Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Primero vimos el escandaloso rifirrafe entre la vicepresidenta segunda, la inimitable, aunque muy imitada, señora Yolanda Díaz, y la ministra portavoz, en vivo y en directo, a la salida del último Consejo de Ministros. Una, la segunda, se esforzaba por minimizar las discrepancias y aseguraba que ‘eso no es así’ cuando la primera se empeñaba en resaltar las diferencias. Luego, el lunes pasado asistimos a una obscena escena teatralizada en donde las dos primeras vicepresidentas celebraban su encuentro -¿pero no se ven a menudo en el Consejo de Ministros?- con besos impostados, sonrisas fingidas y abrazos envenenados, aparentando ser dos entusiastas fans de España tras su triunfo en la última Eurocopa, cuando todos sabemos que se profesan un odio africano, suponiendo que los africanos se odien mucho más que los demás. Y ello todo por el tratamiento fiscal del Salario Mínimo, cuyo devenir parlamentario se analizó ayer en el Congreso.
Creo que ni siquiera alguien con un alma tan bondadosa y una voluntad tan bien mandada como es la presidenta Armengol será capaz de negar la tramitación de la propuesta que trata de incluir al SMI entre las cantidades que estarán exentas de tributación en el IRPF. ¿Deberían estarlo? Pues no sé, lo que usted diga. Aquí no hay reglas fijas preestablecidas, ni dogmas de fe revelados. A unos les parece bien que el salario mínimo, por su propia mínima cantidad, debe quedar excluido de la obligación de tributar y que eso de subir su cuantía para satisfacer la voracidad de Hacienda es una maniobra absurda y contraproducente de cara a las elecciones; mientras que, para otros, esa decisión fomenta la conciencia fiscal y enorgullece a los afectados que colaboran así en el sostenimiento del sistema de bienestar.
Ya le digo, lo que usted diga. Lo que no me acabo de creer es que este aparatoso enfrentamiento llegue muy lejos. El Gobierno no se puede permitir el lujo de sufrir una nueva derrota parlamentaria en un tema como este, de muy especial sensibilidad social, cosa que ocurriría si las aguas continúan su recorrido por el cauce actual. Máxime cuando la derrota se la proporcionaría la unión espuria de su socio de Gobierno con el principal partido de la oposición. Demasiado fuerte, demasiado coste para tan nulo beneficio. Así que habrá acuerdo, más o menos in extremis, ya lo verán y se situará en algún lugar intermedio. Se subirá el mínimo de tributación, pero no tanto como para alcanzar la exención total. Una chapuza así o similar que sirva de base para el relato -esto es lo importante-, que realce el carácter progresista del Gobierno, su gran afán protector y sus inagotables desvelos por el bienestar del pueblo. Y todo ello frente al egoísmo y la intolerancia de la derecha. Vamos a comparar…