- Díaz es una de esas invenciones amables que casi nadie rechaza pero que pocos votan. No es un bluf por lo que (no) dice; es un bluf porque lo más probable es que acabe cuarteando a la izquierda
Díaz es una de esas invenciones amables que casi nadie rechaza pero que pocos votan. Díaz no es un bluf por lo que (no) dice; es un bluf porque lo más probable es que acabe cuarteando a la izquierda
Cuenta Mariano Guindal en El declive de los dioses (Editorial Planeta, 2011) cómo en 1985, siendo ministro de Trabajo el socialista Joaquín Almunia, el Gobierno, tras calcular que el gasto en pensiones aumentaría en ese ejercicio un 22% respecto al año anterior, quiso acometer una reforma que acabara con un modelo insostenible y en parte fraudulento. “Sólo se requería haber cotizado diez años y la cuantía de las futuras pensiones se calculaba por los últimos 24 meses de cotización”, relata Guindal. “El sistema -añade- facilitaba la ‘compra’ de una pensión máxima a precio de ganga. Además, los tribunales médicos (encargados de controlar las pensiones por baja laboral por enfermedad) se habían relajado tanto que España tenía oficialmente tantos mutilados como en la posguerra”.
“Ante esta situación -continúa Mariano-, parecería lógico pensar que los sindicatos eran los más interesados en cortar de raíz el fraude para asegurar la viabilidad del sistema público de pensiones. Pero no fue así”. Lo que luego pasó es que el Gobierno mantuvo su reforma a pesar de que UGT y Comisiones Obreras (CCOO) promovieron una huelga general el 29 de junio de aquel mismo año que fue respaldada por cuatro millones de trabajadores. Pero lo más curioso es que, diez años después, CCOO llegó a un acuerdo con el gobierno de José María Aznar para elevar el período de cómputo hasta los 15 años, acuerdo que también acabó aceptando la UGT.
Pedro Sánchez se ha embarcado, por el artículo treinta y tres y sin mediar convalidación de los órganos del partido, en una comprometida apuesta de resultado incierto
Aquella, la de 1985, fue la primera de las huelgas generales que los sindicatos han montado en democracia contra los sucesivos gobiernos, socialistas y populares, y también la primera ocasión en la que se evidenció la distancia que separa a los dirigentes sindicales de la España real. En las elecciones generales de 1986, a los pocos meses de aquella huelga contra la reforma de las pensiones, el PSOE repitió mayoría absoluta con 184 diputados. En 1989, no mucho después de que los sindicatos montaran otra huelga general por la reforma laboral, el partido de Felipe González obtuvo 175 escaños. En 1992, la huelga general puso el foco en la reforma del subsidio de desempleo, pero el PSOE, contra todo pronóstico, y a pesar de un serio desgaste provocado por el ejercicio del poder, repitió victoria con 159 diputados. En enero de 2011 la huelga fue de nuevo contra la reforma de las pensiones, pero la del gobierno Aznar; en noviembre de ese año el PP gana las elecciones con 186 escaños.
Hay más ejemplos, pero sirvan estos como anotación que ilustra la influencia relativa de unas organizaciones que en el pasado alcanzaron prometedoras cotas de prestigio y hoy padecen el lógico descrédito de quienes, en gran medida, han dejado de ejercer su papel fundamental de defensa de los trabajadores, pero también del interés general para actuar en demasiadas ocasiones, convenientemente engrasadas por el presupuesto, como filiales de formaciones políticas afines. En todo caso, y porque ni mucho menos está todo dicho, el Gobierno se ha garantizado la pax sindical en este año de campaña infinita con otra subida del salario mínimo y una NO reforma de las pensiones. A partir de aquí, el apoyo electoral al benefactor va de soi. Y especial es el interés que tiene Yolanda Díaz en esta liaison de mutua conveniencia, con Unai Sordo y Pepe Álvarez como los mejores palmeros y socios de aventura. Ya se sabe, de bien nacidos es ser agradecidos.
Yolanda solo será si los demás dejan de ser lo que son, al menos en parte. No está nada claro que sume, más bien todo indica que puede acabar restando
La luna de miel es tan lírica que ni siquiera hay esta vez el menor conflicto de intereses. Llegado el caso, el líder de UGT -como lo hará de oficio el de CCOO- ayudará a la “presidenta segunda” (Patxi López dixit) a llenar pabellones allá donde el entusiasmo que su presencia despierte no fuera suficiente estímulo. Álvarez lo hará con la bendición de Pedro Sánchez, embarcado, sin mediar convalidación de ningún órgano del partido (¿eso qué es?), porque hace y deshace sin contraste alguno de opiniones, en una comprometida apuesta de resultado incierto; en una arriesgada coalición virtual entre el PSOE y la que hoy es la cabeza más visible del Partido Comunista (En febrero de 2000, el ya citado Almunia y Paco Frutos, por aquel entonces secretario general del PCE, anunciaron, con el entusiasta apoyo sindical, un solemne pacto con pretensión de gobernar. Resultado: PP, 183 diputados, mayoría absoluta; PSOE, 125; IU, 8). PSOE y PCE han sido casi siempre agua y aceite, y no hay razones objetivas para pensar que esta vez el socorro mutuo vaya a servir para sumar.
Se dirá que Yolanda Díaz no es Paco Frutos. Y es verdad: Yolanda Díaz es menos de lo que fue Paco Frutos. Yolanda Díaz es un magnífico producto de marketing insustancial. Opina algún gurú que en la moción se salió, que fue ella la triunfadora incontestable de la farsa montada por Vox. No sé qué moción vio. Más que un artículo, su texto, el del consultor, parecía un anuncio: “Gurú busca desesperadamente cliente”. Yo le contrataría. Los expertos en humo no saben cómo arreglar los problemas, pero son unos genios cuando de lo que se trata es de evitar que los problemas desgasten a sus asesorados. La escuela de los Redondo y compañía, la de Juego de tronos, se ha especializado en recrear la realidad, en fabricar personajes blancos, de esos que no se ensucian las manos ni la lengua, porque no suelen decir nada que merezca la pena escuchar.
Fuera de Madrid y el microcosmos en el que anda perdida la izquierda, Yolanda Díaz, con o sin sindicatos detrás, es poquita cosa
Yolanda Díaz es un producto de esa factoría, de la burbuja política que algunos inflan en Madrid hasta que algún día les estalla en la cara. Fracasó en las elecciones gallegas; fracasó en las andaluzas y, probablemente, fracasará en las generales, porque es una de esas invenciones amables que casi nadie rechaza pero que pocos votan. Díaz no es un bluf por lo que (no) dice; es un bluf porque no tiene apenas opciones de ensanchar el espacio de la izquierda. Más bien al contrario: Yolanda solo será si los demás dejan de ser lo que son; al menos en parte. Si sus socios retroceden el 28 de mayo en comunidades y ayuntamientos. Fuera de la conspiración en la que se ha instalado la izquierda en Madrid, Yolanda, con o sin sindicatos detrás, es poquita cosa. Casi nadie sin el respaldo de los que en Valencia, en Madrid o en Andalucía son alguien. Más que integrar, Yolanda divide. Más que sumar, puede acabar restando.
¿La primera mujer presidenta? Suena bien, pero antes pregúntenle al guardián de las esencias, al mentor de Díaz, a Pablo Iglesias.