ABC 17/07/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Ya no lamentamos muertos, aunque contemplamos una agresión permanente a la Ley, a la Historia y a la lógica económica
DEL «todos unidos frente al terrorismo», que se recordaba estos días con ocasión del asesinato de Miguel Ángel Blanco y consiguiente nacimiento del llamado Espíritu de Ermua, hemos pasado en un tiempo récord al «todos a tortas ante el golpismo». No digo que terrorismo y golpismo sean lo mismo. La ausencia de atentados mortales y de violencia, más allá de algún incidente menor aislado, plantea el actual desafío secesionista catalán en términos muy distintos y desde luego preferibles a la brutal ofensiva sanguinaria con la que ETA trató de quebrar la unidad de España. Pero es imprescindible recordar que la banda terrorista nunca mató por el placer de hacerlo sino con el objetivo de doblegar la resistencia de esta nación secular y conseguir la independencia del País Vasco. Exactamente el mismo propósito que persiguen para Cataluña quienes llevan ya varios años utilizando el poder institucional que les brinda la Constitución para convertirla en papel mojado y consumar impunemente su proyecto de ruptura. Estamos pues ante la utilización de medios diferentes, abrumadoramente diferentes desde una dimensión ética, destinados a la consecución de un mismo fin inaceptable para cualquier demócrata que se respete. La reacción de nuestros representantes debería ser, por ello, algo más solidaria de lo que a diario se nos muestra.
En esta ocasión, afortunadamente, no debemos lamentar muertos, secuestrados o amenazados en su integridad física. Contemplamos, no obstante, una agresión permanente a la Ley, a la Historia y hasta a la lógica económica. Asistimos a la marginación implacable de quienes no comulgan con esta rueda de molino y a la utilización del dinero de todos para abonar la factura del proceso sedicioso, además de aguantar insultos por mostrar nuestra lealtad al principio de soberanía recogido en la Carta Magna. ¿Y qué respuesta dan nuestros más altos próceres patrios a ese cúmulo de despropósitos? El desencuentro cuando no el enfrentamiento abierto. Pedro Sánchez, abanderado del socialismo possocialista, posobrero y posespañol, prioriza su ambición de poder y su visceralidad anti PP al más elemental sentido de la responsabilidad, de manera que en lugar de hacer frente común en la causa de la España constitucional se inventa una «nación de naciones», tan indefinida como indefinible, que en la práctica solo puede traducirse en nuevos privilegios para Cataluña o directamente carta blanca a la pretensión soberanista de sus actuales dirigentes. Mariano Rajoy rehúye el cuerpo con el golpista Puigdemont, se escuda tras el Tribunal Constitucional, mantiene abierto el grifo de una financiación cada vez más generosa, espera a que las cosas se arreglen por sí solas y, lo más grave, falta a su deber de movilizar a la sociedad española en el combate contra esta amenaza. Ni una llamada a manifestarnos todos en la calle en defensa de nuestra nación, nuestra soberanía y nuestra democracia, ni una declaración efusiva salida del corazón, emotiva, espontánea, más allá de las que lleva escritas en las chuletas que le preparan. Ciudadanos es demasiado joven y demasiado débil para asumir el papel que a escala nacional únicamente el PP podría desempeñar, por más que en Cataluña naciera precisamente como alternativa al golpismo. Y Podemos se ha pasado al enemigo con armas y bagajes, aunque sería más exacto decir que estuvo con él desde el comienzo, más allá de sentimientos nacionales, compartiendo el ardiente deseo de dinamitar la casa.
Conclusión: Cada cual a lo suyo, protegiendo su parcela, su garito y sus votos, mientras los golpistas avanzan a paso firme hacia la consumación de su delirio, pasando sobre los cadáveres, felizmente solo políticos, que deja una determinación tan contumaz como peligrosa.