Esos tiempos de «confusión, baile de siglas y nuevos actores» que el PNV prevé inminentes quizá no sean para mañana mismo. No está, en efecto, del todo claro que, tal y como algunos daban por hecho, la nueva izquierda abertzale vaya a hacerse presente en la escena política a raíz de las próximas elecciones municipales y forales.
Los partidos de inspiración abertzale o nacionalista celebran este año su Aberri Eguna más atentos a las circunstancias que lo rodean que a su propio significado. Quizá sea ésta la razón de que los tradicionales manifiestos que se publican en sus vísperas se hayan escrito esta vez con muy poco esmero y como para salir del paso, cargados de una retórica en la que se echa de menos el ‘pathos’ que siempre ha acompañado esta celebración. Más vale que tal sea la razón. Porque, si no, habría que pensar en que la desgana se debe a que el nacionalismo ha interiorizado la irrelevancia social en que ha caído la fiesta o en que él mismo ha sucumbido a una apática rutinización.
Las circunstancias que rodean este año la fecha las constituyen, más allá de la hipócrita y disparatada algarabía que se ha adueñado del país por la excarcelación del etarra Antonio Troitiño, las elecciones municipales y forales del ya inminente 22 de mayo, así como la posible incorporación de la izquierda abertzale oficial a la política democrática, con la consiguiente desaparición o marginación definitiva del terrorismo de ETA. Las dos circunstancias, estrechamente relacionadas entre sí, tienen especial importancia para el nacionalismo.
El PNV, padre de la fiesta y merecedor, por ello mismo, de especial atención en estas líneas, sabe mejor que nadie cuánto le va en una y otra circunstancia. De modo, por así decirlo, más coyuntural, estas elecciones van a calibrar, por primera vez (si se excluyen los comicios europeos) tras las frustrantes consecuencias de las últimas autonómicas, cuál es la relación de fuerzas que en este momento se da entre quienes han sido protagonistas de la más reciente etapa política del país: el Partido Socialista, el Partido Popular y él mismo. Evaluarán, por tanto, entre otras cosas, tanto la estima que haya sabido ganarse entre la población la nueva alianza constitucionalista como la confianza de que el nacionalismo se haya hecho acreedor por su labor de oposición.
Pero, siendo esto importante, no es quizá lo que al PNV más le preocupa, al menos con vistas a un futuro situado en el medio plazo. Y es que todo lo que viene ocurriendo en torno a la izquierda abertzale tiene para él un carácter más estructural y duradero, pues, de resolverse en sentido positivo, supondrá una reestructuración en toda regla del espacio político del nacionalismo y del abertzalismo. A esto, más que a la otra circunstancia de carácter coyuntural, apunta el PNV en su manifiesto cuando afirma que «en el espacio político abertzale llegan tiempos de confusión, de baile de siglas y de nuevos actores».
Sin que suponga caer en una fácil interpretación sicologista, podría decirse que no deja de tener algo de lapsus freudiano el hecho de que el manifiesto califique los tiempos que van a llegar de «confusión» en vez de, como, por ejemplo, habría cabido esperar, de «ilusión». Denota que la esperanza y la alegría que sin duda siente el PNV por ver pronto un nuevo tiempo de paz en Euskadi están teñidas de la preocupación que también le embarga al anticipar la rivalidad entre «nuevos actores» que ese mismo tiempo de paz introducirá en la escena. Y es que, si la violencia de ETA ha ejercido, hasta el momento presente, de muro de contención entre los dos universos políticos y sociales del nacionalismo institucional y del abertzalismo antisistema, ahora, una vez desaparecida o excluida aquélla, el flujo entre ambos mundos puede ser imprevisible e incontrolable. Por de pronto, «la confusión, el baile de siglas y los nuevos actores» que el manifiesto del PNV prevé en el espacio político abertzale obligarán a los jeltzales a delimitar su proyecto con contornos más nítidos y precisos que hasta ahora. Nunca en su historia habrá tenido, en efecto, el partido que fundara Sabino Arana un adversario tan potente con el que confrontarse democráticamente en su mismo espacio doctrinal como el que parece estar surgiendo en el nuevo escenario de paz que se avecina.
No cabe duda de que, en un primer momento, será el enfrentamiento puro y duro lo que habrá de primar entre esos dos universos políticos. Se tratará, antes que nada, de dilucidar quién se hace con la hegemonía en el espacio abertzale. Y, a este respecto, la nueva izquierda soberanista ya ha dejado claro cuál va a ser la actitud que se propone adoptar y que no será otra que la de excluir de cualquier entendimiento al nacionalismo institucional del PNV. Otro gallo cantará, no obstante, cuando, dilucidada en el corto o medio plazo la cuestión de la hegemonía, se plantee, por enésima vez, la recurrente estrategia de la «acumulación de fuerzas» como instrumento más eficaz para alcanzar metas comunes. Podrá verse entonces si prima el PNV la racionalidad y el moderantismo de que hoy hace gala o presta oídos a esas «voces ancestrales» que nunca han dejado de resonar en lo más hondo de su ser.
No conviene, con todo, precipitarse. Esos tiempos de «confusión, baile de siglas y nuevos actores» que el PNV prevé inminentes quizá no sean para mañana mismo. No está, en efecto, del todo claro que, tal y como algunos daban por hecho, la nueva izquierda abertzale vaya a hacerse presente en la escena política a raíz de las próximas elecciones municipales y forales. Da, más bien, la impresión de que, al tiempo que los miembros de la nueva coalición se ocupaban de expurgar sus listas de posibles miembros contaminados, la Abogacía y la Fiscalía del Estado preparaban su impugnación sobre la base de la intervención de ETA en el diseño del proyecto. De este modo, la mayoría del Tribunal Supremo que dio por buenos los argumentos que se le presentaron para decretar la inadmisión de Sortu en el registro de partidos no tendrá dificultad para encontrar en los que ahora se le ofrezcan razones que justifiquen la exclusión de las candidaturas de Bildu de la participación electoral. Los tiempos de «confusión, baile de siglas y nuevos actores» se harían, en tal caso, esperar hasta las elecciones autonómicas de 2013. Pero, tarde o temprano, llegarán.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 24/4/2011