ABC 24/10/16
JUAN MANUEL DE PRADA
· Las terceras elecciones son en efecto un horizonte muy preocupante… para los sociatas
ESTA pírrica abstención que los sociatas han concedido a una investidura de Rajoy se pretende presentar como un acto de responsabilidad. Pero basta escuchar las justificaciones de los sociatas para que descubramos las costuras del sofisma: por un lado, proclaman que les «produce repugnancia» un gobierno «corruto» (en paráfrasis hilarante del pasaje evangélico de la paja en el ojo ajeno); por otro, afirman que con su abstención pretenden el beneficio del país, evitando el bloqueo político y unas terceras elecciones. Esta es la tesis esgrimida por próceres de la democracia de la envergadura de Pepe Blanco, que en estos días ha recuperado protagonismo y posado ante las cámaras. Pero nadie que no sea completamente imbécil puede tragarse tales paparruchas: pues, tras diez meses sin gobierno, ya sabemos que el bloqueo político no constituye ninguna tragedia (pero conviene que la gente no se dé cuenta, no sea que se acostumbre pacíficamente a esta situación y dimita de la demogresca, que es la gasolina que alimenta a los partidos); y las terceras elecciones son en efecto un horizonte muy preocupante… para los sociatas, pues tendrían una sangría de votos que los empujaría a la irrelevancia.
La abstención in extremis es una maniobra concebida para evitar ese destino de irrelevancia. Algunos militantes ingenuos se rasgan las vestiduras pensando que su partido los ha traicionado, como si no los hubiese traicionado mucho antes aceptando el despido libre en los Pactos de la Moncloa, o ejecutando la reconversión industrial, o impulsando la reforma del artículo 135 de la Constitución; pero estos militantes son gentes que se alimentan de mitologías polvorientas (no hay más que ver su media de edad) y no se enteran de la fiesta. Piensan que su partido (que en sus delirios chocheantes imaginan un partido impoluto) se ha vendido a Rajoy; pero lo que su partido ha hecho ha sido aferrarse a la única tabla de salvación que le restaba, antes de despeñarse por el barranco. Unas terceras elecciones habrían concedido la mayoría absoluta a Rajoy; y muy probablemente habrían provocado la resurrección de Podemos, que nutriría su despensa con los despojos del naufragio sociata (si es que el macho alfa Pablo Iglesias logra poner orden en sus vodeviles domésticos).
Una vez formado un gobierno precario, veremos a los sociatas erigirse, como por arte de birlibirloque, en oposición implacable y acérrima. Será un espectáculo grotesco, pues tendrán que sobreactuar histriónicamente para seducir a los votantes de Podemos, hasta convertir la legislatura en un pandemónium, con el apoyo de sus apéndices mediáticos, que nos aturdirán con las consabidas corruptelas peperas. En poco tiempo, el gobierno que salga de esta investidura se revelará inoperante, incapaz de aprobar ley alguna, y tendrán que convocarse nuevas elecciones. Y los sociatas tratarán entonces de posar ante la galería como la única opción de gobierno responsable, frente a unos peperos fracasados (que, para entonces, se estarán desangrando en las típicas trifulcas intestinas que anteceden a la elección de un nuevo líder) y unos podemitas que tal vez para entonces sigan enzarzados en sus vodeviles domésticos (y, si no lo están, ya se les buscará algún chanchullete venezolano que los desacredite).
No hay ningún propósito patriótico ni de salvamento de la democracia ni parecidas zarandajas en esta abstención in extremis de los sociatas, sino un descarnado y tunante afán de supervivencia.