Antonio Rivera-El Correo

  • Puigdemont reafirma la unilateralidad secesionista como fórmula de futuro a renglón seguido de exigir la amnistía por la ocasión anterior

A votar en Navidad. O a la vuelta, en enero. Era de esperar que la personalidad de Puigdemont, el enquistamiento de la crisis catalana y el pulso entre facciones independentistas condujeran a una propuesta exigente por parte del primero, para empezar a negociar y rebajarla desde ahí. Sin embargo, lo escuchado del fugado en Waterloo solo cabe en la realidad de quienes se han acostumbrado a considerar que la política es el arte de lo imposible y que, con voluntad, cualquier demanda puede acabar en el Boletín Oficial si recluta los votos suficientes.

De partida, la propuesta, digámoslo sin rodeos, es imposible de ser tenida en cuenta. Lo de la amnistía y lo del referéndum legal de autodeterminación ya iba cogiendo ambiente entre los más cafeteros, como si tal cosa, como si con retorcer el texto constitucional pudiera sostenerse en este cualquier nuevo redactado. Bastaba con ser imaginativos y tener voluntad, obviando lo razonable de una y otra cosa. Pero Puigdemont lo ha puesto fácil con los añadidos a esas dos patas de la imposible mesa.

Exige de previo el reconocimiento de la legitimidad democrática del independentismo catalán, lo que nadie le ha negado, salvo que su paranoia le lleve a incluir en ese rechazo el espionaje contra su formación y entorno -perfectamente legítimo si se hace bajo el amparo de la ley: su actuación está poniendo en peligro la continuidad del Estado- o la suma de escaños para impedir que gobernara su candidato al Ayuntamiento de Barcelona, pataleo que no merece el comentario. Exige lo que llama abandono de la vía judicial, lo que viene a ser la retirada voluntaria del poder del Estado cuando conozca de sus ilegalidades futuras. Proclama la no consideración delictiva de lo ocurrido desde 2014 en el proceso independentista, como si la generosa actitud de la sociedad ante una amnistía que pusiera el contador catalán a cero equivaliera a reconocer que fue ella la que actuó mal e ilegalmente. Reafirma la unilateralidad secesionista como fórmula de futuro a renglón seguido de exigir la amnistía por la ocasión anterior, lo que imposibilita por completo las posibilidades del más partidario para contemplar esta. Y, finalmente, humilla a toda la sociedad española y al Estado de que se dota demandando un mecanismo mediador y supervisor que, sin duda, pretenderá internacional y ajeno a los que ya posee nuestro sistema político y jurídico. Todo eso para sentarse a negociar. Faltaban solo los dos huevos duros.

Lógicamente, el Gobierno no ha tardado en distanciarse de esta cascada de propuestas, y el jefe de la oposición ha cortado la contradicción que le suponía reunirse con los del partido de Puigdemont si conocía ya la carta a los Reyes Magos desplegada por su líder. Yolanda Díaz sigue con la sonrisa beatífica de quien supone que la política es el reino de los sueños. Y otro tanto les pasa a los gobernantes catalanes de Esquerra, cogidos increíblemente por sorpresa por la resurrección del evadido, cuestionados en su estrategia de diálogo a toda costa -aunque retóricamente digan que son ellos quienes llevan a la mesa de negociación al de Waterloo- y obligados a unirse al juego nihilista del antaño honorable. Por aquí Urkullu ha tratado de cambiar la música hablando de una convención foral dieciochesca que en una semana ha quedado ya ‘demodé’.

El pragmatismo más suicida que especula estos días con la legalidad de una amnistía y de un referéndum legal de autodeterminación tropieza con la evidencia de que, en una circunstancia extrema para el país, solo podrían contemplarse desde el acuerdo de la mayoría de la sociedad y, por lo tanto, de sus dos partidos de nuevo mayoritarios. No estamos en esa situación, ni mucho menos. Pero es que, además, Puigdemont acaba de dejar clara su intención, y por ahí no puede pasar ni la voluntad más abierta de quienes están dispuestos a mucho para acceder o revalidar el Ejecutivo.

De manera que la lectura más cabal es la que nos lleva a pensar que los votos de Junts no van a hacer presidente ni a Feijóo ni a Sánchez. La política, es sabido, puede dar muchas vueltas y lo que acabamos de escuchar por boca de Puigdemont puede terminar convertido en algo irreconocible si se trata de hacerlo posible. En todo caso, y más allá de la retórica voluntarista de unos y otros, la repetición electoral sigue siendo lo más realista y cabal. De manera que las estrategias partidistas a contemplar son aquellas consistentes en hacerte lo menos responsable posible de esa coyuntura, porque se sabe que el electorado llamado de nuevo a las urnas castiga a quienes identifica como culpables de esa insistencia en el ejercicio del sufragio.