EL MUNDO 03/11/16
ARCADI ESPADA
EL PRESIDENTE Rajoy lleva más de 40 años en la política. Un hombre experimentadísimo. La condición le ha ayudado a resistir el difícil camino hacia la investidura. Y han sido inestimables la mediocridad y la bisoñez de sus competidores: ayuda mucho al killer que deba encararse con suicidas. Pero las virtudes de carrera tan prolongada tienen un reverso que se proyecta, justamente, sobre la selección del personal que debe aplicar la política. Rajoy ha ido tejiendo una red de compromisos que se deriva de los favores prestados, de las amistades personales, y por supuesto de las enemistades, que pervierten la selección. Una de las virtudes axiomáticas de la llamada nueva política es la inexistencia de esa red de socorros mutuos que vertebra la biografía de cualquier veterano dirigente en cualquier democracia. Y buena parte de sus éxitos electorales se debe a razones tan francamente impresentables, pero tan reales, como el desgaste de las imágenes públicas de los dirigentes. Cuando la gente pide cambio la mayoría de las veces está pidiendo cambio de cara. El pueblo padece mucha hartura icónica, salvo en los inimitables casos del propio Rajoy y de doña Isabel Preysler.