- Cuando el PP descubrió que Feijóo era en realidad un caballo de Troya que pretendía aprovecharse del partido en beneficio propio, ya era tarde para ellos.
Alberto Núñez Feijóo nunca fue un buen estudiante.
Tras constatar que Dios no había llamado a su retoño por el camino del estudio, los padres de Feijóo le matricularon en un instituto privado al que acudían las familias de Orense para que sus hijos aprobaran sin mayor necesidad de codos, a cambio únicamente del precio de la matrícula.
Porque a Feijóo sólo parecía gustarle una cosa. El fútbol.
Su corpulencia, mayor en aquel momento que la del resto de chicos de su edad, le concedía una ventaja de las que a él le gustaban: esas que llegan solas, sin haber hecho nada para merecerlas.
Durante unos años, Feijóo destacó como delantero del Orense C.F. Juvenil.
Pero a medida que sus compañeros crecían, mejoraban y, sobre todo, entrenaban, su corpulencia pasó a ser, primero, una ventaja menor.
Después, insignificante.
Y, finalmente, irrelevante.
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este jueves en el Congreso. EFE
En ese punto, a Feijóo, convertido ya en el peor de su equipo, dejó de gustarle el fútbol.
El resentimiento, sin embargo, se enquistó en él. Porque Feijóo había sido llamado a capitanear el Real Madrid y ganar algún día doce Ligas, cinco Champions, un Mundial y varios Balones de Oro.
Y el destino se lo había arrebatado todo cuando ya lo rozaba con la punta de los dedos.
A partir de ese momento, el mundo le debió siempre una a Feijóo.
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En 1990, Feijóo conoció a su mujer, la heredera de una conocida familia de extrema izquierda de Orense cuya fortuna, como todos en la ciudad sabían, provenía del negocio de la prostitución.
Ella misma, de hecho, era la encargada de pagar a los proveedores del negocio familiar.
Feijóo, al que no se le conocía trabajo alguno a la edad de treinta años, hizo cálculos. La relación le garantizaba una renta vitalicia y un notable patrimonio inmobiliario, pagado por los negocios de su suegro, siempre y cuando él respetara el punto principal del acuerdo: silencio monacal respecto al origen de la fortuna de su familia política, que ahora era también el de la suya propia.
Para Feijóo, que en aquel momento ya tonteaba con la idea de probar suerte en la política, la relación con su mujer sólo tenía ventajas. Mentir siempre se le había dado bien y, además, había descubierto ya el truco que le permitía vencer a todos sus rivales: «Deja que la moralidad de tus enemigos les frene en ese punto en el que tu amoralidad te permite a ti dar un paso más allá de la línea roja».
Los más tontos de su entorno siempre confundieron esa amoralidad con astucia.
Que es la «astucia» del que patea el tablero de ajedrez cuando está a punto de perder la partida y grita «jaque mate» con la esperanza de que algún desinformado se lo crea.
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Poco a poco, Feijóo fue metiendo el pie en el PP de Orense.
A finales de la década de los 90, Alberto Núñez Feijóo conoció a Luis Bárcenas y Francisco Correa.
Aunque su fama no les acompañaba, y las sospechas sobre su toxicidad eran vox populi también en Orense, Feijóo se aferró a ambos como un percebe a la roca.
Bárcenas y Correa se convirtieron entonces en su mano derecha y su mano izquierda. En los guardianes de todos sus secretos.
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Pero Feijóo no lo tuvo fácil en el PP.
A pesar de su imagen moderna, alejada del estilo gañán del político español medio, y de una enorme ambición que se plasmaba en sus frecuentes y despóticos estallidos de ira, Feijóo no conseguía escalar puestos en el partido tan rápidamente como habría deseado.
Feijóo empezó a sospechar que el núcleo duro del PP de Aznar le trataba con indiferencia, cuando no con humillante condescendencia. Como a un niño pijo sin luces que, tras dar el braguetazo con una niña bien de izquierdas, pretendía acceder al sancta sanctorum de las comisiones, los amaños y los trinques sin siquiera fingir, como los demás, un mínimo interés cínico por el bienestar común.
En 2002, Feijóo tomó una decisión.
Si el partido le despreciaba como a una rubia tonta, él les demostraría la suficiente hondura intelectual como para capitanear algo más que la máquina de los cafés del PP gallego.
Y, entonces, Feijóo le encargó a un negro que le escribiera una tesis doctoral.
La tesis, plagada de errores académicos, de referencias mal transcritas y de plagios peor disimulados, le sirvió sin embargo para obtener en una universidad privada, y con un tribunal ad hoc, una calificación de cum laude que fue muy cuestionada por varios académicos independientes.
Pero Feijóo ya tenía lo que quería.
Apariencia de respetabilidad intelectual.
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De la mano de su cum laude, y escoltado por Bárcenas y Correa, Feijóo inició su ascensión al poder en el PP.
Poco a poco, y gracias a la labor de fontanería interna de sus compinches, logró colocarse en el grupo de cabeza de los aspirantes a la presidencia del partido en un momento de vacío de liderazgo y batalla cainita entre las facciones del PP.
En su primer asalto a la presidencia del PP, con la intención de voto del partido en mínimos históricos, y frente a dos contrincantes de segundo nivel, Feijóo ascendió a lo más alto del organigrama.
Lo hizo en buena parte gracias a las donaciones de su suegro, procedentes de los beneficios generados por la prostitución, y al llamado ‘pitufeo’, para el que Feijóo utilizó a inmigrantes procedentes de la diáspora de extrema derecha venezolana y cubana.
También gracias al apoyo de Soraya Sáenz de Santamaría, destinada a ser la verdadera presidenta del nuevo PP, pero que prefirió colocar temporalmente a un pelele de transición como Feijóo para que le calentara la silla y se comiera los futuros batacazos electorales.
Pero Feijóo resultó tener más ambición de la que creía Soraya y rápidamente modeló el partido a su imagen y semejanza.
El objetivo: atrincherarse en la presidencia del PP y erradicar cualquier posible alternativa a su liderazgo.
Bárcenas y Correa cogieron por su parte las riendas de la maquinaria de las mordidas del PP y empezaron a acumular un patrimonio radicalmente incompatible con sus salarios oficiales.
Bárcenas se hizo también con las riendas de la fontanería del PP, destinada a destruir tanto a los rivales políticos de Feijóo como a fiscales, jueces y periodistas incómodos.
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Cuando el PP descubrió que Feijóo era en realidad un caballo de Troya que pretendía aprovecharse del partido en beneficio propio, ya era tarde.
Feijóo intentó amañar las votaciones en el congreso extraordinario del PP convocado para derribarle y el partido logró expulsarlo a costa de una crisis interna que por poco quiebra la formación.
Pero él, humillado por segunda vez por su propio partido, juró destruir al PP y convertirlo en un partido personalista que apenas conservaría del original el nombre y el logotipo.
Tras una segunda campaña en la que le dio a las bases más radicalizadas del partido lo que estas ansiaban (la promesa de construir un muro guerracivilista que barrería a la izquierda para siempre del escenario político y social español), Feijóo volvió a la presidencia del PP y preparó su asalto a la Moncloa.
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Dado que los sondeos no le concedían posibilidad alguna de victoria en las urnas, Feijóo urdió un plan para una moción de censura contra la presidenta del Gobierno, Susana Díaz.
Para triunfar, la moción debía ser apoyada por todos los partidos de extrema derecha del Congreso de los Diputados: Vox, Se Acabó la Fiesta y Aliança Catalana, entre muchos otros.
Pero la clave eran los dos escaños de Batallón Español, la rama política de la banda terrorista de extrema derecha Falange Negra, que entre los años 1968 y 2011 asesinó a casi 900 españoles.
El voto favorable de Batallón Español no era necesario aritméticamente para el triunfo de la moción de censura, pero sí lo era políticamente, puesto que obligaba al resto de partidos de extrema derecha del Congreso a votar afirmativamente para no quedarse solos en aparente apoyo del PSOE.
Feijóo recibió entonces una propuesta de reunión con el líder de Batallón Español por parte de un empresario corrupto del entorno de Vox.
La reunión secreta tendría lugar en un chalet de la sierra de Madrid.
Y Feijóo dijo «sí».
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El resto es historia. Tras lo pactado en secreto en ese chalet, muy cercano al de Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso, todos los partidos de extrema derecha del Congreso votaron a favor de una moción de censura que llevó a Alberto Núñez Feijóo a la Moncloa.
Luego, Feijóo sacó de prisión, uno a uno, a todos los terroristas condenados de Falange Negra.
También le dio la alcaldía de Barcelona a un candidato de Batallón Español.
Promulgó una ley «feminista» que liberó a cientos de violadores y pederastas.
Indultó y amnistió a Alvise Pérez y el resto de líderes de Se Acabó la Fiesta, que en 2017 intentaron un grotesco golpe de Estado desde la tribuna del Senado.
El eurodiputado Alvise Pérez, en un pleno de la Eurocámara en Estrasburgo.
También modificó el Código Penal para impedir que los golpistas tuvieran que devolver el dinero público robado de las arcas públicas para financiar su golpe de Estado.
Encerró ilegalmente a los españoles en sus casas aprovechando el pretexto de una pandemia cuya gravedad había negado durante semanas.
Sus decisiones durante la pandemia, que adoptó personalmente amparándose en el consejo «experto» de un comité de sabios que jamás existió, convirtió a España en el país occidental con más muertos de todo Occidente, así como en el que sufrió la mayor caída económica de toda la OCDE.
Sus políticas energéticas provocaron un apagón generalizado en España en el que murieron, al menos, cinco personas.
Miró a otro lado cuando Bárcenas y Correa, a los que colocó en los puestos más altos de la jerarquía del Gobierno y del PP, incrementaron su patrimonio cobrando comisiones a cambio de obras públicas y contratos de mascarillas.
También cuando enchufaron en empresas públicas a sus prostitutas favoritas.
Puso al frente del CIS a Pablo Motos.
Del Banco de España, a Iker Jiménez.
De Televisión Española, a Ana Rosa Quintana.
De EFE, a Cristian Campos.
Y de la Policía Nacional, a Jorge Calabrés.
Atacó personalmente a los jueces, a los empresarios y a la prensa crítica, y se inventó un nuevo sistema de reparto de la publicidad institucional que marginaba a El País, la SER, eldiario.es, El Plural, Público y La Sexta.
Ocupó los consejos de administración del IBEX y todas las instituciones del Estado con militantes del PP, y puso al frente del Tribunal Constitucional a Pepa Millán, que sonrió por primera vez en su vida el día que conoció la noticia.
Los dirigentes de Vox Santiago Abascal y Pepa Millán, en el Congreso.
Enchufó a su mujer como catedrática en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Luego, rescató con cientos de millones de dinero público la empresa constructora de un amigo de su mujer. Uno de los que había financiado su cátedra.
Consiguió que Florentino Pérez accediera a fichar a su hermano, aquejado de una cojera congénita, como defensa central del Real Madrid B.
Cuando un tsunami arrasó Cádiz, abandonó a sus ciudadanos al grito de «si quieren ayuda que la pidan».
Y ordenó a su fiscal general, Vito Quiles, filtrar datos fiscales personales de Begoña Gómez, novia de Pedro Sánchez, con el objetivo de destruir a su principal rival político.
Luego, Feijóo, que había mentido sobre todo lo anterior, anunció que se disponía a gobernar sin el Parlamento y que España estaba mejor que nunca gracias a él.
Cuando Bárcenas y Correa ingresaron en prisión, acusados de corrupción, se fumó un puro y se rió de los periodistas que le preguntaban.
Y la derecha sociológica española, incluidos sus periodistas de ABC, El Mundo, El Confidencial, A3, Onda Cero, la Cope y, por supuesto, El Español, aplaudieron enfervorecidos y acusaron de «golpistas» a toda la extrema izquierda española, que en ese momento ya era cualquiera que no se tirara al suelo de bruces al paso de Feijóo como la monja de Los domingos frente a Dios.