Ignacio Camacho-El Debate

  • La realidad imita a la ficción de Vargas Llosa, pero en forma de parodia. Y a la sombra del palacio de la Moncloa

Se nos murió Vargas Llosa, porque se nos ha muerto un poco a todos los hablantes de la lengua española, mientras se descubría que el Gobierno de su patria adoptiva había organizado una brigada de visitadoras en la que Koldo, el esforzado y polifacético asistente de José Luis Ábalos, desempeñaba el papel del eficaz capitán Pantaleón Pantoja. Sabíamos hasta ahora, por el aforismo de Wilde, que a menudo la realidad imita a la ficción pero no alcanzábamos a sospechar hasta qué punto la historia puede repetirse, como anunció Marx, en forma de parodia. Y menos aún que aquella disparatada fábula del destacamento de prostitutas de la guarnición amazónica iba a tener un correlato verídico a la misma sombra del palacio de la Moncloa.

El problema es que no sólo eran las ‘señoritas’ acompañantes del entonces ministro las colocadas en la nómina de empresas dependientes del Ejecutivo, sino que existía todo un departamento en la red de sociedades públicas de Transportes encargado de colocar a amigos, familiares y demás personal recomendado por el partido. Una especie de dirección general del enchufismo llamada ‘Servicio de asistencia para el apoyo en la gestión presupuestaria y control sistemático de expedientes administrativos’. El sintagma ‘control sistemático’ asociado a una oficina dedicada a repartir sinecuras entre aspirantes desprovistos del mínimo currículum es todo un oxímoron moral, un asombroso ejercicio del más desahogado cinismo.

Muchos de esos beneficiarios de momios discrecionales, como la ya célebre Jésica, ni siquiera acudían al puesto de trabajo. Pasaban un peculiar proceso de ‘selección’, en el que adelantaban a los demás candidatos por méritos parecidos a los imaginados por el gran Mario, y eran incorporadas –en femenino porque se trataba de mujeres en la mayoría de los casos– sin mayores requisitos a la plantilla del Estado. Nótese que no hablamos de cargos institucionales, ya de por sí ocupados por gente de confianza, sino de empleos de nivel medio o bajo que servían para pagar con dinero de los ciudadanos prestaciones de carácter privado. Sólo una parte: el resto de los honorarios –en especie– corría a cuenta de ciertos conseguidores de contratos.

Todo ocurrió además muy pronto, apenas unos meses después de la moción de censura que Ábalos –¡¡Ábalos!!– defendió en nombre de la regeneración ética repitiendo más de media docena de veces la palabra ‘decencia’. Montaron en Adif, Renfe y Tragsa una agencia de colocación y situaron en ella a las ‘partenaires’ de sus juergas. En plena pandemia. Jésica, Claudia, Andrea… hicieron sin saberlo el papel de aquella Olga la Brasileña de Vargas, pero su peripecia ha acabado en sumario judicial en vez de en una novela. Qué estará pensando otro escritor, aquel Máximo Huerta a quien Sánchez destituyó de un Ministerio en aquellas mismas fechas por una leve irregularidad con Hacienda.