¡Vaya verano, agobiados por el calor, por dos tetas egregias y por un beso arrogante! Todo lo demás en la nevera esperando mejores tiempos para pensar en lo que se nos viene encima. Si hay algo que alcanza la estupidez es el recurso de los bomberos toreros ante el peligro de una oleada fascista; una reinvención de lo que fue y dejó su huella, muy alejada del presente. Si no llamamos a las cosas por su nombre corremos el peligro de enzarzarnos en discusiones semánticas. Si las viejas definiciones no sirven hagamos un esfuerzo por encontrar otras nuevas más ajustadas a la realidad. El fascismo fue derrotado y murió, y esa doble muerte nos obliga a repensar la frivolidad de seguir acudiendo a él como insulto cúralo todo.
La reciente aparición en España de la monumental biografía de Mussolini y su tiempo ha pasado como suele ocurrir con los grandes libros; que los comentaristas avezados en solapas juzgan excesivas las páginas y viejuno el tema. Me estoy refiriendo a “M”, título genérico de los tres volúmenes aparecidos hasta ahora en castellano, obra del brillante historiador Antonio Scurati (1969). Abarcan la primera etapa, que va del final de la I Guerra Mundial hasta la arrolladora victoria electoral de 1924 (“El hijo del siglo”), de la conquista del Estado (“El hombre de la providencia” 1925-1932) y la creación del eje nazi-fascista que promoverá la II Gran Guerra (“Los últimos días de Europa” 1938-1940). Falta pues un último volumen que alcance hasta la ejecución del dictador por la Resistencia Partisana en abril de 1945.
Basta con lo publicado para acercarnos a un fenómeno que nunca había sido tratado con la cercanía a la realidad de esta obra para la que cabe aplicar el tópico de fascinante. Nos toca a nosotros evaluar ahora las incógnitas que no tienen una explicación clara, a menos que nos guste simplificar y sigamos con la matraca de llamar fascista a todo lo que se mueve en el ámbito del adversario convertido en enemigo. Incluso en nuestra época, tan reciente y tan lejana, el insulto de “fascista” era común entre la militancia antifranquista. Para los partidos más marginales en la clandestinidad, la ORT, el EMK, el PT, Bandera Roja… a los militantes del PC se les calificaba de fascistas, y algunos agudos profetas precisaban más, “social fascistas”.
Hoy puede parecer cómico saber que durante varios años Jiménez Losantos o Andrés Trapiello, dos casos singulares, achacaban a los comunistas del PC “revisionista”, según la jerga de entonces, su connivencia con la burguesía y el poder franquista, el mismo que los mantenía a todos en la cárcel y la clandestinidad. No minusvaloremos el valor de la argucia semántica del fascismo, porque sirve sobre todo para descalificar al adversario; un método sobre el que tanto el estalinismo como el movimiento comunista construyó un discurso tan falaz que ha sobrevivido hasta nuestros días en boca de quienes no tienen ni idea de lo que fue el fascismo, aunque practiquen formas de violencia que son sus herederas.
La victoria guerrera de Franco en 1939 significó el triunfo del fascismo
En el fascismo hay dos señales que lo conforman: la violencia y el dogmatismo. En palabras más rudas; el recurso a eliminar al disidente no sólo tapándole la boca sino cortándole el resuello. También la conciencia de una superioridad sobre el contrario al que ni siquiera se consiente el derecho a expresarse. Sin embargo es un fenómeno de masas, o al menos puede llegar a serlo. La victoria guerrera de Franco en 1939 significó el triunfo del fascismo. Lo apuntó Ciano, ministro de Exteriores y yerno de Mussolini, como señala Scurati: “Cae Madrid. La guerra he terminado. Es una nueva y formidable victoria del fascismo; tal vez la mayor hasta ahora”.
Pero la cara B del fascismo fue el apoyo social. Si en las elecciones de noviembre de 1919 fue barrido por los socialistas hasta el punto de no lograr ni un solo escaño, cinco años más tarde, en las de 1924, dos de cada tres votantes lo hacen a Mussolini. Entre medias ha tenido lugar la Marcha sobre Roma (1922), la presidencia del Gobierno (1923), la crisis de la socialdemocracia en el letal congreso de Livorno (1921). El asesinato del diputado socialista Matteotti (1924) no le restó apoyo. El futuro premio Nobel, Luigi Pirandello, pidió entonces el carnet de militante fascista. La inteligencia más representativa del momento fue fascista: Benedetto Croce (dos años), el director de orquesta Toscanini, los poetas D´Annunzio y Ungaretti, incluso Vilfredo Pareto, el científico social.
Mussolini creó el fascismo, Franco no creó nada. Fuera de los años de furor guerrero con los que pretendía pagar lo que les debía, lo nuestro fue una dictadura sin más
Acaso no nos recuerda algo cercano que en 1931 un decreto exigiera a todos los catedráticos de Universidad un juramento de lealtad a Mussolini. Scurati señala en su devastadora biografía que “esa turba de liberales, socialistas y orgullosos demócratas”, en número de 1300, aceptaron. Sólo 13 rechazaron la vergüenza. Una cierta humildad debería embargarnos cuando escuchamos llamar fascista a quien se empeña en recordar no sin nostalgia algo que ni conoció ni sufrió. Mussolini creó el fascismo, Franco no creó nada. Fuera de los años de furor guerrero con los que pretendía pagar lo que les debía, lo nuestro fue una dictadura sin más partido que los poderes fácticos que le respaldaban y se beneficiaban de ello. Un régimen inicuo y tan prolongado que no tiene parangón en una historia donde menudearon.
Abandonemos los subterfugios y abordemos el meollo del asunto. Las clases populares se sienten atraídas por líderes reaccionarios con una esperanza falaz y demagógica que sobrevive en la Argentina peronista, o en la Hungría de Viktor Orban, que hizo su tesis doctoral sobre Gramsci, el único teórico comunista aún vivo. Digámoslo por citar dos ejemplos que nadie gusta de sumar, por más que haya muchos otros para escoger.
El voto del rechazo hoy está más situado en la extrema derecha que en la izquierda institucional. Un hecho constatable sin necesidad de estadísticas y que debería hacer trabajar las neuronas de quienes se conforman con el hueco mediático y la subvención que otorga el disfraz oratorio.
El fascismo murió porque fue derrotado en 1945, lo que ahora renace es el pensamiento de la derecha extrema. Cuando uno se entera de que las universidades norteamericanas están repletas de estudiosos de la “ola fascista”, se echa a temblar. Nos esperan años muy duros para la reflexión sin andaderas y más aún si despreciamos que la economía, como casi siempre, será decisiva en las conductas políticas, sociales y hasta culturales. El fascismo de Mussolini abolió el «usted” en el verano de 1938. Para que luego digan que la palabra no es importante como signo de respeto.