Javier Zarzalejos, EL CORREO, 14/8/11
ETA y el enjambre político que lo ocultan esperan ser considerados en un futuro próximo no como terroristas sino como un problema que la Transición no resolvió por falta de democracia
Produce estupor observar cómo cada día que pasa, desde las instituciones democráticas utilizadas como plataformas de propaganda, los representantes de Bildu ofician con mayor naturalidad y sin reproche efectivo un obsceno rito de banalización del mal causado por ETA.
En unas recientes declaraciones, el presidente de la diputación foral de Guipúzcoa, reservaba para Bildu la potestad de decidir cuándo habría que considerar llegado el momento de ‘reflexionar’ sobre el dolor causado por ETA. Ellos, a su ritmo. Todos sabemos -porque lo dicen ya sin ambages- que ese momento habrá llegado el día en que se acepte que la culpa de los victimarios quede borrada por su equiparación con las víctimas. Ese día llegará para Bildu cuando los casi 900 muertos que yacen en los cementerios asesinados por ETA disuelvan su memoria en el relato de un conflicto del que, en unos casos, fueron víctimas inevitables y, en otros, víctimas comprensibles por formar parte activa de uno de los bandos. Los que crean que esto quedará resuelto con una gran fiesta bajo el lema ‘Todos hemos sufrido, pelillos a la mar’ volverán a equivocarse. Porque aun en el supuesto de que aceptáramos, por ejemplo, que son lo mismo Miguel Ángel Blanco que sus asesinos, nos dirán que cada cual estaban bandos distintos, y ahí sí que no habrá ni siquiera equivalencia. El siguiente paso será exigir -siempre por la paz, faltaría más- que aceptemos que unos -guardias civiles, policías, jueces, fiscales, cargos públicos y militantes de partidos no nacionalistas, empresarios, niños jugando en casas cuartel- forman parte del bando agresor mientras que ETA ha practicado una violencia defensiva para impedir la extinción del pueblo vasco. No hace falta seguir con este cuento que va desarrollándose ante la mirada complaciente de los que ven en la humillación de las verdaderas víctimas un presupuesto inevitable para una paz cuya tutela han depositado en Bildu.
La carta abierta al alcalde de San Sebastián que ha hecho pública el Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco (Covite) debería ser algo más que una llamada de atención ante esta estrategia de confusión moral y de crueldad dosificada hacia las víctimas.
Para no perder detalle la coalición abertzale se ha subido al tren de la ’memoria histórica’. Ese destilado de la indigestión histórica del zapaterismo puede resultar de una extraordinaria utilidad para los propósitos narrativos y exculpatorios de ETA. Asociarse ahora con el antifranquismo forma parte de esa estrategia del blanqueo de una organización terrorista que, muy antifranquista ella, lleva 35 años intentando destruir la democracia. Pero, con todo, lo más importante para el propósito de analizar el mal causado y legitimar la violencia terrorista, es lo que el recurso a la memoria histórica puede encerrar como deslegitimación de la Transición democrática y del propio marco constitucional en el que se inserta el autogobierno vasco. Porque si la Transición fue ese proceso deficitario en términos democráticos, inauténtico y construido sobre el olvido y la impunidad, entonces ETA no andaría tan descaminada al haberlo rechazado y combatido. Cuando en el homenaje al juez Garzón, algún orador muy principal hablaba del Tribunal Supremo como corte de torturadores y descalificaba nuestro sistema democrático como un subproducto del franquismo, abría la puerta al discurso en nombre del cual se ha asesinado a cientos de personas, hombres, mujeres y niños.
ETA y el enjambre político que lo oculta esperan ser considerados en un futuro próximo no como terroristas sino como un problema queda Transición no resolvió por falta democracia. Esa Transición ahora denunciada también por un segmento nada desdeñable de la ‘inteligencia’ de izquierda. El argumento es fácil de seguir: es momento de resolver lo que nos hizo entonces. Y eso se llama negociación política, con ETA y compañía sentada a la mesa, para rehacer, o mejor, deshacer, el marco jurídico-político que se pactó en el Estatuto. Si eso no se acepta -concluye la amenaza- el déficit democrático del sistema constitucional español permanecerá, y ésta no sólo insistirá en justificar su pasado como resistencia sino que podrá legitimar un futuro de violencia, además de su presencia actual.
El problema es que este guión no es sólo el de ETA y que frente a él no se aprecia un discurso alternativo de alcance verdaderamente estratégico. Desde luego, no en el Partido Socialista de Euskadi, en el que Patxi López ni siquiera siente pudor al exhibir su debilidad con mensajes a Bildu que no hacen más que dejar en evidencia una apuesta electoral y políticamente desastrosa.
El PNV, por su parte, sigue queriendo creer que Bildu busca superar el ciclo de la violencia, en la nueva terminología al uso, sin considerar que lo que realmente quieren Bildu y ETA es superar el ciclo estatutario, si se me permite la expresión, y de paso, el ‘sorpasso’. Dos por el precio de uno: acabar con el Estatuto y con la primacía del PNV que lo ha disfrutado. El PNV tal vez debería prever que, en este eterno retorno a Lizarra, la observación de Marx se cumpla pero al revés y que la historia, ocurrida como farsa en 1998, se repita ahora como drama para los jelkides.
El PP, en este escenario, sólo parece tener un camino: hacer que la política vasca salga del laberinto y recuperar la iniciativa ahora entregada a Bildu para hacer efectivo el final de ETA sin impunidad.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 14/8/11