TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • Se disculpa todo, incluso que el Estado se incline a pedir perdón a los golpistas

Hay una razón fundamental para saber que habrá investidura: la clientela de Sánchez tragará con todo. Sin más, con todo. De no ser por Puigdemont, que ya ha acreditado ser imprevisible y tener un instinto de supervivencia equiparable al de Sánchez, todo estaría, literalmente, atado y bien atado. Ni treinta monedas de plata ni falsos insomnios u otras coartadas de trepas legendarios como ellos. Incluso a Puigdemont le faltan incentivos para volver al despeñadero electoral teniendo la amnistía a tiro, que es un premio «colosal», como diría Pla, impensable de no estar Sánchez en la timba, un tipo capaz de traficar con el prestigio del Estado de derecho a cambio de ganar la mano del poder. Claro que para eso Puigdemont ha de creerse la amnistía, que no es moco de pavo con el tahúr de La Moncloa. Es lógico que tema el farol del cambio de opinión o algún as en la manga. Pero Puigdemont sabe que, aunque no le fuese mal boicotear la investidura para recuperar liderazgo frente a ERC, una repetición con un resultado semejante al 23J a él lo devolvería más débil. Y eso lo sabe él y lo sabe el otro.

Sánchez hubiera preferido algo corto, directo, sin margen para las dudas y sin que se le pudriera el debate, pero tiene acreditados nervios de acero –el tipo, como se decía de Aznar, mea hielo– y un dominio formidable de los tiempos. Ayer tocaba escenificar con Sumar la pujanza de la mayoría progresista, aunque con menos verosimilitud que una mala zarzuela. Por demás, ni siquiera le inquietará que Yolanda Díaz, cada vez que tenga diez minutos de micrófono, exhiba naderías como acabar con los vuelos de dos horas que cruzan España de punta a punta –por ejemplo, Málaga-Bilbao o Sevilla-Barcelona– para obligar a viajar en trenes de cinco a ocho horas más el añadido de Renfe. Se prohibió a la prensa preguntar, también en el Consejo de Ministros, salvo un mínimo a la carta, para evitar molestias sobre la amnistía. Todo es teatro, quemando escenas vacías hasta el clímax final de la investidura.

Hay, ya se ha dicho, una razón fundamental para dar por hecho que habrá investidura: la clientela de Sánchez va a tragar con todo eso y más. Puede incluso disgustarle la amnistía, pero más le disgusta que gobierne la derecha. Se les hará bola Puigdemont, pero más bola se le hace que no estén los suyos en el poder sino la derecha indeseable. La política está rota, como plantea Jonathan Haidt en ‘La mente de los justos’, porque ya no hay espacios de consenso sino trincheras donde se combate con la idea moralista del bien contra el mal. Esto es, todo lo que hagan los tuyos es justificable porque son los buenos, y todo lo que hagan los otros es censurable. La política ha derivado a un tribalismo, y ya no hay lógica parlamentaria sino comunidades identitarias movidas por los colores, como en el fútbol. Así se disculpa todo, incluso que el Estado se incline a pedir perdón a los golpistas. Es el precio de lo que llaman petulantemente mayoría progresista.