «Catalunya Caixa» que enterró Narcís Serra, sino que la entronizó como el primer banco de España rondándola ahora cuervos tan negros como sus emblemáticas torres barcelonesas.

Para su resistencia, a falta de hegemonía, ya Sánchez resolvió –nada más tomarse aquellos días de reflexión tras ser imputada su «consuerte» por corrupción– aplicarse el consejo que el general panameño Omar Torrijos le trasladó a su amigo Felipe González tras ser derrotado por Suárez, «si te afliges, te aflojan». Bajo esa premisa, como si supiera que tiene los días contados, Sánchez manda, que no gobierna, como si no hubiera mañana para tratar de ganar la orilla electoral sin renunciar a descalificar a sus rivales con los árbitros que ha puesto bajo su férula como en la tiranía venezolana.