- Sabe bien el líder de la ultraderecha que la percepción ciudadana que se tiene de Núñez Feijóo no es la de un político inmaduro, como sí podía tratar a Pablo Casado
El presidente de Vox, Santiago Abascal, sabe que tiene un problema, que contra Pablo Casado se vivía mejor. Él vivía mejor. Las encuestas que se han publicado en los últimos días, esas que hablan hasta de un sorpaso en la derecha, con Vox como primera fuerza política, por encima del PP, no son más que fotografías movidas que solo sirven para apreciar la convulsión que se ha vivido desde que la extinta dirección del Partido Popular decidió tirarse por el balcón de la calle Génova. Cuando un partido salta por los aires, preguntar a sus votantes por sus intenciones de voto es tan fiable como preguntar a los aficionados por un entrenador de fútbol después de una severa derrota contra su eterno rival. Nada que se pueda considerar estable.
El propio Abascal debe ser el primero en saberlo y, por esa misma razón, en todos sus movimientos desde que se desató la crisis en el Partido Popular, el presidente de Vox ha reaccionado con una moderación insólita, casi desconocida, porque no se deja llevar por esa espuma mentirosa de los sondeos calientes y porque, tras la caída de Pablo Casado, se ve obligado a replantear toda su estrategia, que ya la tenía orientada hasta las elecciones generales. El discurso de Vox que mejor le ha funcionado, el de la ‘derechita cobarde’, encajaba bien frente a Pablo Casado, a quien Abascal, como se ha podido apreciar en sus intervenciones, desconsideraba abiertamente, como un pelele, nervioso y dubitativo, frente a su solidez ibérica. Lo repetía siempre en la campaña electoral de las elecciones de Castilla y León, eso de que eran “alumnos aventajados” o simples “empleados” de Pedro Sánchez, y esa inercia que ya tenía consolidada se le ha roto de golpe. Las oleadas del maremoto del PP también le han afectado a él.
La primera muestra de cómo ha podido influir la crisis del Partido Popular la podemos encontrar en el cambio radical de tono y de discurso en Castilla y León. Las bravatas de los primeros días, cuando se marcaron ‘líneas rojas’ para poder alcanzar un pacto de gobierno con el Partido Popular de esta comunidad, han desaparecido completamente, coincidiendo con los días de máxima tensión del conflicto interno del Partido Popular. El partido de Abascal podría haber aprovechado el caos de los populares y la adrenalina de las encuestas para reafirmarse ante el último protegido de Pablo Casado, Alfonso Fernández Mañueco, pero ha optado por lo contrario: ha retirado las ‘líneas rojas’ que había establecido y ha recordado que su programa es mucho más amplio. La condición ‘sine qua non’ de derogación de la ley de violencia de género o la de memoria histórica ya no existe, porque se antepone la posibilidad de un acuerdo amplio en todas las demás propuestas en que el entendimiento con el Partido Popular sí es posible: la defensa del campo, la lucha contra la despoblación, la promoción de la natalidad, los planes contra el desmantelamiento industrial, la bajada de impuestos…
En una entrevista en ‘El Norte de Castilla’, este lunes pasado, con el PP aún despedazándose en directo, hora tras hora, Santiago Abascal ofreció una imagen de sí mismo que contrasta con su perfil altanero y desafiante, equiparándose incluso a Ciudadanos, un partido que siempre ha ignorado: “Los votantes de Vox no valen menos que los de Ciudadanos. Queremos el mismo trato (…) No voy a hablar de líneas rojas. Lógicamente, el programa del PP va a tener más peso que el de Vox. No somos lunáticos maximalistas para imponer nuestros principios”. Que la caída de Pablo Casado coincida con ese cambio diametral de discurso y de disposición política puede guardar una relación directa con el convencimiento de Abascal de que debe cambiar de estrategia. Sabe bien el líder de la ultraderecha que la percepción ciudadana que se tiene de Núñez Feijóo, sobre todo entre el electorado de derechas, no es la de un político inmaduro, como sí podía tratar a Pablo Casado.
Aunque la euforia de los últimos resultados electorales haya elevado las expectativas de futuro de Vox —quizá de forma exagerada—, el análisis de los resultados en las últimas elecciones celebradas en España arroja muchas dudas sobre el crecimiento real de este partido. Como se ha indicado aquí en otra ocasión, lo que demuestran las elecciones celebradas en España en los dos últimos años es que el Partido Popular es capaz de contener o incluso de anular el avance de Vox cuando le contrapone un candidato con una gran personalidad política. Esto se puede ver con lo ocurrido en Galicia con Alberto Núñez Feijóo en el año 2020 y con lo sucedido con Isabel Díaz Ayuso en Madrid en 2021.
No se trata, por lo tanto, de una cuestión meramente ideológica, como equivocadamente exigen algunos cuando piden que el Partido Popular gire a la derecha, sino de la fortaleza del candidato, de su imagen creíble y atractiva ante la ciudadanía, que es de lo que carecía Pablo Casado. Núñez Feijóo y Díaz Ayuso sí tienen la personalidad política que aprecian los votantes de derecha, aunque representen dos polos distintos dentro del propio Partido Popular. La estrategia de Santiago Abascal, calculada para los dos próximos años con Pablo Casado como referente de la derecha a batir, se viene abajo porque el sujeto de todos sus análisis y previsiones ha desaparecido. Ahora solo le alcanzará a repetirse que contra Casado en Vox vivían mejor.