- Afecta a los miles de niños que tienen que estudiar en una lengua que no hablan, y afecta también a esos miles de niños cuando los ponen a pintar ikurriñas y mensajes nacionalistas en horario lectivo
«Ponte a trabajar», le dijo el jueves Adriana Lastra a alguien que no era Adriana Lastra. Ese fue sin duda el momento cumbre de la semana, y podría haber sido un momento histórico del humor absurdo si no fuera porque no había en sus palabras intención humorística.
El comentario de la vicesecretaria general del PSOE forma parte de un fenómeno habitual en la sociología española. Esa misma semana pudimos escuchar cómo Félix Bolaños, ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, exigía a un diputado que se disculpase «porque la representación de la soberanía nacional en este hemiciclo no tiene por qué soportar unos insultos tan alejados de la realidad como los que acaba de proferir en este atril». «Es inaceptable», añadió. Ay, pero no lo fue cuando Odón Elorza, en esa misma tribuna y hace sólo unos meses, gritó que había franquistas en el Congreso e incluso «unas derechas de vocación golpista». En esa ocasión Félix Bolaños, ministro de Presidencia, Relaciones con el PSOE y Memoria Socialista no pidió que se retirasen las palabras del diputado exaltado. No dijo que esas palabras fueran inaceptables. Al contrario, permaneció sentado y aplaudió junto con sus compañeros de partido.
Las dos muestras anteriores forman parte de la variante hipócrita del fenómeno, normalmente circunscrita a la política, pero es más interesante la variante del maestro Ciruela, que alcanza su máxima expresión cuando José Luis, vecino de Cuenca, intenta explicarle a alguien que vivió en la Unión Soviética qué es en realidad el comunismo: abundancia, libertad y realización personal; «y no te creas lo que te cuenta la propaganda occidental». Otra muestra recurrente de esta variante se da cuando alguien que nunca ha tenido que gestionar un aula con treinta adolescentes intenta explicarle a un profesor cómo debe enseñar. Y hay un tercer caso de ciruelismo que a mí me interesa especialmente: cuando María José, vecina de Getafe, intenta explicarle a alguien que vive en el País Vasco qué es Bildu y cómo sus líderes llevan años dedicados casi en exclusiva a mejorar la convivencia. La última ocasión en la que hemos podido asistir a este espectáculo de la naturaleza ha sido a cuenta de la Korrika. También esto me lo han tenido que explicar.
La carrera (korrika significa ‘corriendo’ o ‘con prisa’) reivindica el «derecho a vivir en euskera», y eso implica bastantes más cosas de las que podríamos pensar en un primer momento
La Korrika pasó hace unos días por mi calle, en Galdácano, a las 2:38 de la madrugada. A las 2:55 volvió a pasar, y volvieron a escucharse bocinazos, música y gritos desde el megáfono. Era un día laborable -la noche del jueves al viernes- y probablemente muchos otros vecinos se despertaron sobresaltados. La carrera (korrika significa ‘corriendo’ o ‘con prisa’) reivindica el «derecho a vivir en euskera», y eso implica bastantes más cosas de las que en un primer momento podríamos pensar. Implica, por ejemplo, dar permiso para que los vecinos de varios pueblos no puedan dormir en paz cuando al día siguiente tienen que levantarse a las 6 o a las 7 para ir a trabajar. Sabemos que no es bueno construir análisis desde la anécdota personal, pero ésta no es sólo una anécdota. En realidad funciona como categoría, porque la exigencia de ese derecho a vivir en euskera pasa necesariamente por pequeñas molestias y cesiones asumidas como la expulsión del castellano de todos aquellos espacios en los su presencia dificulte la artificial expansión de la lengua minoritaria de los vascos. Pasa necesariamente por el Parlamento y por la nueva ley sobre el sistema educativo, que no hará oficial la desaparición del castellano como lengua vehicular por la sencilla razón de que ya no hace falta oficializarla.
La Korrika es sólo un evento festivo, un acto cultural más en defensa del euskera, repiten quienes se esfuerzan por desligarla de otras cuestiones pretendidamente accidentales; y tienen razón. Es uno de los numerosos actos que se organizan para defender que el euskera sea la lengua propia -y única- de los vascos, y esto es suficientemente importante como para que los análisis se centren en ello. Entre otras razones, porque esta inocente lucha por el euskera que se celebra cada dos años no es sólo una cosa de adultos; afecta a los miles de niños que tienen que estudiar en una lengua que no hablan, y afecta también a esos miles de niños cuando los ponen a pintar ikurriñas y mensajes nacionalistas en horario lectivo. Qué exageración, por qué no van a poder pintar la bandera de su región en clase, está respondiendo ya algún lector indignado; sería un comentario apropiado si a esos mismos alumnos vascos se les pusiera en alguna otra ocasión a pintar la bandera española, porque de lo contrario parecería que la Korrika es otra herramienta más al servicio de la construcción nacional.
Qué agradable debe de ser pensar que los 21 escaños de Bildu tienen secuestrados -por los viejos tiempos, tal vez- a sus 250.000 votantes. Que no representan siempre y fielmente a todas esas personas
Vamos ya, para terminar, con esas cuestiones accidentales. Decía que los vecinos de Galdácano oyeron en dos ocasiones el paso de la Korrika por el pueblo durante la madrugada. Al día siguiente pudieron ver las imágenes. Una de ellas la compartió el alcalde, Iñigo Hernando, en un tweet. «Momentos emocionantes los de ayer. Sigamos construyendo el presente y el futuro en euskera. Gora Herria!». En la imagen se le veía emocionado corriendo delante de las fotos de Jon Bienzobas e Iñaki Krutxaga, sostenidas con emoción y a pocos metros por otros participantes. La cuenta de EH Bildu de Galdácano también compartió imágenes, y en una de ellas aparecía de nuevo el alcalde pero el plano era más amplio: junto a esas dos fotos estaba la de García Gaztelu; Txapote. Todos ellos etarras del pueblo, todos ellos condenados por su participación en varios asesinatos.
Durante estos días han sido varias las noticias que recogían imágenes similares en otros pueblos y ciudades por los que ha pasado la Korrika. Junto a esas imágenes, los lamentos de siempre. «Por favor, no politicéis un acto festivo». «Por favor, mandad un mensaje para dejar claro que AEK -la red de euskaltegis que organiza la carrera- condena estas cosas». «Por favor, no dejéis que los de siempre se apropien de las fiestas populares». Es fascinante este espectáculo de constante negación de la realidad. Qué agradable debe de ser pensar que los 21 escaños de Bildu tienen secuestrados -por los viejos tiempos, tal vez- a sus 250.000 votantes. Que no representan siempre y fielmente a todas esas personas. Que las fiestas populares no recogen exactamente lo que se ha sembrado durante décadas.
Antes he sido injusto. El problema no es hablar sobre estas cosas desde Cuenca o Getafe; el problema realmente grave es no salir de Babia.