La verdad objetiva de las víctimas no radica en lo que cada una de ellas pensaron políticamente, ni en lo que piensan las víctimas familiares de los asesinados, sino en que, matándolos, ETA ha hecho ética y políticamente inviable el proyecto político de definir Euskadi desde la hegemonía y la homogeneidad nacionalista, el que niega el pacto como elemento indefectible de la definición jurídica de la sociedad vasca.
A pesar de las lecciones que nos imparte la vida, a pesar de que nuestra pequeña historia personal está llena de incongruencias y actuaciones que se soportan mejor en el olvido, todos seguimos conservando algún sueño de inocencia, alguna mínima esperanza de ingenuidad. Esa inocencia y esa ingenuidad es la que nos hace creer y esperar que, en el campo de la política, por lo menos las víctimas serán respetadas y no llegarán a ser objeto de desencuentro.
Pero también en este caso, la vida nos enseña que no hay sitio ni para la inocencia ni para la ingenuidad: ni siquiera las víctimas escapan de la división política, del debate político. Porque su potencial simbólico las hace demasiado atractivas para cualquier partido político. Porque ellas mismas no pueden escapar de su propia politización y partidismo, pues es muy difícil sustraerse a lo que constituye elemento fundamental de la vida democrática: que se encauza a través de partidos políticos, lo que incluye una visión partidaria de la mayoría de las cuestiones.
Y sin embargo, es preciso realizar un esfuerzo para salvar el núcleo de verdad de las víctimas para que no se pierda en el fragor del debate partidario. Porque las víctimas son portadoras de una verdad objetiva que la sociedad malamente puede olvidar si quiere construir un futuro mejor que el pasado que ha producido esas víctimas. Más allá de la inevitable discusión política sobre las víctimas, estamos obligados a buscar la verdad que no podemos ocultar y que reside en las víctimas.
Las víctimas están organizadas en asociaciones, con sus respectivos cargos y portavoces. Las víctimas están representadas de forma plural, y no es posible ocultar que tras esa pluralidad se encuentran dos realidades: el que la opinión sobre su propio significado político no siempre es coincidente, y el que la utilización partidaria de las víctimas ha favorecido esa pluralización de su representación.
Cuando se habla de la verdad de las víctimas, de la memoria de las víctimas, es preciso ajustar el lenguaje. Cuando se proclama que una determinada política, digamos que la del presidente Zapatero, olvida a las víctimas, nos estamos refiriendo probablemente a las víctimas representadas por una asociación, seguro que la mayoritaria. Cuando afirmamos que una determinada política deja de lado a las víctimas, las traiciona, estamos pensando en lo que sienten determinadas víctimas, la mayoría probablemente. Pero sería conveniente que nadie tomara la palabra víctima en una acepción unitaria, que nadie se arrogara la representación única de las víctimas, ni pretendiera representar el sentir de todas las víctimas. En caso contrario podemos ser testigos, y lo estamos siendo ya, de que más de una víctima tenga que manifestarse en público para contradecir lo que dicen o han dicho otras víctimas.
Esta situación es probablemente inevitable. De la misma forma que es inevitable recordar que incluso quienes fueron asesinados por ETA sostenían planteamientos bien distintos respecto a la política antiterrorista a seguir, respecto de las cuestiones que en la división partidaria de estos momentos resultan dolorosamente separadoras: ha habido asesinados por ETA que estaban a favor de entablar un diálogo e incluso una negociación con ETA. Y ha habido asesinados por ETA que estaban totalmente en contra de establecer ningún tipo de relación con ETA. Tampoco la referencia a los que fueron asesinados nos ayuda a superar la división política que sobre la memoria de las víctimas y sobre lo que dicha memoria exige se ha establecido en la política española.
Tiene que existir, sin embargo, un punto, aunque sea mínimo, en el que se pueda establecer la verdad inolvidable de las víctimas, aquella verdad sobre la que es preciso construir un futuro que no signifique la repetición de un pasado inaceptable. Y ese punto sólo se puede encontrar en la verdad objetiva de las víctimas primarias, de quienes fueron objeto directo y personal de los atentados de ETA, la verdad objetiva de las víctimas primarias que son los asesinados por ETA, y de los pocos que sobrevivieron al intento de asesinato de ETA.
Y al decir verdad objetiva se excluye lo que se podría denominar la verdad subjetiva de estas víctimas primarias, lo que en vida pensaron sobre la política antiterrorista, lo que en vida sostuvieron, en privado y en público, sobre las relaciones de la democracia con ETA. Esta verdad subjetiva, como se ha indicado antes, es plural, como es plural la posición política de las víctimas familiares de los asesinados.
Durante mucho tiempo el nacionalismo vasco por boca de algunos de sus líderes ha defendido con ahínco que los crímenes de ETA eran crímenes políticos, porque la intencionalidad de los atentados era una intencionalidad explícitamente política. A esta afirmación se le ha contestado, desde la visión correcta de que los presos etarras no son presos políticos porque en España no se castiga con cárcel el pensamiento político, diciendo que los crímenes de ETA son simplemente crímenes sin que quepa aplicarles el calificativo de políticos.
Hecha, sin embargo, la salvaguarda de que en España no existen presos políticos porque nadie está castigado por lo que piensa, es innegable que ETA mata con intencionalidad política. Y en asumir esa intencionalidad política radica el camino para poder establecer la verdad objetiva de las víctimas. Porque si es verdad que los asesinatos de los terroristas poseen intencionalidad política, hay que concluir, algo a lo que se ha resistido siempre el nacionalismo vasco, que los asesinados son portadores de un significado político que no puede dejarse de lado a la hora de definir a la sociedad vasca.
La verdad objetiva de las víctimas primarias, de los asesinados, viene determinada por la intención de quienes los instituyeron en víctimas. Si ETA los mató porque eran obstáculo en el camino a un proyecto de Euskadi, si fueron asesinados porque representaban una manera de entender Euskadi, entonces ni el proyecto de Euskadi pretendido por los terroristas es posible, ni es posible un futuro de Euskadi que reniegue de lo que representaban los asesinados, por lo que fueron precisamente instituidos víctimas de ETA.
La verdad objetiva de las víctimas no radica en lo que cada uno de ellos pensaron políticamente en vida, tampoco radica en lo que piensan políticamente las víctimas familiares de los asesinados, sino que radica en que, matándolos, ETA ha hecho ética y políticamente inviable un determinado proyecto político para Euskadi, el proyecto político de definir Euskadi desde la hegemonía y la homogeneidad nacionalista, el proyecto político de Euskadi que niega el pacto como elemento indefectible de la definición jurídica e institucional de la sociedad vasca.
No es lo que piensa la AVT, o la asociación del 11-M, o COVITE lo que impide que en un hipotético proceso de paz -aunque sería preciso hablar más correctamente de desaparición de ETA- se pague precio político alguno, sino que es la verdad objetiva de las víctimas, esa que ETA, desde su intención política, ha incrustado a sangre y fuego en las víctimas primarias, la que hace imposible que el proyecto político que defendían y defienden los terrroristas pueda nunca hacerse realidad en Euskadi.
Contra todos aquellos que han proclamado durante los últimos años, y todavía siguen haciéndolo, que sin violencia todos los proyectos políticos pueden ser defendidos, es preciso recordar que la verdad objetiva de las víctimas impide que se haga verdad el contenido de esa proclamación: el proyecto de ETA es inaceptable porque ha quedado inhabilitado para siempre por sus asesinatos. También en cualquier proyecto de reforma del Estatuto.
Joseba Arregi, EL MUNDO, 2/6/2005