Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 22/10/12
Cameron ha pasado, de la noche a la mañana, a ser considerado como el gran profeta de una nueva era de paz
De todo el debate sobre el referéndum escocés, lo que más me ha llamado la atención es la espectacular, vertiginosa y milagrosa transfiguración que ha sufrido David Cameron a los ojos del nacionalismo vasco y catalán. Como se sabe, ese nacionalismo tanto en sus versiones más renovadas (EH Bildu y ERC) como en las más conservadoras (PNV y CiU), juega a ser de izquierdas y se ha llegado a creer que es de izquierdas, razón por la cual coincidía en su conjunto en ver en el primer ministro del Reino Unido la más repulsiva encarnación del neoliberalismo, que el Gobierno español habría tomado como catastrófico modelo para sus recortes sociales. Sin embargo, gracias a su anuncio de convocar un referéndum de autodeterminación en Escocia, Cameron ha pasado, así, de pronto, de la noche a la mañana, a ser considerado por esa misma peña como el gran profeta de una nueva era de paz, armonía y entendimiento universales en la que las más peregrinas demandas secesionistas serán delicadamente atendidas e idílicamente resueltas en consultas populares o en angélicas mesas de diálogo.
Ocurrió lo mismo con Tony Blair cuando apoyó la mal denominada ‘Conferencia de Paz’ de San Sebastián. De buenas a primeras, sin transición ni período de esplendor, los nacionalistas dejaron de considerarlo «un militarista vendido al imperialismo yanqui, un colonialista, un asesino…» para ver en él a todo un hombre de paz con visión de futuro, un tío enrollao, un aval de incuestionable prestigio: «Fíjate si será importante la Conferencia que hasta la ha apoyado Blair». De repente sufrió un extraño trucaje la foto de las Azores. De repente se borró, en la memoria colectiva que tenemos de esa foto, uno de sus tres protagonistas. Todo esto corrobora sencillamente la escasa coherencia y el nulo valor que tienen los juicios morales que salen del mundillo nacionalista. Y corrobora también su absoluta falta de generosidad para con el adversario político. Mientras los demás andamos todo el día tratando de buscar en ellos algún aspecto salvable y reconociéndoselo hasta la exageración (los piropos nacionales a Duran i Lleida o a Ardanza en su día rozaron la ridiculez), los nacionalistas tienen como norma general de conducta no dar ni agua a quienes consideran sus enemigos ideológicos, entre otras cosas porque necesitan presentarlos como demonios («odian a Cataluña», «odian a los vascos…») para justificar sus excesos y sus órdagos. Sólo elogian a quien se pasa a su bando sin objeciones. Y entonces, sí. Entonces proceden a un prodigioso lavado de cara del converso. De pronto Herrero de Miñón ya no es uno de los padres de una Constitución «ominosa» y le conceden el Premio Sabino Arana. Tantos y tan empalagosos halagos nacionalistas han recibido Herrero de Miñón, Blair y ahora Cameron que deduzco que los abertzales se han vuelto constitucionalistas, imperialistas y neoliberales.
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 22/10/12