IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
- Para quienes creen que gobernar es entretener, nuestros gobernantes lo hacen de maravilla
Esta semana hemos vivido momentos en los que uno preferiría ser ciudadano de las Islas Feroe, o mejor de las Malvinas, que tan al norte hace mucho frío. Estoy de acuerdo con usted en que la mayoría de nuestros dirigentes son un desastre a la hora de solucionar los problemas reales a los que nos enfrentamos cada día, pero deberá convenir conmigo en que son auténticos maestros del ‘entertainment’ y amenizan nuestras miserables y aburridas existencias. Esta vez se han superado. Aunque es imposible hacerlo con precisión, trato de resumirle los hechos. La vicepresidenta del Gobierno, orgullosa sindicalista y afamada comunista, consiguió un muy meritorio pacto entre sindicatos y empresarios para modificar la reforma laboral que, en su día, impuso sin acuerdo el Ejecutivo de Mariano Rajoy. Está muy bien y supone un gran hito en nuestra dilatada historia cainita, pero el problema radica en que los partidos que ocupan el Gabinete se hartaron antes de proclamar e incluso de comprometerse por escrito a derogarla por completo. Sin embargo, el acuerdo alcanzado entre los agentes sociales dejó todo en una limitada serie de retoques, que los expertos cuantifican en un 10% de cambio.
Eso supuso que los partidos de ultraizquierda que sostienen al Gobierno, básicamente Bildu, ERC y la CUP, se mostraron contrarios a avalar dicha iniciativa y anunciaron pronto su voto contrario. El PNV, por su parte, que es uno de los mayores apoyos sobre los que descansa la majestuosa cabeza de Sánchez, se mostró contrario por culpa de la prelación de los ámbitos de negociación, a pesar de que la patronal española, dirigida por un vasco, y la misma Confebask dijeron una y otra vez que desde 2017 no existe tal problema. Sin embargo, el PNV votó en contra, al no haber obtenido premio. El nacionalismo moderado del PDeCAT, por su parte, votó a favor, igual que anunció la derecha navarra de UPN. Un anuncio que se quebró en el momento de votar, al negarse sus dos diputados en el Congreso a seguir las instrucciones de la central. En lógica consecuencia, Adriana Lastra, que había pactado mantener al alcalde de Pamplona a cambio del sí, acusó al PP de haber comprado a sus propios coaligados.
Bueno, pues la votación, que en ese momento estaba perdida por el Gobierno, la ganó por culpa de un señor que se equivocó al emitir su voto. Apretar el botón adecuado es una de sus escasas obligaciones en el Congreso, además de aplaudir entusiasmado cuando hablan los suyos y gritar desaforado cuando lo hacen los otros. Ahora hay un lío de esos que resolverán los jueces dentro de muchos años, cuando quizás la nueva ley haya sido sustituida por otra, como es costumbre. Le acepto que todo esto no es muy edificante ni ejemplar, pero me reconocerá que divertido es un rato largo. Hubo un vicelehendakari del Gobierno vasco que decía con frecuencia que «gobernar es entretener». Si estaba en lo cierto, estos gobernantes lo hacen de maravilla.
Un minuto para el PNV. Su reacción en contra de los empresarios me ha dejado estupefacto. Una cosa es disputar a ELA y Bildu el cariño del Pueblo Trabajador Vasco y otra acusar de tomar al Gobierno y al Congreso de rehenes y de hacer chantaje por el hecho de defender que se apruebe lo que se ha firmado previamente. ¿Para qué se pasaron meses negociando el acuerdo? Pero en esto del ‘rehenazgo’ a los gobiernos hay que tomarle siempre muy en serio al PNV. Tiene varios doctorados ‘honoris causa’ por universidades de prestigio mundial. Me queda la duda de si este acercamiento a ELA y a Bildu es para saludarles y darles la mano o para proporcionarles un puñetazo. ¿Se trata de entrar en su corral para merendar juntos o para robarles las gallinas?
¿Quiere más diversión? Pues la obligación de llevar mascarillas en los exteriores se ha derogado tres días después de haber sido impuesta. ¿Es o no es un ejemplo de flexibilidad conceptual, cintura gubernativa y acomodación al medio? ¡Qué bárbaros!