- Película del señor ministro: érase, cuenta Ábalos, un Ábalos que se inventó la falsa historia de los tasados acompañamientos de Ábalos, para poder un día argumentar que esa mentira suya lo debía exonerar de cualquier sospecha de corrupción
Distraerse en inventar prolijamente las falsas facturas que una igual de inventada acompañante le habría ido remitiendo hasta sumar 39.300 euros, es prueba irrefutable de algo: de que al entonces ministro de transportes, José Luis Ábalos, le sobraba muchísimo tiempo libre. Cuando no andaba, por supuesto, dando curso en Barajas a las maletas de Delcy. Un ministro español fabrica en su ordenador «falsos» servicios facturados, para tender —explicaba anteayer— «una trampa» a se niega a confesar qué abominable personaje de su «vida privada».
Le pregunta Carlos Alsina en Onda Cero: «¿Usted tuvo una relación con la tal Jésica?» Responde el exministro: «Sí, como las que tienen normalmente todas las personas. No de otro modo. Sí, los viajes se los hacía yo». Nada hay de irregular en ello, remacha. ¿Y las curiosas facturas de entre ochocientos y mil quinientos euros por servicio, que emite la beneficiaria?, insiste Alsina. Y, aquí sí, la respuesta del socialista linda con los más cegadores hallazgos del realismo mágico: Ábalos falsificaba a Ábalos, fingiendo llamarse Jésica.
Transcripción literal, perdonen la sintaxis: «Es que yo tengo los correos y los hice yo: era una trampa para pillar a una persona y por circunstancias de la vida ahora se está utilizando de esta manera… Es una cuestión de mi vida privada… Pero que no es un correo de que esta persona me reclame a mí nada ni me diga nada. Es mentira. Es que es mentira». Las anotaciones contables eran mentiras que se autoenviaba él por correo: fantástica negociación entre sí mismo y sí mismo, con el fin de engañar (y «pillar», dice) a una enigmática tercera persona, a la que, en una segunda entrevista, sugerirá ligada a su divorcio. En suma, que Jésica era Ábalos, empeñado en convencer a «alguien» de que él tenía una Jésica, cuyos servicios pagaba. No queda claro si con IVA o sin IVA.
Es ingenioso. Aunque sea un plagio.
Le desconocía al exministro de Transportes aficiones al cine. Aficiones literarias, nunca me hubiera atrevido a sospechárselas. Pero me rindo ahora a los hechos: no hay más que dos fuentes posibles de esa fantástica narración acerca de las mentidas facturas. Literaria y firmada por Agatha Christie, la de 1948; cinematográfica, la de Billy Wilder en 1957. Ambas llevan como título ‘Testigo de cargo’. Dada la prehistórica lejanía de la fecha del estreno y la enorme popularidad de la película, nadie me reprochará, espero, hacer lo que ahora llaman un spoiler. La trama es tan sencilla como ingeniosa: pura Agatha Christie. Es el álgebra del crimen perfecto: que se asienta sobre la «trampa» de proporcionar al juez —magistralmente encarnado en Charles Laughton— la falsa prueba de un crimen, para, una vez que esa falsedad sea desvelada, obtener de su desmentido la exoneración del criminal, este sí auténtico.
La única innovación en la narración de ahora, es que Ábalos asume simultáneamente el papel de Marlene Dietrich y el de Tyrone Power: la urdidora de la ‘trampa’ y el salvado por el derrumbe de la ‘trampa’ urdida. Ni Power ni Dietrich recibieron Oscar alguno por sus memorables interpretaciones; Laughton, una nominación tan solo. Ábalos se los hubiera —estoy seguro— llevado todos de calle.
Película del señor ministro: érase, cuenta Ábalos, un Ábalos que se inventó la falsa historia de los tasados acompañamientos de Ábalos, para poder un día argumentar que esa mentira suya lo debía exonerar de cualquier sospecha de corrupción: el Ábalos de verdad denuncia hoy al Ábalos que ayer falsificaba. ¿Puede, tal vez, sonar a manicomio?
¿O, tal vez, a fin de fiesta? Comunicación de la dama a la parte contratante, que publicaba ayer —a modo de respuesta al ofendido exministro— nuestro colega «The Objective». 14 de julio de 2019: «Si ves las cantidades que me dabas antes a las que me das ahora me da la risa… El mes pasado me diste 1.200 euros», anota la damnificada. «Chica, es que todo muere», cantaba Bruce Springsteen.