LIBERTAD DIGITAL 18/01/17
JOSÉ MARIÁ ALBERT DE PACO
· Catalunya ha llegado a ese punto en que basta con transcribirla.
Catalunya ha llegado a ese punto en que basta con transcribirla. Si el tiempo no lo impide, el presidente Puigdemont pronunciará el próximo martes en Bruselas una conferencia esencialmente idéntica a la que pronunció ayer en el teatro Romea, y de la que traduzco los últimos seis minutos (los más enardecedores, al decir de la prensa mundial). Redentorismo, paranoia, supremacismo… todo lo que prefiguró Boadella está ahí representado. Si la farsa quedara en casa nos ahorraríamos el bochorno. Pero no. Así como Leopoldo María Panero salía de vez en cuando del psiquiátrico de Mondragón, Puigdemont sale cada tanto de Catalunya, no sólo convencido de que el mundo le escucha, sino también de que él tiene algo que decirle al mundo. En su discurso de ayer hay un instante pavoroso. Casi en el último renglón, ahí donde, según Chomsky y Espada, se aloja la verdad, Puigdemont empieza a imitar a Pujol: «Aquella reflexión íntima…». Como dice Toutain, teórico de la imitación, el pujolismo engendró en Catalunya miles de pujols. Puigdemont es uno de ellos. Un Pujol en jefe, ahora que, con Trump, la expresión se ha puesto de moda. Pero he dicho que a Catalunya bastaba con transcribirla y ya me estoy extendiendo.
El año 2017 no va a ser ese año que queda entre el 2016 y el 2018; bueno, sí, también será eso, pero no será un año corriente en ese sentido. El año 2017 es el año en el cual (o para el cual) nos hemos preparado, hemos salido de casa o nos hemos hecho voluntarios. O hemos pasado, ay, algún que otro dolor de barriga. El año 2017 es el año para el que nos preparábamos cuando íbamos, por ejemplo, al Fossar de les Moreres. Y aquí podemos añadir también a nuestros antepasados. Y si queréis, a nuestros hijos y a nuestros nietos. Y a los refugiados que vengan a nuestra casa en los próximos años. O a los que ya han venido y han decidido sumarse a nosotros en la construcción del país común. Por lo tanto, insisto, el año 2017 no será el año que queda entre el 2016 y el 2018. Será el año. Un año del que tendremos que recordar qué hacíamos. Porque las generaciones futuras nos lo preguntarán a menudo. Y espero que nos lo puedan preguntar durante mucho tiempo (espero que vivamos todos durante mucho tiempo). Y tú, abuelo (o abuela), ¿qué hacías en el 2017? ¿Dónde estabas? Y lo tendremos que recordar. Porque este, ya digo, no es un año convencional. Porque es el año en que acaba el proceso y empieza una era. Y es que un proceso es algo identificable, algo acotable… pero una era no. Lo que empieza con este proceso, del que todos tenemos un pedazo en nuestras manos (también, un pedazo de responsabilidad), no es una legislatura. Lo que empieza con este proceso es una era. La era de una Catalunya libre. La era de una Catalunya rotundamente libre. Más democrática. Comprometida con la actualización permanente de la democracia. Una convicción puesta al servicio de un ideal: la mejora del mundo. Un ideal que ya lo era de nuestros antepasados (pensemos en Ramón Llull). Es una actitud propia, natural, injertada en las actitudes que Catalunya expresa cuando se expresa en público. Y tanto da que hablemos de política como de cultura, gastronomía, deporte, economía o empresa. Cuando Catalunya pide la palabra y se dirige al mundo, se dirige a los suyos, obviamente, pero tiene una mirada hacia fuera. Por vocación y seguro que también por necesidad. Bien, pues esta es la era de esta Catalunya. Y esto, que es un propósito entusiasmante, ilusionante, afortunadamente no depende de la política. No depende de nosotros, no depende de mí. En parte, depende de todos, también de mí. Depende, en fin, de todos nosotros. Y si nosotros queremos, y con querer me refiero a aquella reflexión íntima, a aquella primera declaración de independencia que tiene lugar en nuestra intimidad, tan en la intimidad que algunos no la quieren ni compartir aunque en su fuero interno lo sepan. De eso depende. Muchas gracias, y visca Catalunya.