José Alejandro Vafra-Vozpópuli
- Peligra su continuidad en la sala de máquinas del partido. Iván Redondo quiere extender sus tentáculos de poder hacia Ferraz. La conjura interna contra Ábalos está en marcha
«¿Aún sigue ese ahí? ¿Cómo puede la nada ser tan persistente?». Bromitas en Moncloa. Burletas en el entorno de Iván Redondo sobre el ‘pobre’ José Luis Ábalos, de presente inestable y futuro incierto. No peligra la cartera del titular de Transportes y Movilidad, antaño de Fomento, salvo que a Su Persona le convenga una crisis de Gabinete. Y aún así. Ábalos no molesta en el Ejecutivo. Más bien es un aplicado cumplidor de tareas ingratas, un palanganero con galones que deshace entuertos y se come los marrones a puñados. Poco el importa. Tiene el estómago forrado de amianto y el exterior de cemento armado, como su rostro, inhóspito y desapacible como una tarde con Lovecraft.
Ábalos ya no debería sentarse en el Consejo de Ministros. Mintió una docena de veces en el ‘Delcygate’, y así se subraya en el reciente auto del Supremo. Otra cuestión es que haya escapado por pelos en una sentencia ambigua que echa balones fuera. A Europa. Su presencia en el Gabinete podría calificarse de indigna, motivo por el cual, sin duda, Sánchez, que huye de toda decencia, lo mantiene. Es el que limpia la mugre y barre la cochambre. «Bildu tiene más sentido de la responsabilidad que el PP», declaró a la carrera, con un cuajo entre obseceno e inmoral, cuando se agitaban las aguas del partido tras el pacto con la banda del criminal, convicto, y expresidiario Otegi. Un terrorista.
«Cuando todo esto haya pasado, emergerán muchas trampas, casi un saqueo, y todos los dedos apuntarán al negociado de Ábalos», dicen en sectores del Gobierno, en especial en Sanidad, donde le tienen ojeriza
En su labor como titular de Transportes, ha incurrido también en episodios sospechosos en especial en la compra de material sanitario para la pandemia. Algunos amigos se han forrado, dicen en su departamento. Hay casos de escándalo superlativo como esa empresita de Zaragoza, sin apenas local ni empleados, que se convirtió en proveedora del Gobierno y en tres meses pasó a facturar de 300.000 euros a casi 50 millones, tal y como informó Vozpópuli. «Cuando todo esto haya pasado, emergerán muchas trampas, casi un saqueo, y todos los dedos apuntarán al negociado de Ábalos», dicen en sectores del Gobierno, en especial en Sanidad, donde le tienen ojeriza. Allí le conocen por ‘el trampas’, como si el ministro Illa fuera San Francisco de Asís.
Está en peligro su plaza de capataz del rebaño del puño y la rosa. Iván Redondo, plenipotenciario en Moncloa, ha puesto el ojo en Ferraz. No es que el primer ministro de facto tenga problemas con el PSOE, un organismo latente y silente, una excrecencia amorfa, un ente inoperante. Tampoco le estorba demasiado Ábalos, hace lo que se le dice, no rechista, es sumiso y supuestamente leal a Ser Supremo. El problema es que en Ferraz le miran con desconfianza. No le quieren bien. Redondo no milita, es un ‘externo’, un ‘mercenario’, como dice la vieja guardia de la formación. Y eso le irrita. Ábalos, nadie se engaña, no es de los suyos. Está en la secretaría de Organización porque se la jugó por Sánchez contra Ximo Puig en las sanguinarias primarias. Y venció.
La desvencijada estructura no siempre aplaude como debería al Ejecutivo. y no sintoniza al completo con las modernas ideas que emanan de la fábrica de ficción de La Moncloa. Hay que darle un vuelco a todo eso
Redondo quiere imprimirle un vuelco a la formación. Sánchez dinamitó los estatutos, dio un vuelco a la organización, masacró a los reticentes y jubiló a la vieja guardia que se fue a pastar, a maullar, y a intrigar. El partido ya no pinta nada. Pero la desvencijada estructura no siempre aplaude como debería al Ejecutivo. y no sintoniza al completo con las modernas ideas que emanan de la fábrica de ficción de La Moncloa. Hay que darle un vuelco a todo eso y no se considera a Ábalos la persona adecuada para la gran transformación. A Redondo se la traen al pairo los 140 años de historia, de honradez y de de glorioso felipismo. Los viejos no aman a Sánchez.
«Ábalos es íntimo del jefe, de ahí no lo saca nadie», dicen las viejas cacatúas que pululan por la sede ferratina. Que se lo pregunten a Juanma Serrano, quien fuera durante años su jefe de Gabinete y le dio la patada al aterrizar en La Moncloa. «No hablas inglés, Juanma, y ya sabes cómo va esto». Lo colocó, eso sí, al frente de Correos para tunear los buzones de arcoiris cuando el orgullo. En esto Sánchez piensa como Stalin, salvando obviamente todas las distancias. «La gratitud es una enfermedad que afecta a los perros».
El sanchismo es así
Bolaños, a diferencia de Iván, sí es del partido. Incluso era secretario general de la Comisión Federal de Ética y Garantías cuando el chusco episodio en el que Sánchez ocultó la urna tras una cortina con voluntad de pucherazo. A Bolaños, pese a su responsabilidad de velar por la integridad del proceso, no le incomodó la jugada y miró hacia otro lado. El sanchismo es así.
Es el secretario general de Presidencia, de hecho, el número tres de Moncloa, el ‘cerebrito gris’ de la sala de máquinas, el hombre que tiene todo el BOE el la cabeza. Es el encargado de velar por la ortodoxia de las ideas de Iván, por ejecutarlas, por materializarlas. También se ocupa de operaciones especiales, como la exhumación del Valle de los Caídos, una superproducción estilo Hollywood, con mayor despliegue de cámaras en directo que en la boda Real. O la ‘desescalada’ de la pandemia, que intentó salvar del precipicio al que la conducía Teresa Ribera, la ministra verde. muy verde. La operación fue un desastre pero el gran fontanero consiguió que no salpicara a su jefe. Es de lo que se trata.
Tienen casi la misma estatura y seis años de diferencia. Los alfiles del Rey Sanchez, les llaman. Oliver y Benji, también pero ya algo menos
Redondo y Bolaños forman un tándem perfecto. En su día circularon versiones sobre tiranteces, pulsos subterráneos y algún navajeo. Si lo hubo, ya nada hay de eso. Se complementan, bromean, comparten tensiones y festejan éxitos Tienen casi la misma estatura y seis años de diferencia. Los alfiles del Rey Sanchez, les llaman. Oliver y Benji, también pero ya algo menos. Sus esposas son muy amigas, se ven con frecuencia y hacen todos escapadas de fin de semana. Sandra, la mujer de Redondo, dirige en solitario la agencia de Comunicación que fundara con su marido. Lógicamente, la firma marcha viento en popa. Fátima, la esposa de Bolaños, es asesora de Isabel Celaá, titular de Educación. Una alegre cuchipandi perfectamente aposentada en el vértice del Gobierno a la que le va muy, muy bien.
Cuenta la leyenda que el ignoto Bolaños se afilió al PSOE cuando el ‘tamayazo’. Serio, prudente, discreto y muy laborioso, se fue granjeando la confianza de los popes de la Federación madrileña, es jaula de las locas aún por domesticar. Allí conoció a Sánchez, se llevaron bien y hasta hoy. Carece del aura de áspero aparcero que gasta Ábalos, pero conoce a la perfección el inframundo y las alcantarillas de Ferraz. Se entiende bien con Santos Cerdán, pieza clave en el engranaje entre Moncloa y el PSOE y no ha tenido choque alguno con Adriana Lastra. Compaginaría, eso sí, ambos cometidos. No puede abandonar Moncloa en momento tan trascendental. «Le falta fuerza, decisión y mala leche para hacerse cargo de un bulldozer como el PSOE», dicen los abalistas, que le ven tímido y un poco pusilánime. Algo así como Dustin Hoffman en Perros de paja. Pues ya saben cómo acababa aquello. Todo a su tiempo. Además, a ver quién es capaz de negarle algo a Iván. ¡Ah!, ¿pero aún sigue ahí el ‘comandante’ Ábalos?