Primera protagonista, Inés Arrimadas. Y primer gran vuelco a la legislatura por ella protagonizado, al poner al servicio del Gobierno de Pedro & Pablo los diez escaños de Ciudadanos (Cs) para que pudieran salvar el match ball que de manera inopinada había supuesto la negativa de ERC, integrante de la coalición que en mayo de 2018 llevó a Sánchez al poder, a prolongar el estado de alarma. Seguramente la bella Inés llegó hace tiempo a la conclusión de que, con tan ligero equipaje, había llegado el momento de apostar fuerte en la ruleta del destino o entregar la cuchara. Explorar un nuevo futuro. Vale la metáfora del caminante que en pleno desierto decide cavar un pozo en la esperanza de encontrar agua en algún nivel de las profundidades. Hallar nueva vida allí donde parecía acabada. Una apuesta al todo o nada que, de momento, le permite hacer añicos el “trifachito” y al tiempo introduce una cuña en una alianza PSOE–Podemos cuya línea estratégica ha estado movida siempre por la confrontación, la división de la sociedad española en dos bloques tan pétreos como antagónicos. El perfil de esos bloques comienza a difuminarse. Me cuentan de buena tinta que empieza a detectarse cierto trasvase de voto. Que empieza a movilizarse gran parte del que se abstuvo de Cs en las últimas generales, y que también se mueve un cierto voto más centrado que antaño perteneció al viejo PSOE.
Quiero creer que Arrimadas cuenta con poderosas razones para haber protagonizado una voltereta que ha dejado perplejos a los 1,63 millones votantes que, procedentes en su mayoría de la deserción provocada en el voto PP por la traición de los gobiernos de Mariano Rajoy a los principios de una democracia liberal, se mantuvieron firmes el 20 de noviembre pasado en el voto Cs, y que anoche, tras conocer la noticia, se declararon oficialmente huérfanos de nuevo. Entiendo la necesidad de Inés de mover ficha, pero resulta difícil justificar que haya ido a lanzar este salvavidas a Sánchez en el peor momento de Sánchez, cuando el cambio de acera de ERC le había colocado contra las cuerdas. Recordatorio de la extrema debilidad de este Gobierno gallardo, todo fanfarria impostada. Rivera nos privó en su día de un Gobierno “normal” con 180 diputados, y Arrimadas salva ahora de la quema a un Gobierno “anormal”. Entiendo que hay más días que longanizas y que las próximas semanas irán dando las claves de un pacto que hoy apenas se intuyen, pero el Cs que nace con este movimiento es algo distinto al que nos encandiló como representante de esa España culta y urbana reñida con el sectarismo socialista, abanderado de la sociedad abierta, empeñado en la regeneración de las instituciones y punta de lanza contra el separatismo xenófobo y trincón. El Ciudadanos que viene es otra cosa.
Segundo protagonista, Pablo Casado. “Le propones un PACTO: (i) Remodelación inmediata del gobierno. Mantenimiento de Pedro Sánchez como Presidente. Salida de los 5 ministros de Podemos, reducción de carteras a 10 agrupando ministerios, siendo la mitad gestores independientes y la otra mitad con alto peso político: GOBIERNO DE GESTIÓN MONOCOLOR PSOE CON INDEPENDIENTES. (ii) Apoyo parlamentario del PP hasta el inicio de la recuperación económica (iii) Elaboración urgente de un documento (por economistas de prestigio consensuados) para formalizar un PACTO DE ESTADO suscrito por PP y PSOE con invitación al resto de fuerzas políticas”. El párrafo anterior, literalmente transcrito, corresponde al punto 3 de un memorándum remitido este fin de semana al líder del PP por un muy notorio empresario, capitán de una de las empresas del Ibex. Curioso, porque el Ibex, al contrario que los miembros del club de la Empresa Familiar (los Ortega, Roig, Escarrer y demás) que se juegan su pasta y la de sus familias, está portando el palio bajo el que desfilan nuestras Thelma & Louise con pantalones. Recomendaciones como esta, más o menos perentorias, le han llovido por docenas en los últimos días, y en distintos formatos, al inquilino de la calle Génova. Todas reclamando el voto negativo del PP a la renovación del estado de alarma que ayer aprobó el Congreso.
El líder del PP se ha mantenido firme y ha optado por la abstención, algo que, como en el caso de la voltereta de Arrimadas, tampoco es fácil de explicar. El señorín de la barbita ha demostrado que tiene criterio y no se deja influir fácilmente. Casi todos los comentarios que ayer pudieron leerse en los medios calificaban la decisión de error de bulto. No lo creo. Su discurso de ayer, muy duro de fondo, en el que había colaborado algún que otro bufete de campanillas, puso de manifiesto la inutilidad del estado de alarma para combatir la pandemia existiendo normas legales sobradas en nuestro ordenamiento para aislar lo que sea necesario. Sánchez y su mozo de estoques, al descubierto. De modo que con el “sí” a la renovación asegurado gracias al trabajo sucio de la bella Inés, Casado pudo mantenerse en una abstención entendida como un ejercicio de responsabilidad y un aviso a navegantes de que la próxima vez, si la hay, el voto PP será “no”. Situación ideal para vivaquear, en efecto, aprovechando al tiempo para marcar distancias con Vox. Alguien escribió en redes: “Quince años de rajoyismo, de todo se aprende”. El tiempo de Casado, no obstante, está por llegar, aunque avanza cual caballo desbocado. Conviene atarse los machos. La Airef presentó ayer la evaluación del Programa de Estabilidad 2020-2021 remitido por el Gobierno a Bruselas, advirtiendo que el déficit público podría llegar al 13,8% del PIB este año, lo que supondría un agujero de 171.000 millones. En octubre-noviembre podemos estar abocados a elecciones, en el mismo momento en que la Comisión Europea exija a España un ajuste presupuestario de más menos la mitad de esa cifra. Todo por los aires, y Casado a la Moncloa en menos de un año. No le arriendo las ganancias.
Ayer, en el Congreso de los Diputados, volvió a ganar la Alarma y a perder la Democracia. Urge acabar con la Alarma para defender la Libertad
Tercer protagonista, la libertad. El politólogo Éric Zemmour, exasesor de Dominique de Villepin en Matignon, se preguntaba días atrás “por qué los europeos renuncian tan fácilmente a las libertades individuales” al aludir a los estados de alarma decretados en muchos países que han restringido derechos tan elementales como la libertad de movimiento y otros. He aquí una moderna peste que además de acabar con nuestra salud puede hacerlo también con nuestra democracia, a poco que un sátrapa en la cúspide del Ejecutivo se lo proponga. Países de honda tradición democrática como Alemania, Holanda o Suecia se han resistido al estado de alarma y han combatido la pandemia, con mejor fortuna que España o Italia, sin necesidad de restringir derechos y libertades. Perdida la batalla cuando había que haberla ganado -antes del 9 de marzo- nuestro Gobierno decretó aterrado el confinamiento apelando a la unidad. Y ha habido tanta unidad que los españoles llevan casi dos meses encerrados en su casa como campeones, mientras vosotros, el Gobierno de Pedro & Pablo, utilizabais el BOE a destajo para recortar libertades, inventar derechos nuevos para okupas viejos y repartir canonjías entre vuestra cautiva clientela.
Y hay en ese silencio tras los cristales algo de fatal resignación, mucho de estigma inscrito a fuego lento en el inconsciente colectivo, y una atroz renuncia a ejercer una libertad de la que rara vez se ha dispuesto en nuestra a menudo amarga historia. El español es un tipo acostumbrado a obedecer a un amo, con un corto historial de vivencia en democracia. En Francia, en Gran Bretaña, son muchas las voces que todos los días se alzan reclamando el final de la alarma o la excepción y la devolución inmediata de los derechos y libertades cercenados por la pandemia. En España, en cambio, se oye el silencio de los corderos acostumbrados a asentir, se palpa el miedo como supremo valor coercitivo, se asume la renuncia a caminar “con el paso erguido del hombre libre” que decía Ernst Bloch. “Esta epidemia no puede debilitar nuestra democracia ni dañar nuestras libertades», declaraba solemnemente Emmanuel Macron el pasado 13 de abril. Aquí, el Gobierno de Pedro & Pablo ha aprovechado ese miedo no para evitar la avalancha de muertos, sino para intentar podar las garantías consagradas en la Constitución, con el aplauso de una izquierda encantada de caminar bajo semejante yugo. Ayer, en el Congreso de los Diputados, volvió a ganar la Alarma y a perder la Democracia. Urge acabar con la Alarma para defender la Libertad.