ESTEFANÍA MOLINA-EL PAÍS

  • En 100 días de gobierno, aún no se conoce ningún gran hito legislativo de la coalición de izquierdas, pero sí muchas polémicas: la amnistía, las tractoradas, las mascarillas, o el fracaso en Galicia del PSOE y Sumar

Pedro Sánchez ha tropezado con José Luis Ábalos. La figura del exministro evidencia la dificultad de pasar página del caso Koldo mientras el diputado siga en una esquina del Congreso. Y es que en 100 días de gobierno, muy pocos méritos legislativos se le conocen a la coalición de izquierdas, pero sí muchas polémicas: la amnistía, las tractoradas, o el fracaso en Galicia. E incluso, el PP ha encontrado un filón ahora para convertir esta legislatura en una evocación de los escándalos que acosaron al Gobierno de Felipe González.

Basta ver el vocabulario: “Este es el caso Sánchez” repiten algunos altavoces de la derecha, en su afán de involucrar al presidente, sin pruebas. El propio Feijóo tiene los resortes para revestir ese relato: desde las preguntas incriminatorias en el Congreso, hasta la comisión de investigación en el Senado, donde el PP tiene mayoría. No es que fiscalizar, obviamente, sea ilegítimo en un tema de tanta relevancia pública. Es que las comisiones de investigación se han vuelto una vía para ajustar cuentas e imponer sospechas, aunque eso no sea solo culpa de la derecha. Es ya costumbre que los diputados allí congregados se limiten a aportar retales de periódicos —por incapacidad de recursos—, a traer a comparecientes que pueden abstenerse de declarar si están siendo investigados —por amparo legal—, o a hostigar a personas inocentes —por ensañamiento político—. Las conclusiones, aun incompletas, acaban siendo impuestas por el voto de la mayoría. Luego salen a los medios a decir “que han hallado la verdad política”, es decir, su relato del caso de turno.

Así que esta legislatura empieza a coger tintes de la anterior, cuando Sánchez se dio cuenta de que la economía funcionaba, pero que el ruido interno —antes provocado por Podemos, y alimentado por la reacción de la ultraderecha— lo sepultaba. Tardó demasiado en asumirlo, no fue hasta las elecciones del 28-M. La situación es ahora parecida: el presidente se enfrenta ya a más a problemas de imagen que aritméticos. Sus votantes tal vez se pregunten dónde está el programa de la izquierda, ante el poderío del PP y Vox en las manifestaciones callejeras o el Parlamento.

El caso es que el problema con los socios se ha ido mitigando, curiosamente. Sánchez ha amarrado a ERC con el apoyo del PSC para los presupuestos catalanes. Ha tomado la decisión salomónica de mantener a Bildu en Pamplona, mientras reserva Euskadi para el PNV, si salen los números tras el 21 de abril. Sólo falta atar a Carles Puigdemont con la amnistía para que apoye los presupuestos generales.

Sin embargo, el caso Koldo amaga ya con ser una gota malaya mediática peor que la amnistía. Esta sería aparatosa, pero quizás no era tan lesiva como se dice: Sánchez sumó un millón de apoyos el pasado 23-J cuando sus pactos Frankenstein, como los indultos, eran conocidos. Una parte de la izquierda había comprado que ese era el mal menor, frente a la idea de Vox en un Gobierno. Su eventual validez legal en el TJUE o el TC habría acallado muchas bocas. Ahora bien, la investigación en curso es material sensible para un progresismo que se valía de la lucha contra la corrupción como rasgo distintivo frente a la derecha —decidida a vengarse por la moción de censura de la trama Gürtel de 2018—.

Aunque el PSOE ha sacado un as para defenderse: otra comisión en el Congreso que fiscalice los contratos en pandemia, llegando quizás hasta las comunidades. En realidad, ello no compete al Parlamento de la nación —para algo existen los parlamentos autonómicos—. Es más: la equiparación con el hermano de Isabel Díaz Ayuso tampoco es precisa. Aquellas comisiones en plena pandemia serán reprobables moralmente, pero hasta la fecha no han tenido reproche penal, sumado a que el hermano no era un cargo público. Distinto sería que se llegara a probar un presunto enriquecimiento ilícito en la figura de Koldo García, como exmiembro del ministerio.

Sin embargo, la búsqueda de la verdad se ha vuelto irrelevante en el juego político. Ábalos acierta en algo: la ofensiva de la derecha no se detiene en su figura, sino que el objetivo de la derecha es Sánchez, exclusivamente.

Y en verdad, el presidente ha perdido de momento el pulso contra el exministro, al no lograr La Moncloa que asuma alguna responsabilidad política. Pero a ninguno de los dos les conviene continuar la pugna. Dicen las malas lenguas que Ábalos quiere el escaño para conservar el aforamiento, no solo su honorabilidad, así que es el más interesado en una legislatura larga, mientras el Gobierno necesita de su voto para aprobar leyes. Otros creen que quizás el exministro está subiendo su precio para obtener otra salida que no pase por un simple ultimátum. Sea como fuere, la irrelevancia de Ábalos es lo único que está ahora en la mano de Sánchez. Su ausencia de protagonismo sería el mayor respiro para al Gobierno, ante la revancha la derecha. Para todo lo demás, la palidez e inacción de la izquierda no parece sólo culpa de eso que el presidente llama fachosfera.