A ver el killer

EL MUNDO 03/11/16
ARCADI ESPADA

EL PRESIDENTE Rajoy lleva más de 40 años en la política. Un hombre experimentadísimo. La condición le ha ayudado a resistir el difícil camino hacia la investidura. Y han sido inestimables la mediocridad y la bisoñez de sus competidores: ayuda mucho al killer que deba encararse con suicidas. Pero las virtudes de carrera tan prolongada tienen un reverso que se proyecta, justamente, sobre la selección del personal que debe aplicar la política. Rajoy ha ido tejiendo una red de compromisos que se deriva de los favores prestados, de las amistades personales, y por supuesto de las enemistades, que pervierten la selección. Una de las virtudes axiomáticas de la llamada nueva política es la inexistencia de esa red de socorros mutuos que vertebra la biografía de cualquier veterano dirigente en cualquier democracia. Y buena parte de sus éxitos electorales se debe a razones tan francamente impresentables, pero tan reales, como el desgaste de las imágenes públicas de los dirigentes. Cuando la gente pide cambio la mayoría de las veces está pidiendo cambio de cara. El pueblo padece mucha hartura icónica, salvo en los inimitables casos del propio Rajoy y de doña Isabel Preysler.

El nuevo presidente está obligado a romper con su trama de afectos y a dotarse de una cierta objetividad, ¡de killer!, en la elección de sus ministros, por algo más perentorio que esa ley de la naturaleza mediática. La razón principal es que buena parte de su Gobierno ha dado muestras de una grave incompetencia. Los desastres empiezan con la vicepresidenta, fracasada técnicamente en su labor de coordinación interministerial y fracasada políticamente en asuntos tan dispares como el intento secesionista o la gestión de la televisión pública. Los estultos casos de los ministros Margallo o Fernández Díaz apuntan, justamente, al peor flanco del presidente, que es el de las amistades y las lealtades obligatorias. Y es difícil que, con independencia de sus virtudes administradoras, alguien haya olvidado con qué despótica brutalidad el ministro de Hacienda utilizó políticamente su privilegiado conocimiento de las debilidades de algunos contribuyentes. Ninguna de las incompetencias ministeriales se corrigieron desde el gabinete en Moncloa: más bien se sospecha que ese núcleo íntimo del poder las confirmó y amplió. Tras la mediocridad decúbita y supina del último Gobierno de Zapatero, el Partido Popular alardeó de que por fin iba a gobernar gente con conocimiento. Pero la continuidad ha resultado sencillamente asombrosa.

De ahí la necesidad de un nuevo Gobierno. Adjetiva y sustantiva.