- No importan las acciones para resolver el problema, sino posicionarse en público con declaraciones cuanto más maximalistas e inaplicables, mejor.
Nadie aborta pensando que lo que tiene es un pedo atravesado, una mala digestión o conjuntivitis.
Cuando una mujer va al médico y quiere abortar, lo hace porque sabe perfectamente que de su tripa saldrá un niño. Por la razón que sea esa mujer que ha acudido al médico no quiere tener a ese hijo. Habrá muchas cosas que no sepa, pero hay una, solo una, que no admite discusión para ella: lo que le pasa es que está embarazada. Es decir, que va a tener un hijo.
No necesita que nadie le explique lo que lleva dentro, lo sabe de sobra. La duda no está, por tanto, en saber qué tiene, sino en saber qué hacer. Porque una cosa es el diagnóstico y otra muy distinta el tratamiento.
Y aquí somos todos muy listos para diagnosticar, sobre todo al prójimo, pero un poco torpes a la hora de tratar. Darle más información a la mujer que acude a la clínica a abortar es como darle una clase de hidráulica al ahogado. “¿Sabes que Arquímedes descubrió que un cuerpo, al ser sumergido parcial o totalmente en el interior de un fluido, experimenta una fuerza hacia arriba igual al peso del fluido que desplaza? ”.
En Hungría se hace. La mujer que va a abortar oye el latido del corazón de su hijo. Un dato más, un poco más de presión. ¿Y qué? Ahora ya sabe lo que ya sabía.
Es mucho más fácil informar que acompañar. Las grandes declaraciones, como las identidades intensas, producen mucho placer. Unen, fortalecen, reconfortan y distinguen. El cazador de patos, el motero, el jugador de rol o el fan de Kiss, se reconoce con los suyos y se siente un poco menos solo.
Es más importante decir en público qué posición has tomado que comprometerte en la solución del problema. Por eso estamos en la época de las grandes declaraciones, y las consecuentes condenas públicas.
Pero salir un jueves por la tarde de trabajar y pasarte a ver a la madre soltera que ha tenido un bebé gracias a tu ayuda y tu compañía, eso es más pesado. Porque luchar contra las ideas libera adrenalina y no compromete el tiempo libre.
«Unidas Podemos y Vox están obligados al maximalismo si quieren estar en la mesa el día que se repartan las fichas»
Pero aguantar a una madre que no sabe qué hacer, eso ya es otra cosa, entre aburrida y exasperante. Y ya no te digo aguantar al hijo de la madre que no sabía si tenerlo o no. Eso ya sí que no. Meterse en su casa de barriada, en un salón pequeño, un poco sucio, compartido con otras, que huele a grasa rancia y pañales, eso no.
La excusa viene en nuestro auxilio: “Aquí estoy yo perdiendo un tiempo precioso con una víctima de la legislación abortista y nihilista, cuando sería más útil combatir desde arriba”. Vamos a dar caña desde el poder, vamos a cambiar las leyes, vamos a poner las cosas en su sitio. Caña legal, batalla moral, niño irreal. Un minuto de batalla cultural rinde más que una hora de atención personal. ¡Y yo no estoy para perder el tiempo!
Hagamos las cosas a la húngara, o sea, como ese refrito de marxismo, estalinismo y tiranía oriental, e impongamos las ideas sobre las personas. Cada uno de los niños abortados importa, pero importa mucho más el concepto, la cifra, el dato. Las ayudas concretas están muy bien, pero hacen falta declaraciones grandilocuentes porque lo que está en juego no es un problema concreto, sino determinar una posición.
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No importan las acciones, importan las declaraciones, y cuanto más maximalistas e inaplicables sean, mejor. Más clara queda mi postura, que era de lo que se trataba. No se trata de resolver un problema, se trata de colocarse en una posición.
Eso es lo que nos han enseñado los húngaros. Para hacerse un hueco, para poder sentarse en la mesa a jugar, lo mejor es hacer una apuesta fuerte. Da igual si ganas, el caso es jugar. Y lo vemos, y lo vamos a ver este año electoral constantemente.
Unidas Podemos y Vox están obligados al maximalismo si quieren estar en la mesa el día que se repartan las fichas. Y en medio, y mientras tanto, entre el “solo sí es sí” y las ecografías, las mujeres que dudan, las que podrían cambiar de decisión, las maltratadas, las que piden ayuda, no tienen muchos flotadores a los que agarrarse. Porque los socorristas estaban dando cursos de formación a futuros socorristas.
*** Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.